Pretender que el colectivo de mujeres sea uno e indivisible –algo que no ha conseguido ningún movimiento social a o largo de la historia– es un idílico aspiracional que sólo sirve para seguir caminando.
Este 8 de marzo nos encuentra con un despiadado récord de femicidios que tiñó de sangre, horror e impotencia los dos primeros meses del año. No es tiempo de divisiones ni parteaguas. Nos están matando cada vez más. Por eso, aún en la diversidad y la contradicción constantes, no hay dudas: #DeTodasEsElDía
De las que no se resignan a una vida atravesada por la violencia y dicen "basta".
De las que logran comprender que el maltrato (verbal, físico, económico, sexual) aunque sea "común y habitual", no es "normal".
De las que acompañan a quienes sufren violencia, aún sin conocerlas demasiado.
De las que le hacen honor al género y se niegan a defender a violentos machistas.
De las que no temen a las corporaciones y resisten con valentía su maltrato patriarcal.
De las que se solidarizan en secreto porque no pueden, no saben o no quieren hacerlo en público.
De las que se tapan ojos, oídos y boca como si bloqueando los sentidos, la realidad se modificara mágicamente.
De las que aún creen que el amor todo lo puede y que con su voluntad y su afecto podrán cambiar al violento machista.
De las que fantasean que con ellas el maltratador será distinto. Por mucho tiempo.
De las que siguen repitiendo, por convicción, por conveniencia o por ignorancia, que el maltratador “es un buen tipo”, sin importarle el lado B de quien creen conocer.
De las que amagan sororidad pero se tientan con el atajo y desaparecen en la noche.
De las que te defienden de quienes te deberían defender.
De las que confían en el falso arrepentimiento del agresor y le dan muchas nuevas oportunidades.
De las que aún teniendo hijas mujeres y puestos de representación, no pueden nunca nada.
De las que vencen su miedo de años y al fin logran poner en palabras el tormento que padecieron.
De las que teniendo poder para hacer, no sólo no hacen sino que encubren y convierten a la víctima en presunta victimaria.
De las que cubren con maquilaje viejas cicatrices porque quizás les cierran las cuentas.
De las que tapan nuevos hematomas porque todavía no llegó su momento de admitir, de decir y de hacer.
De las que sacrifican brillantes libros y proclamas feministas en la hoguera de la indiferencia o en la tibieza de la media tinta.
De las que sabiendo la veracidad del testimonio de las víctimas, eligen el lugar del victimario, por amistad, por militancia o por obediencia debida.
De las que se escudan en la "neutralidad", sumiendo a las víctimas en el desamparo.
De las que no soportan verse reflejadas en las historias de las denunciantes y cruzan de vereda.
De las que, a espaldas de la ética periodística, difaman por micrófono a las víctimas sin siquiera chequear la información.
De las que culpan a otras mujeres de haberse puesto en la línea de fuego o de haber aguantado tanto.
De las que convalidan el consabido argumento negacionista del golpeador o repiten con él que "se mandó una macana".
De las que supeditan la responsabilidad del golpeador al tamaño de las huellas que dejan sus golpes.
De las que desacreditan a las denunciantes desconociendo en qué se transforma el violento manipulador, puertas adentro, cuando no hay testigos.
De las que sugieren que una personalidad violenta, cimentada durante décadas, se revierte con solo pintar una escuela o asistir a un par de charlas.
De las que se convierten en tu sombra para no dejarte sola y te devuelven a la vida cuando fuiste violentada.
De las que atraviesan la ciudad de madrugada, con tal de que puedas dormir sin miedo.
De las que siguen conectadas al celular para asegurarse de que llegaste a tu casa sana y salva.
De las que te escuchan hasta cualquier hora con la luz encendida y te ayudan a hacerle frente a los fantasmas.
De las que se sientan a tu lado y no se mueven hasta que te relajes y comas. O al menos, tomes un mate.
De las que te miran fijo y te aseguran: "Vas a poder", mientras hiperventilás entrando al Centro de Justicia Penal.
De las que revisan cuerpos golpeados y no te apuran cuando te tiemblan las piernas.
De las que escuchan testimonios, respetan tus pausas abismales y te acercan un vaso de agua, con calma. La calma que te robó el golpeador.
De las que te reciben con los brazos abiertos y resetean la amistad, a pesar del tiempo y la distancia que el maltratador puso entre ambas.
De las que escuchan sin juzgar.
De las que gastan días de sus vacaciones y tiempo libre acompañándote a tribunales y al médico y comparten codo a codo tu desasosiego.
De las que tienden una mano y no la retiran cuando tropiezan con un cargo.
De las que respetan las náuseas de tu angustia y posponen su almuerzo para más tarde.
De las que envían videítos y memes con boludeces a la hora del lobo, y logran que sonrías.
De las que hacen que salga el sol cuando el caudal de tus lágrimas compite con el peor temporal.
De las que mandan un "¿cómo andamos?", a las 7 am, cuando salir de la cama y recordar lo que te espera afuera es como escalar el Aconcagua enjabonado.
De las que no dejan acumular las denuncias y actúan antes de que sea tarde.
De las que son familia, aún sin serlo, y te abrazan con empatía, tanto como necesites.
De las que sí son familia y acompañan tu día a día con ternura.
De todas es el día. De unas y de otras. Porque todas conviven en contradicción dentro de nosotras. Y de todas necesitamos para luchar por una vida libre de violencia.
De todas es el día. De unas, porque sin ellas el séptimo círculo del infierno de Dante sería nuestro destino. De las otras, porque señalan, sin proponérselo, el próximo gran desafío que nos espera y lo mucho (muchísimo) que aún queda por deconstruir.