En estos días, en el marco del 8M, se puso en agenda un tema central para los derechos de niñas y niños: los cuidados.
Los cuidados refieren a todas esas actividades que realizamos para asegurar el bienestar físico, psíquico y emocional de las personas y que permiten su reproducción cotidiana. Desde las tareas de cuidado directo como bañar, alimentar, brindar contención emocional, hasta las tareas domésticas como lavar la ropa, limpiar la casa y aquellas gestiones que se necesitan para que todo eso suceda, como planificar las compras y las comidas, los turnos médicos, etc. Las niñas y niños no solo necesitan personas adultas responsables que realicen estas tareas para poder crecer y desarrollarse, sino que tienen un derecho a recibir cuidados de calidad a lo largo de su vida.
Hoy sabemos que esas personas adultas que se encargan de estas tareas son generalmente mujeres. También sabemos que las mujeres dedican el doble del tiempo al cuidado, comparado con los varones, y que, incluso una mujer ocupada, destina más tiempo al cuidado, que un varón desocupado. Y sabemos que esta desigualdad tiene impactos también en sus posibilidades de inserción laboral. Como un círculo que se retroalimenta, la sobrecarga de las tareas de cuidado genera que las mujeres tengan menores niveles de actividad, mayores niveles de informalidad laboral y menores ingresos que los varones y, entre otras cosas, esto tiene efectos sobre la pobreza infantil. Aquellos hogares liderados por mujeres tienen tasas de pobreza infantil 10 puntos más altas que aquellos liderados por varones.
La falta de servicios y políticas de cuidado suficientes tiene, además, otros efectos sobre la niñez. En muchos hogares la forma de resolver el cuidado genera que hermanas mayores -niñas y adolescentes- queden a cargo de hermanas y hermanos pequeñas o de otras personas del hogar que requieren cuidados, asumiendo responsabilidades que no son acordes a su edad y que vulneran sus derechos, como el acceso a la escuela o al tiempo libre para la recreación y el juego, entre otros. De acuerdo con los datos de la última Encuesta Nacional de Uso del Tiempo – INDEC, un 10% de las adolescentes de 16 y 17 años realizan tareas de cuidado y dedican en promedio alrededor de 5 horas diarias a ello.
Para modificar esta situación, es necesario contar con un sistema integral de cuidados que les permita a todas las familias tener el tiempo, el dinero y los servicios necesarios para cuidar. Hoy, pese a los avances realizados, estamos todavía lejos de lograrlo. Y en esta tarea, el compromiso de todos los actores es clave: el Estado, las familias, la comunidad y el sector privado.
En particular, el sector privado tiene el potencial de generar políticas que permitan una mejor conciliación entre las tareas laborales y las responsabilidades de cuidado, y que contribuyan a distribuir esta carga de una forma más equitativa. Esta semana presentamos desde UNICEF un informe que sistematiza la experiencia de empresas y organizaciones privadas que apostaron a la creación de espacios de educación y cuidado en los lugares de trabajo y que muestra los efectos positivos que han observado. La evidencia muestra que los beneficios de estas políticas superan ampliamente los costos.
En el marco de las actuales definiciones en torno a la reciente reglamentación del artículo 179 de la Ley de Contrato de Trabajo -que establece la obligatoriedad para las empresas con al menos 100 trabajadores de contar con servicios de cuidado para niñas y niños de 45 días a 3 años- las experiencias relevadas en el informe pueden contribuir a informar el debate y a discutir mitos y preocupaciones en torno a este desafío.
Con la implementación de políticas de cuidado ganamos todos. Ganan las empresas, ganan las mujeres, gana la sociedad. Y, sobre todo, ganan las niñas y niños.
Fuente: Télam por Carolina Aulicino, Oficial de Política Social de UNICEF Argentina