La escuela desde hace años está en el foco de la opinión pública, por lo que puede hacer y no hace, por la función que tiene o debería cumplir para ‘salvar’ los conocimientos de la humanidad, y cada relato de esta presente discusión mantiene cierta contrariedad y ambigüedad que preocupa cada vez más.

Es cierto que la educación y su principal institución está pasando por tiempos difíciles, el tema central es que son los mismos tiempos complejos y difíciles que impactan en las familias, en el barrio, en la comunidad en que se vive, en el país, en el mundo. No deseo justificar absolutamente nada con esto último, pero entiendo que ya estamos en un punto de quiebre y necesitamos concertar un discurso común, que no solo se quede en lo ausente y en el déficit existente, sino que avance en propuestas claras, concretas, viables, para dar paso a esa transformación educativa que tanto hablamos y anhelamos.

Es hora de repensar hacia el interior de la escuela en contexto propio, como pilar para resguardar la enseñanza y aprendizaje de saberes, y a su vez, como un ‘entorno social seguro y habitable’ para que estos alumnos del presente ‘aprendan también para la vida’, con maestros, profes, directivos y con toda una comunidad educativa que tenga la oportunidad de transitar espacios emocionalmente saludables, para unos y para otros, con cimientos que generen confianza y ayuden a sentirse parte, para que se puedan desarrollar y demostrar las capacidades, para que haya una comunicación sin violencia dentro de un ambiente que da valor a la palabra y que permite entender cómo piensan los demás, con amabilidad, con trato respetuoso, con agradecimiento, con un manejo de conflictos de manera constructiva y afectuosa, que comprende las diferencias y enfrenta las circunstancias, que más de una vez, nos superan y no podemos o no sabemos gestionarlas tanto en lo personal, como en comunidad, por eso estamos ante un grito no escuchado: ESCUELA ¡S.O.S!, el cual tiene muy altos decibeles y requiere que nos hagamos cargo.

Debemos cuidar, proteger y rescatar a una de las instituciones claves en la formación de la persona, que deja huellas para toda la vida.

Integramos un presente donde se está vulnerando uno de los derechos más valiosos de cualquier ser humano: educarse, para aprender a pensar, para ver que producir con eso que se aprende, para ampliar horizontes y permitirse analizar la diversidad de miradas, para proyectar el futuro y poder discernir sobre cuál será el mejor camino que lleve a resultados óptimos sin caer en el intento. Ahora, esta cuestión no es responsabilidad exclusiva de los docentes o la escuela, es una tarea compartida y responsablemente comprometida entre el estado (con todos sus organismos), la comunidad educativa y las familias, es un tema urgente y prioritario que se debe abordar en toda la sociedad.

Se trata del reclamo de un estado genuino y presente que resuelva en tiempo y forma lo que corresponda; se trata de acompañar a una comunidad educativa para que obtenga respuestas definitivas a sus necesidades y se pueda dedicar a atender aquellas debilidades sin temor, sin desilusión, sin agotamiento por la toma de decisiones poco criteriosas de algunos, se trata de fortalecer una cultura institucional a la medida de su realidad, que muestre lo que sí sabe y puede hacer, con directivos y docentes capaces de ofrecer alternativas acordes a los tiempos actuales, que puedan transformar las vidas de sus alumnos, cambien destinos, esos pequeños pasos diarios que terminan siendo grandes logros. Se trata de retomar el vínculo con las familias, para que puedan acompañar desde una visión conjunta sobre la educación de sus hijos, donde no está mal reclamar, pero también, hacerles saber que habrá mayor impacto si ayudan a que las cosas cambien, porque son parte de lo que suceda.

Los problemas sociales que nos atraviesan como sociedad, no son ajenos a la escuela y la interpelan con mayor fuerza, situación que no está permitiendo hacer la diferencia con el afuera caótico y violento. Debemos cuidar, proteger y rescatar a una de las instituciones claves en la formación de la persona, que deja huellas para toda la vida. Estamos a tiempo, la escuela no ha dejado de ser nuestro espacio social para incorporar conocimientos y valores, a pesar de los desafíos que hoy enfrenta, porque tiene el potencial de liderar para el bien común, para el bienestar y la educación de esta gran pluralidad que somos como sociedad. Confío que es posible.

Por Sandra Inés Vigo
Neurosicoeducadora