Por Victoria Zorraquín, profesora, investigadora y escritora especializada en Educación. Directora de Educere ONG

Estamos en la cuenta regresiva para las elecciones. Mientras debatimos otras cosas, la cantidad de analfabetos sigue aumentando con cada estudiante que no logra los aprendizajes básicos, que no logra terminar la escuela a tiempo, o que directamente la abandona.

Detrás de los datos, hay personas. Cuando leemos que en Argentina 6 de cada 10 alumnos se ubica en el nivel más bajo en la prueba ERCE de lectura de 3er grado, por ejemplo, está Edgardo, de 34 años (4 hijos) que esta semana mandó el siguiente mensaje pidiendo trabajo: ‘Buen día senor presiso trabaho y me digeron que uste busca si quiere boy para la estansia a avlar. Snor hoy no puedo yo le abise que oy iva al vampo a changear. Si qiere bengaa manana y avlanos’.

Detrás de otro dato[1] como el que expresa que de cada 100 chicos que ingresan a la escuela, solo 16 terminan la secundaria en el tiempo teórico y con los saberes necesarios, está Matías. Él tiene 24 años y también busca trabajo. Esta misma semana envió un mensaje que dice: ‘Vuenas trees soy Marias de la flores me digeron q esta vuscando je te para travajar puede ser!’

Según el Censo 2022 somos un país “libre de analfabetismo” con sólo 1,9% de personas que no saben leer ni escribir. Pero ¿Cuántos analfabetos funcionales o secundarios está produciendo nuestro sistema educativo?

Analfabeto primario es la persona que nunca aprendió a leer y escribir. El analfabeto secundario aprendió a leer y a escribir, pero con el tiempo olvidó esa capacidad porque el aprendizaje fue superficial (y por ello la habilidad se perdió). La literatura especializada también distingue entre analfabetismo absoluto y funcional. Analfabeto absoluto es la persona que no sabe leer ni escribir. En cambio, analfabeto funcional es el que, según UNESCO, aún sabiendo leer y escribir frases sencillas, no domina la técnica de la lectoescritura. El analfabetismo funcional incluye, también, la incapacidad para desarrollar conocimientos básicos de matemática y aritmética.

Hace pocas semanas, en Tandil, lo escuché en vivo a TinTIn Vizentín, uno de los sobrevivientes de la tragedia de los Andes. Su relato me hizo emocionar hasta las lágrimas otra vez. Sin embargo, nunca había reparado en un detalle que, esta vez, me conmovió particularmente.

Parrado y Canessa caminaron diez días por las nieves eternas de la cordillera de los Andes con hambre, frío y extrema debilidad, hasta que llegan a un río sin tener ni idea donde están. Allí, del otro lado del agua ven por primera vez, a otro ser humano. Él es Sergio Catalán, un arriero local, que va montado a caballo. Catalán les arroja unas rodajas de pan y queso que ellos devoran. Intentan comunicarse a los gritos pero no logran escucharse con claridad. Sólo distinguen la palabra: ‘mañana’.  Ellos se abrazan de esa esperanza y deciden quedarse quietos y esperar. A la mañana siguiente, tal como les había prometido, Catalán aparece al otro lado del torrente de agua, les arroja una piedra y atada a ella, un papel y un lápiz.

En esa hoja de papel, Nando Parrado escribe una de las cartas más emblemáticas de la historia de la supervivencia humana. Catalán recibe la carta, la lee y sin dudar se sube a su caballo y galopa durante 9 horas hasta un puesto de carabineros. Aunque primero lo creen loco o borracho finalmente alguien da crédito a lo que él dice que vió y, sobre todo, a lo que dice el papel. Esa carta permite salvar a los sobrevivientes restantes.

¿Por qué traigo esta historia aquí? Porque Sergio Catalán -el arriero local-, sabía leer y escribir. Los mismos sobrevivientes dicen que uno de los milagros de la historia es que Catalán tenía esta habilidad y explican que era algo poco común por esos parajes.

Leer, comprender y escribir a edad temprana, es el mayor derecho que un estado puede darle a cada ciudadano. Sobre todo cuando, aún, 750 millones de adultos no saben leer ni escribir y dos tercios de ellos viven en América Latina y el Caribe[2].

Lograr que aprendan a leer y a escribir de un modo veloz y eficiente es darles alas para que vuelen a todos los mundos posibles. Es permitir que sus cerebros creen nuevas redes neuronales y multipliquen sus aprendizajes. Es lograr que puedan avanzar en la escuela para recibir todo lo que ella quiere darles.

Nuestro sistema educativo no está cumpliendo con su objetivo más básico y nuestra falta de mirada a largo plazo en educación produce estos datos que nos resultan espeluznantes. Lo más cruel es que, detrás de cada dato, hay cientos de miles de historias como las de Edgardo y Matías.

 

[1] Del informe del Observatorio Argentinos por la Educación con autoría de Mariano Narodowski, Gabriela Catri y Martín Nistal.
[2] Estos números oficiales de UNESCO son del 2017 y posicionaron a América Latina en el cuarto puesto mundial del analfabetismo.