Cortes de pelo ridículos, escupitajos, meadas. Pañales de cinta adhesiva, golpizas a ojos cerrados. Tímpanos reventados. Los rituales de iniciación en el rugby son muchos y variados. Los hay más violentos, más humillantes. Todos son agresivos, pero en un contexto festivo que lo camufla y justifica. Y que no es exclusivo del mundo del rugby, sino propio de un código machista que se repite, con sus variantes, en otros deportes de equipo, como el fútbol y el waterpolo. Y hasta en el grupo de amigos que “despide” la soltería de uno de los suyos, con el novio desnudo y atado en el baúl del auto.
Pero los ritos del rugby –hoy puestos en cuestión como factor que hace a la violencia que practicantes de este deporte manifiestan fuera de la cancha– , los “bautismos”, quizás se encuentran dentro de los más brutales. Rosario3 recogió algunos testimonios de ex deportistas y entrenadores que reconstruyeron y reflexionaron sobre estas ceremonias de transición, en horas donde permanece la conmoción por la fatal golpiza contra Fernando Báez Sosa a manos de rugbiers.
“Los bautismos se hacen cuando un jugador (a sus 19 o 20 años) debuta en primera (división) o en el primer viaje de la camada más chica que subió al plantel superior”, contó Miguel, que jugó 20 años en uno de los clubes de Rosario, y aunque los sufrió, nunca participó de esos ritos.
La ceremonia básica es la rapada de pelo, que puede incluir una tintura de algún color llamativo. Le siguen los desafíos que buscan que el otro pase vergüenza: ir a comprar algo en calzoncillos, divertir a los mayores con anécdotas sexuales para evitar que te peguen –“aunque siempre encuentran una excusa”–, o terminar desnudo y atado a un árbol o poste.
Luego, están los ritos más brutales, como el pañal de cinta adhesiva o el “lavarropas”, en el que el bautizado debe soportar cachetazos y escupitajos a ritmo parejo. O la fila india de los sopapos: los mayores se ordenan en hilera y el nuevo debe recibir de cada uno de ellos, un golpe. Siempre estoico.
También está la versión más violenta del atado al poste, que incluye golpiza previa y ser orinado por los otros después.
Aunque marcan la transición de una categoría a otra, este tipo de rituales también se aplica a menor escala entre la pibada. Como el botoncito de la camiseta que se abrocha para que el capitán lo rompa, y zambullidas sorpresivas (e involuntarias) al laguito del parque Independencia en medio de algún entrenamiento. Los más grandes mostrando quién manda.
Una cadena de violencia que, no obstante, según Lucas, entrenador de otro equipo de la ciudad, se fue apaciguando con el tiempo. Y pasó de la agresión física, a otros tipos de violencia. “Antes te cagaban a trompadas. Ahora es algún trabajo en el pelo. No mucho más”, contó. Y recordó, entre los últimos rituales más desagradables, a un “bautizado” que tuvo que lamer la dentadura postiza de uno de sus compañeros.
“Es una forma de identificación ingresar a alguien a un grupo pero la violencia sin duda engendra mas violencia y se ve hoy en día que el rugby la está pifiando en algo porque son chicos con mucha potencia física, acostumbrados a resolver los problemas físicamente”, ponderó Miguel.
Consultado por Rosario3, el psicólogo deportivo, Guillermo Cavagnaro, explicó que este tipo de rituales son propios de los deportes en equipo y están “dentro de los códigos simbólicos del deporte”.
“Para muchos es obligatorio y necesario para pertenecer”, explicó y aclaró que no son exclusivas de varones.
Son prácticas que “habilitan”, que supuestamente sirven “para unir al grupo” al convertirse en un ritual de ingreso de un nuevo miembro, que a partir del rito –que puede adoptar distintas modalidades, muchas veces, sin conciencia de la humillación o la violencia que generan– “se siente parte”.