La historia se repite en el clásico rosarino. Ignacio Malcorra necesita solo dos toques con el botín zurdo para dejar estático a su marcador, abrir el pie y darle a la pelota la comba justa para también dejar clavado en el suelo al arquero. Todo transcurre en tres segundos, desde que frena el balón hasta que sacude la red. El héroe vintage de Central, el rollinga de las cien vidas, no necesita más tiempo que ese para volver a dejar su huella. Ahora ya es una leyenda viva, pero su vida futbolística está marcada por el sacrificio: un “busca” que nunca bajó los brazos porque, según dijo él mismo, siempre confió en sus condiciones.
Todo lo que rodea a Malcorra transporta a otra época del fútbol argentino. Su andar parsimonioso y calmo, al estilo de los viejos 10, hace que a veces parezca hasta desganado, como si le diera lo mismo estar en el Gigante con más 45 mil hinchas o tomando un porrón en una plaza. Su corte rolinga, con el flequillo bien recto, bordes rapados y largo atrás. En un deporte cada vez más físico y rápido, que a la vez exige más jugadores inteligentes, el rionegrino marca la diferencia en una sola jugada: exprime técnica y cabeza; piensa, ejecuta y hace el baile del "látigo".
Eso también sintetiza al 10 canalla, un futbolista de jugadas que aparece y desaparece con envidiable (o cuestionable, pero quién lo puede juzgar hoy) facilidad. Capaz de definir un clásico en tres segundos o con un tiro libre magistral, como en septiembre del año pasado en Arroyito, y de acordarse de un festejo que le prometió a un programa de televisión en Tucumán, el 25 de enero. Justo contra Newell’s y en el Coloso, exactamente un mes después. Malcorra es todo esto junto, el pibe de flequillo y zapatillas de lona que podría sorprender en un picado, el de la zurda exquisita y el de la alegría, pero también un profesional con todas las letras. El rocanrol de Central.
Cómo llegó a transformarse en el héroe de los últimos dos clásicos de la ciudad es una historia con varios capítulos en la que sobresale el sacrificio más que el talento, o al menos una alquimia bien lograda entre las dos. Nació el 24 de julio de 1987 (exactamente un mes después que Lionel Messi) en Río Colorado, provincia de Río Negro. Después de pasar por la CAI de Comodoro Rivadavia y de haber crecido en los potreros de tierra de su pueblo, parte de su formación la hizo en las inferiores de River Plate, un lugar donde abundan los futbolistas con buenas condiciones técnicas. Muchos quedan en el camino y no llegan a debutar ni a firmar un contrato profesional, tal como le ocurrió a Malcorra.
“Fue en 2006. Estaba en la sub 20 con Pancho Ferraro. Y me decían que tenía que empezar a jugar en Primera, tratar de tener roce de juego para llegar mejor al Mundial de Canadá 2007. El técnico en River era Passarella y bajaban muchos jugadores de Primera a Reserva y a veces ni jugaba en Reserva, sino en la cuarta, en la quinta. Y, por el hecho de apurar, dije «me voy»”, recuerda sobre la decisión que dio vuelta su carrera.
A Malcorra le gusta mucho el rock. Sobre todo, el rock nacional. Vio a Callejeros, a Los Piojos, y a los Rolling Stones cuando tocaron en 2006 en el Monumental, cuando él jugaba en la cantera millonaria. Mucho antes de adoptar el look rollinga y de pasearse por los recitales de las bandas que más le gustaban, hubo una persona que alimentó como nadie su sueño de jugar al fútbol.
“Mi abuela fue fundamental para que pueda estar donde estoy hoy. Fue la que siempre me acompañó, estuvo conmigo, me llevó desde chiquito a la cancha, a entrenar, a jugar. Lo que soy como persona y como futbolista es gracias a Anita. Me crió. Es mi mamá”, contó el año pasado en una entrevista con Tiempo Argentino.
En esa nota también habló del jugador argentino y sostuvo que “no sólo juega por jugar, ve un camino de salida en el sueño de triunfar, y hasta que no logra conseguirlo, no para”. Una definición que encaja perfectamente en lo que fue su carrera, que lo llevó de la ilusión de debutar en uno de los clubes más grandes a resignar ambiciones para probarse en el ascenso, en busca de ese tan anhelado lugar.
De Núñez al viento patagónico
El siguiente paso lo mantuvo parado durante un semestre, pero le permitió empezar a jugar profesionalmente: “Nos fuimos con mi representante a Uruguay y no sé qué quilombo pasó, me quedé seis meses sin jugar, en mi pueblo. Y después me fui a la B Nacional, a la CAI de Comodoro Rivadavia, donde había estado de los 12 a los 14, antes de irme a River”. Del sueño con los lujos de Núñez en Buenos Aires se fue a luchar contra el viento de Comodoro y en el fútbol del ascenso encontró un lugar para empezar a crecer. Su buen rendimiento en el equipo chubutense lo llevó primero a Aldosivi de Mar del Plata y después a Unión de Santa Fe, el club que luego sería el gran trampolín de su carrera. En el Tatengue deslumbró y logró el ascenso a Primera en 2014 con Leonardo Madelón como técnico. En una recordada dupla con Enrique Triverio, también despuntaron en Primera. Ese año Malcorra enlazó cuatro partidos al hilo con goles a River, Independiente, Aldosivi y Vélez, y cerró esa campaña con nueve gritos y nueve asistencias. El fútbol argentino empezaba a hablar de él. Fue el momento de pegar el salto al fútbol del exterior. Unión lo vendió a los Xolos de Tijuana de México, en 2016, y jugó durante cinco años vistiendo además las camisetas de Pumas de la Unam y Atlas. El rionegrino dejó un buen recuerdo en tierras aztecas fruto de sus 19 goles y 21 asistencias repartidas entre los tres clubes, y también mostró otro costado, el solidario. La historia ocurrió en 2020 y la contó el peluquero del plantel de los Pumas. A través de esa persona, Malcorra conoció a un chico que necesitaba una cirugía coronaria y estaba grave de salud, pero que no tenía el dinero suficiente para afrontar los gastos. Entonces, Nacho decidió pagar la operación. Reyes, el peluquero del club, también comentó que el jugador hizo comidas especiales para los jardineros, utileros y todo el personal que trabajaba en la cantera. Su etapa en el fútbol mexicano culminó a mediados de 2021 cuando decidió regresar a Argentina y recaló en Lanús, pese a que Unión también lo quiso repatriar. Sus estadísticas no fueron tan espectaculares como en Santa Fe, pero Malcorra no desentonó en el Granate y demostró que todavía estaba vigente. Un año después, en julio de 2022, se produjo el encuentro de Nacho con Central. Recién llegado a Arroyito como entrenador, Carlos Tévez puso los ojos en el 10 porque necesitaba sumar experiencia a un plantel con muchos chicos y el Canalla lo contrató. El ciclo del Apache se extinguió a los pocos meses, pero el cambio de técnico y de dirigencia, tras el triunfo de Gonzalo Belloso en las elecciones, facilitaron un segundo encuentro que luego sería clave, el de Miguel Russo con Malcorra. Para Miguel, el volante fue un pilar del equipo y del vestuario desde el primer día. El año pasado jugó 43 partidos en los que hizo 8 goles y dio 12 asistencias. Uno de esos gritos fue nada menos que en el clásico de la Copa de la Liga 2023: a los 40 minutos del segundo tiempo, el 10 canalla acarició la pelota con la zurda, de tiro libre, y la clavó en el ángulo superior izquierdo del arquero Hoyos, que solo atinó a mirarla, para sentenciar la victoria que catapultó a Central hacia el título. Había entrado desde el banco porque arrastraba una lesión muscular y no estaba a pleno físicamente. Este domingo lo hizo otra vez con una aparición fugaz, rápida y letal. Tres segundos en la vida de Malcorra pueden cambiar el rumbo de un clásico, el de todo un equipo en un campeonato y desatar la alegría del pueblo canalla. Mucho, muchísimo, en un pestañeo. Sus goles en dos derbys consecutivos, que además sirvieron para que el equipo de Russo gane, y la estrella conseguida en Santiago del Estero, lo hacen entrar al Olimpo de los ídolos contemporáneos canallas. Arroyito