Las sanciones económicas aplicadas a Rusia como respuesta a su avance bélico sobre Ucrania marcaron un vertiginoso descenso en la calidad de vida de los ciudadanos rusos, que si bien nada tienen que ver con las decisiones políticas del Kremlin, están sintiendo en carne propia los resultados de la guerra comercial dispuesta sobre su país. No solo el rublo ruso se desplomó a mínimos históricos desde el inicio de la invasión con sus consecuentes derivaciones en la economía local, sino que además empresas, productos y servicios globalizados que formaban hasta hace muy poco parte de la vida diaria de millones de rusos desaparecieron en cuestión de días.
Algo que también comenzó a cambiar para estos ciudadanos es el acceso a Internet. Las nuevas directrices del gobierno de Vladimir Putin los desconectó rápidamente de redes sociales, contenidos y medios occidentales; imponiendo una suerte de cortina de hierro digital para controlar la información y reforzar la censura en un país donde Internet tiene una penetración de más del 85%. A la manía tiránica de Putin, los rusos también deben sumarle los embates claramente despóticos del viceprimer ministro ucraniano -y a la vez ministro de transformación digital-, Mykhailo Fedorov, quien días atrás solicitó a la Corporación de Asignación de Nombres y Números de Internet (ICANN) que desconectara el dominio de Rusia (.ru) de Internet y que cierre los servidores primarios del Sistema de Nombres de Dominio (DNS) del país.
En la práctica significa hacer inaccesibles todos los sitios web ".ru", ".рф" y ".su", los correos electrónicos y otros servicios rusos a personas tanto dentro como fuera de Rusia, eliminando de la red global a unos cinco millones de dominios. El pedido de Fedorov se topó rápidamente con una respuesta negativa: “Mantenemos la neutralidad y actuamos a favor de la internet global. Nuestra misión no incluye tomar medidas punitivas, emitir sanciones o restringir el acceso a algunos segmentos en la red, independientemente de las provocaciones”, dijo el CEO de ICANN, Goran Marby. La decisión fue apoyada por EFF, Electronic Frontier Foundation, una organización sin fines de lucro que vela por la conservación de los derechos de libertad de expresión en Internet. “Interferir en los protocolos fundamentales de la infraestructura de Internet tendría consecuencias peligrosas y duraderas", aseguraron -justificadamente- desde EFF.
Fedorov, de pluma evidentemente inquieta, también le escribió al fundador de Amazon, Jeff Bezos, pidiendo que la empresa dejara de brindar servicios en la nube en territorio ruso. También le envió una carta similar a Matthew Prince, cofundador y CEO de Cloudflare, una importante empresa de infraestructura de la red que -entre otras cosas- protege los sitios web de ciberataques. “Rusia necesita más Internet, no menos”, respondió Prince a través de un comunicado donde también aseguraba que la compañía había visto un "aumento dramático en las solicitudes de las redes rusas a los medios de comunicación de todo el mundo, lo que refleja el deseo de los ciudadanos rusos comunes de ver las noticias del mundo más allá de lo que se proporciona dentro de Rusia".
Sin embargo, otros importantes operadores de la red troncal de Internet no dudaron en desconectar a sus clientes rusos. Esta semana, la empresa norteamericana Lumen Technologies, que transporta un gran porcentaje del tráfico mundial de Internet, dejó de enrutar el tráfico de empresas y organizaciones rusas. Cogent, otro proveedor de red troncal, había hecho lo mismo días atrás, desconectando a millones de rusos del resto del mundo y aislandolos de fuentes de noticias independientes al Kremlin. Una medida sin precedentes en la historia de Internet.
Interferir en los protocolos fundamentales de la infraestructura de Internet tendría consecuencias peligrosas y duraderas
Pero Rusia también está preparando su propia barricada digital, ordenando a las empresas que trasladen el alojamiento de sus webs y servicios comerciales a servidores dentro del país, y solicitando a los proveedores de Internet reforzar la seguridad y conectarse a servidores de nombre de dominio (DNS) locales. Algunos analistas ven este pedido como una primera etapa de lo que sería una próxima desconexión de Rusia de la Internet global, algo que ya han probado en el pasado con el desarrollo de RuNet, una Internet soberana. En el año 2019 el gobierno ruso aseguró que probó este sistema exitosamente, configurando una inmensa red privada de sitios web desconectados del mundo exterior. “RuNet está dirigido solo a prevenir las consecuencias adversas de la desconexión de la red global, que está controlada en gran medida desde el extranjero”, justificó en su momento Vladimir Putin. En el actual contexto de la invasión a Ucrania, esas declaraciones cobran mucho más sentido.
De este modo, Rusia sigue los pasos de China con su “Gran Firewall”, o como se lo conoce oficialmente, el “Proyecto Escudo Dorado”, su propia versión de Internet donde prevalece la censura, el control de contenidos y la vigilancia de la actividad de los ciudadanos en la red. De hecho, Fang Binxing, conocido como el padre del del Gran Firewall de China, visitó Rusia en abril de 2016 para asistir en el diseño de RuNet y su arquitectura de opresión. Irán también es otro ejemplo similar, donde los contenidos y actividades en la red están vigilados y el acceso a información del extranjero está circunscripta a los caprichos de la empresa de telecomunicaciones estatal.
Los actuales acontecimientos evidencian que la existencia de una internet global y libre está en peligro. El riesgo de balcanización de la red es más real y concreto que nunca, no solo por iniciativas como la de China, Rusia, Irán y Corea del Norte, sino particularmente con la peligrosa demanda de desconexión que -con insistencia punitiva- exige Fedorov a líderes mundiales y empresarios tecnológicos. Su imposición no castiga a Putin, sino a los ciudadanos rusos, confinados a un sistema comunicacional totalitario donde el Kremlin es dueño de la narrativa. Pero sobre todo, sienta las bases de eventuales sanciones futuras donde los mayores perjudicados no serán una nación o un gobierno, sino sus habitantes.