Cuando en 1984 Motorola lanzó a la venta el primer teléfono celular portátil del mundo, el DynaTAC 8000X, marcó un hito en la historia de las telecomunicaciones, rompiendo con la noción de estar atado a un lugar fijo para hacer llamadas y transformando radicalmente el concepto de comunicación al introducir el concepto de movilidad. Era un dispositivo realmente novedoso y rupturista, pero su elevado precio (3.995 dólares, que ajustados a la inflación actual equivaldrían a unos $12.600) no estaba al alcance del público general, por lo que fue adoptado principalmente por ejecutivos, empresarios y celebridades que buscaban destacarse.
Su tamaño voluminoso, estructura rectangular y peso cercano a un kilogramo rápidamente le valieron el apodo de “el ladrillo”, tanto por parte de la prensa como de los consumidores. Además, a comienzos de los 80, la cobertura de red era muy acotada, por lo que solo podía ser utilizado en algunas ciudades grandes, y tenía varios condicionantes técnicos que lo hacían poco práctico. La interfaz era extremadamente básica, con un teclado numérico y algunos botones para el control de llamadas, y su autonomía dejaba mucho que desear: tras 10 horas de carga, apenas ofrecía 30 minutos de tiempo de conversación. Así y todo, a pesar de sus claras limitaciones, no solo se convirtió en un símbolo de estatus y modernidad, sino también en un ícono cultural, con visibles apariciones en el cine y la televisión.
Hoy en día, la computación espacial, un concepto relativamente nuevo que describe la integración de la interfaz gráfica de la computadora y sus aplicaciones con el mundo físico y tridimensional que nos rodea, se encuentra en su propio momento "DynaTAC 8000X". Si bien enfrenta claros condicionantes de ingeniería, su futuro se vislumbra como el próximo gran salto en la forma de interactuar con la información y entre nosotros.
Un sólido ejemplo de esta tecnología son las gafas de realidad mixta (MR) Vision Pro de Apple, introducidas al mercado a comienzos de este año. Este headset ofrece una calidad de imagen excepcional y la flexibilidad de pasar de un modo de realidad aumentada -donde se superponen elementos digitales al mundo real- a un modo de realidad virtual donde sumergirse por completo en un entorno simulado. Sin embargo, como toda tecnología emergente, aún presenta una serie de limitaciones y desafíos a resolver que impiden su adopción masiva en el mercado.
Entre sus aspectos negativos se encuentra un precio excesivamente alto (3.500 USD) prácticamente prohibitivo para el consumidor promedio, un peso de unos 650 gramos sin contar la batería, que lo hace bastante incómodo para el uso prolongado, y una duración de la batería de apenas dos horas con carga completa. Esta batería es externa y debe llevarse en el bolsillo conectada mediante un cable, lo que puede ser una molestia para los usuarios en movimiento.
A todo esto hay que sumarle una experiencia de uso que dificulta la interacción social con las personas alrededor, especialmente en el modo de realidad virtual, que bloquea la visión del entorno. Además, el uso de las Apple Vision Pro no pasa desapercibido en absoluto. El diseño, aunque minimalista y de alta calidad, es notablemente voluminoso, y quienes se aventuran a utilizar este dispositivo en público parecen personajes sacados de una película futurista, cuando no meros tecnófilos pretenciosos, posers digitales que buscan destacarse de los demás a través de sus gadgets.
Algunos gurús de la tecnología creen que en unos años la computación espacial reemplazará a los teléfonos inteligentes. Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Meta Platforms es uno de ellos, y si esto finalmente sucede, él espera que su empresa sea una de las líderes de esta nueva industria. Para que esto sea posible, en los últimos años ha invertido una enorme cantidad de recursos, tanto económicos como humanos, en el desarrollo de estos dispositivos de realidad mixta. Andrew Bosworth, director de tecnología de Meta, lo definió como “un camino prohibitivamente costoso”.
Los primeros frutos de esta apuesta se presentaron públicamente el pasado miércoles en Meta Connect, el evento anual donde la compañía muestra sus últimas novedades. Una especie de feria tecnológica donde Zuckerberg presume al mundo los avances que ha logrado en este campo y comparte su visión sobre el futuro. Y lo que exhibió es verdaderamente sorprendente: prototipos perfectamente funcionales de sus lentes Orion, el primer par de anteojos de realidad mixta de Meta.
A diferencia de otros productos similares, como las Vision Pro de Apple, Orion es lo más parecido a un par de lentes de lectura normales que se haya visto hasta el momento, solo que con marcos y patillas más gruesos. No necesitan una correa para ajustarlas a la cabeza ni una batería externa unida con un cable. Además, no levantan temperatura y, con el uso prolongado, no se vuelven pesadas ni incómodas. De hecho, pesan apenas 98 gramos, considerablemente más que unos lentes convencionales, pero mucho menos que cualquiera de los productos similares actualmente en el mercado.
Orion son, sin exagerar, una proeza de la miniaturización tecnológica. Casi una década de innovaciones, reducidas y compactadas hasta una fracción de milímetro, en el inequívoco aspecto de un par de anteojos tradicionales con lentes transparentes. Unos proyectores de microLED dentro de los marcos superponen imágenes digitales frente a los ojos, y gracias a una serie de cámaras y sensores diminutos en el borde de la montura que analizan el espacio tridimensional alrededor, los elementos proyectados pueden interactuar con el entorno. Esto permite, por ejemplo, realizar videollamadas con amigos o familiares y que estos aparezcan como avatares de tamaño real en la misma habitación, proyectar vídeos o películas en una pared, o trabajar en un enorme escritorio virtual que permanece flotante frente a nosotros.
Estos lentes se controlan mediante comandos de voz o a través de lo que Zuckerberg denominó “interfaz neuronal”, una pulsera de goma similar a una banda deportiva sin pantalla que mide la actividad eléctrica de los músculos y las neuronas que los controlan mediante electromiografía (EMG). Esto detecta movimientos sutiles de la mano y los dedos para hacer los necesarios clics y realizar selecciones sin la necesidad de tocar ningún dispositivo. Esta tecnología permite que los usuarios interactúen con los lentes de manera intuitiva, casi como si el pensamiento mismo estuviera ejecutando las acciones. El conjunto se completa con un elemento bautizado Wireless Compute Puck, una suerte de computadora inalámbrica del tamaño de un celular que se encarga de todos los cálculos necesarios para el renderizado de los gráficos, la IA y el análisis del espacio circundante.
Como era de esperarse, Meta también incluyó en Orion a su asistente de inteligencia artificial Meta IA, ofreciendo funcionalidades avanzadas contextuales respecto a lo que el usuario está observando. Esta integración permite una interacción aún más natural y útil con el entorno aumentado. Por ejemplo, al mirar un monumento histórico, Meta AI puede proporcionar instantáneamente información relevante sobre su arquitectura, historia y curiosidades, todo ello superpuesto delicadamente en el campo visual. Estando de compras, puede ofrecer comparaciones de precios, reseñas de productos o sugerencias personalizadas basadas en preferencias previas. Al mirar un plato de comida, puede identificar los ingredientes y mostrar información nutricional como calorías, grasas y nutrientes.
Los lentes Orion son apenas el inicio de algo que puede llegar a transformarse en la gran revolución tecnológica de la próxima década, aunque todavía faltan algunos años para que lleguen a las manos, o mejor dicho, al rostro de los consumidores. Actualmente, cada uno de estos prototipos le cuesta a Meta unos 10.000 dólares, por lo que solo han fabricado algunas decenas de unidades que están siendo probadas internamente por empleados de la empresa y algunos otros afortunados. Meta espera que cuando salgan a la venta, lo hagan al precio de un celular de gama alta o una computadora portátil, lo que los situaría en el rango de los 1.000 - 1.500 dólares. Nada mal para un dispositivo que el mismo Zuckerberg definió como “los lentes más avanzados del mundo”. Y tal vez tenga razón.