“Plateada y lunar
Remotamente digital
No tiene que hacer bien
No tiene que hacer mal
Es inocencia artificial
Prende y se apaga sola
Sale después de hora
Hay tanta gente sola
Hoy tanta gente llora”
(“La máquina de ser feliz”, Charly García)
Una docena de grupos activos en WhatsApp, 7 notificaciones en Instagram, 3 mensajes en Facebook y otro más en Twitter. La idea es responder a todo, mientras se sube una historia, se pispean las primeras noticias del día en la tele y de paso, se hace un repasito a algunas páginas web. También hay que hacer el desayuno y ayudar a los chicos a cambiarse para ir a la escuela. La taza de café se entibia en la mesa. Así empieza el día y es solo el comienzo.
Navegamos, mensajeamos, compartimos, googleamos, likeamos, scroleamos, hacemos zapping de radio y teve y pasamos horas viendo series, películas y documentales por streaming. El consumo de redes sociales y medios de comunicación masiva nos llena de datos. Información a cataratas, en abundancia, como establece en su libro, que lleva el término como título, el ensayista experto en Tecnologías, Pablo Boczkowski. Radicado en Estados Unidos, donde es profesor de comunicación de Northwestern University, encabezó una investigación en Argentina acerca de cómo afecta a las personas habitar este ambiente sobrecargado de palabras e imágenes. ¿Nos conmueven? ¿Cómo y hasta qué punto?
Distante de las teorías que vaticinan individualismo, violencia y desconocimiento de la mano de las plataformas, Boczkowski prende una luz – quizás, sea la llama de una vela- para empoderarnos como sujetos históricos capaces de elegir cómo transitar el universo que propone la digitalización, a pesar de la dificultad de “desengancharse”. Habla de un cambio cultural en la humanidad por el cual la mirada hacia los otros y otras supuestamente iguales capta la atención, en detrimento de los expertos y expertas, de la vigencia de la televisión y la masividad de Whatsapp, entre otras cosas. Acá, la entrevista con Rosario3.
—Comenzás tu libro Abundancia con una escena particular: personas en situación de calle viendo sus teléfonos celulares, atados a esas pantallas personales a pesar de sus carencias materiales. Y te preguntas cómo es la experiencia de vivir en este mundo cargadísimo de información. En primer lugar, ¿a qué te referís con el término abundancia, qué características tiene y si es un fenómeno exclusivo de nuestro tiempo?
—Cuando me refiero a la abundancia de información, me refiero a que vivimos con más información que nunca en la historia, simplemente es así. Nunca ha habido tanta información, entonces la pregunta que se hace el libro es cómo es la experiencia de vivir en un mundo con tanta información. Cuando yo digo la experiencia me refiero a las prácticas que llevamos a cabo, qué hacemos con toda esa información, qué sentido tiene para nosotros las distintas fuentes de información, los distintos contenidos, las distintas aplicaciones, etcétera. Y, cómo nos sentimos cuando consumimos, cuando interactuamos, cuando comentamos, cuando compartimos toda esa gran cantidad de información y los distintos tipos de información. Hay cosas que nos hacen sentir bien, otras que nos hacen sentir mal. Hay emociones ligadas a la alegría, el placer, al disfrute; otras a la angustia, otras a la bronca, al dolor, otras al enojo y el libro trata de entender de alguna manera si, usando una expresión la traducción literal en inglés, si hay un método en toda esta locura para decirlo de alguna manera, ¿no? Si hay patrones que cruzan más allá de experiencias individuales y personales y si ya hay patrones, cómo están organizados los mismos. Esto es la edad, es la clase social, es el género, es la educación, por ejemplo, si hablamos de parámetros sociales macro o es la estructura de ciertos rituales de la vida cotidiana o son los distintos significados que le atribuimos a las distintas informaciones, distintas aplicaciones etcétera, quienes de alguna manera organizan esta experiencia de vivir en un mundo con más información que nunca en la historia.
—¿Cómo fue el trabajo de investigación para conocer cuáles son las características de habitar este universo?
—Es un trabajo que hizo un equipo, yo no estuve solo, al contrario, mucha gente trabajó en esto. El libro lo terminé escribiendo yo, pero muchísimos estudiantes durante muchísimos meses hicieron tareas de recolección de datos y de transcripción, dirigidos por mi colega y queridísima amiga Eugenia Mitchelstein y por mí. Yo, después, hice mucho análisis, Eugenia también y algunes estudiantes también, de la información y por eso digamos, quiero que sea claro que no fui yo el único que tuvo involucrado este proyecto. Es un gran equipo sin el cual no hubiera sido posible esto. El trabajo consistió en lo siguiente: tomó 21 meses de entrevistas en profundidad a 158 personas en Buenos Aires, el Amba y sector del conurbano más pueblos y ciudades en cinco provincias de la Argentina, entre marzo de 2016 y diciembre de 2017. Y, en octubre del 2016 cuando teníamos más o menos un tercio del trabajo de campo hecho, realizamos una encuesta presencial en el Amba con 700 personas, que eso estuvo tercerizado a una empresa que se dedica a estas cosas que trabajó bajo nuestra dirección. Nosotros, habiendo realizado como un tercio de las entrevistas, más o menos, queríamos testear de alguna manera a nivel más representativo de la población, si algunos de los patrones que veíamos en cuanto a los hallazgos de alguna manera podían ser generalizados.
—¿Qué resultados obtuvieron? ¿Cuál es el medio de comunicación más utilizado y en qué forma se consume? ¿Qué sucede con la televisión?
—Los medios que más se consumen son los audiovisuales. Cuando le preguntamos a la gente cómo pasa su tiempo, cómo se entretiene, tanto usando medios como no usando medios. La mayor parte del entretenimiento está mediatizada, y dentro de eso la televisión sigue siendo el dispositivo número uno. Es interesante eso porque cuando surge Internet se escribe muy prematuramente el epitafio de la televisión y la verdad es que la televisión no ha muerto, sino que está más viva que nunca. A través, en parte, de la gran versatilidad que tiene puede reinventarse. Es la televisión abierta, es la televisión por cable y en ambas se surfea de alguna manera. Se juega con el control remoto, perdés un poco el tiempo y todo eso. Después tenés la televisión por streaming, que tiene una lógica distinta, es una lógica más de búsqueda que de surfear. Y tenés después toda la televisión conectada a Youtube y a todos los servicios de Internet. Y toda esa versatilidad que tiene la televisión en cuanto a las distintas televisiones que engloba también se conecta con la gran versatilidad que tiene a nivel social. Esto es: la tele es algo que se ve solo o sola o sole, se ve con gente, se ven distintos lugares de la casa y hoy en día se puede ver en transporte público, en los bares, siempre se pudo ver en los bares digamos, pero se puede ver cuando te vas a cenar por tu cuenta y en realidad en lugar de leer algo o mirar a la gente, agarrás el celular y ves tele porque ves partido de fútbol o lo que sea, el noticiero y demás. Gran parte del éxito de las redes más en boga como Instagram o TikTok es una suerte de reinvención de la tele, que a su vez impactan los lenguajes televisivos. La tele es una caja de sorpresas. Si se quiere lo vamos a ver ahora a partir del domingo (Mundial de fútbol) la gran cantidad de tiempo que vamos a pasar en la tele las distintas formas de la tele, porque vamos a ver el mundial en vivo, vamos a estar comentando las jugadas vídeos incluso de jugadas que se van a cortar en el entretiempo. Lo vamos a estar comentando por Whatsapp o por Instagram o por la red que guste este. Vamos a estar haciendo montón de cosas incluso posteando videos nuestros viendo los partidos en las redes para que otras personas lo vean.
La otra cosa muy interesante de la televisión, no solamente esta suerte de reinvención y de gran versatilidad tanto como medio como en la incorporación digamos en la sociabilidad contemporánea, sino que la tele -cosa que a mí me llamó más la atención, que yo lo que digo en los libros- es que es el somnífero no químico más utilizado. Es de alguna manera una forma fundamental para una gran cantidad de gente en la población para irse a dormir, no se puede ir a dormir si no ve un poco de tele y no le importa qué está viendo, lo que importa es que se cierre el día con eso. Y, para mucha gente se abre el día con eso, para ver el tránsito, las noticias, mientras le da de comer a los chicos, mientras te vestís, si tenés que salir a trabajar, si trabajás en tu casa, mientras te relajás un poco. A veces lo haces con el celular, muchas veces tenés la tele prendida. Es realmente notable la gran versatilidad y la longevidad de la televisión.
—En Abundancia señalás que existen ciertas particularidades en la sociedad argentina que se relacionan a determinados consumos, ya sea de medios de comunicación masivos como de redes sociales. ¿Qué pudieron ver en cuanto a Whatsapp?
—Whatsapp es todo en Argentina, no solo en Argentina en otros países también. Argentina tiene, si uno lo mira en el contexto de los casi 200 países que existen en el planeta comparativamente, por ejemplo al país donde yo vivo que es Estados Unidos, una cultura asociativa muy densa, muy profunda, muy fuerte y muy central en la vida cotidiana, mucha parte de nuestra vida como argentos está en función de esos vínculos sociales que han hecho de, como yo digo en el libro, de que la amistad sea un arte. En Argentina es un arte la amistad, en una forma que no lo es en muchos otros países del mundo. Es muy común en los grandes centros urbanos en Buenos Aires, cualquier día de la semana, a las 11 de la noche los restaurantes están llenos, digo en los barrios de clase media para arriba, si se quiere, pero incluso en las familias en situación menos holgada hay otras formas de socializar, cosa que el hemisferio norte está reservado para los viernes, sábado y domingo a la noche y hasta ahí porque a las 10.30 más o menos te vas guardando. En Chicago, que es la tercera ciudad más grande de Estados Unidos donde yo vivo, la mayor parte de los restaurantes, cierra la cocina a las nueve de la noche los días de semana. Los bares cierran a las nueve de la noche, muchas veces los bares de vinos y parece increíble. Entonces, redes como WhatsApp, que son servicios de mensajería vueltos en redes, sobre todo en función de los grupos, no tanto de la mensajería individual, se transforman en herramientas que potencian esa cultura asociativa que es preexistente, que viene desde la pulpería, que no está inventada por Whatsapp. Lo que pasa con WhatsApp es que tenés el grupito de esto, el grupito de lo otro y tenés 500.000 grupos, cada grupo todo el mundo interviene. En Estados Unidos y en algunos países de Europa se viene diciendo hace mucho que las redes nos vuelven personas más solas y aumentan la soledad y lo que yo encontré en parte de la investigación, es que, en un contexto como el argentino, el gran desafío no es la soledad sino la gestión de la sociabilidad que abruma. Lo que abruma no es la posibilidad de no tener con quién conectarse, lo que abruma es la gran cantidad de conexiones y cómo se gestiona eso: cuando te levantás a la mañana y tenés 350 Whatsapp para responder.
—¿Esa abundancia de información genera perturbación, ansiedad, a las personas o es algo positivo? Como vos decís, tengo 300 mensajes por responder, esa situación, según el estudio que hicieron, ¿cómo se analiza?
—Bueno, no lo podemos ver clínicamente porque el tema de la ansiedad es un tema psicoterapéutico, psiquiátrico. Yo no me atrevo a diagnosticar en ese sentido por eso yo en el libro uso la palabra apego y no la palabra adicción, que es lo que muchas veces se usa para hablar de esto. Para mí el tema no es si la información nos hace bien o nos hace mal, porque no es la información en sí, lo que yo creo es que estamos como personas que vivimos en sociedad en un momento de transición acerca de la relación que tenemos con la información en lo que hace a nosotros mismos y en lo que hace a las otras personas con las que relacionamos. Nadie nos fuerza a estar en las redes, nadie nos fuerza a pasar la cantidad de tiempo que pasamos en las redes y de hecho hay gente que no está en las redes, hay gente que está en una red y no en otra, y hay gente que pasa mucho tiempo y la gente pasa poco tiempo en las redes. Sí hay, de todas maneras, si uno mira el conjunto de la sociedad, mucha dificultad de despegarse. Sí, lo que nos cuesta no es despegarnos de la información, lo que nos cuesta es despegarnos de estar mirando, chusmeando, en la vida de los demás. Y nos cuesta despegarnos de tratar de mostrar una versión editada de nuestras vidas. Porque lo que mostramos en las redes no es nuestra vida, es una versión editada de nuestras vidas y es eso en general lo que yo creo causa un poco de angustia: que nosotros sabemos que estamos editando nuestra vida, pero cuando vemos la vida de les otres en las redes, nosotros pensamos que son vidas reales cuando en realidad son vidas editadas. Sin embargo, el primer impulso es pensar que eso es la vida real, entonces es un poco el desfasaje o la diferencia entre esas vidas supuestamente editadas y lo que nosotros sabemos que es nuestra vida real lo que genera conflicto interno.
Si nosotros no tuviéramos, lo hablo a nivel promedio -no es una persona u otra porque todos somos distintos como como seres humanos-, pero si en general no hubiera, en comparación con lo que sucedía hace 30 años, esa pulsión, para decirlo de alguna manera, a mostrar tanto ni tanto interés en lo que le pasa a los demás, quizás no habría esta dificultad de despegarnos. Con lo cual, no es la información, sino es la actitud hacia la información porque hay muchos otros tipos de informaciones que no importan que no interesan. La información sobre la discusión del presupuesto que es importantísima en cualquier país, en cualquier momento, es importantísimo para la vida en sociedad, porque la caja es lo que decide gran parte de lo que pasa en la vida pública, no le interesa a nadie. Es una exageración lo que estoy diciendo, pero interesa muy muy poco a pesar de que es muy importante, pero los gatitos, esto es una de las cosas más banales que es muy poco importante, interesa muchísimo. ¿Y por qué interesa muchísimo? Porque está esta cosa de ver y ser visto que es muy muy fuerte. No es que no existía antes, pero hoy en día se ha vuelto muy fuerte. Pero no es la información lo que lo genera. Si se quiere, es en la gran abundancia de la información donde esto se hace visible y se potencia, pero no lo que lo genera.
Por eso, a mí me parece que cuando se habla de que nos hemos vuelto adictos al celular o a las redes, en realidad es un es un error semántico, pero muy importante en sus consecuencias. Porque entonces la atención se posa sobre cómo podemos hacer para regular las redes y en realidad no pasa por ahí, porque si vos regulás las redes, se va a inventar otra cosa, otro dispositivo, otra aplicación que genere la misma visibilidad respecto de uno, respecto de las otras personas, y que, eventualmente, va a llevar a lo mismo. Ahí está el meollo de la situación: yo creo que estamos deviniendo en personas distintas en sociedad.
—Vos hablás de un gran cambio cultural con este refuerzo de la mirada hacia el otro, hacia la otra, y de un corrimiento de los expertos de ese lugar.
—Sí, porque lo que miramos es la persona común en lugar de que una gran parte de las miradas se pose sobre los expertos. Lo que nos ha fascinado en las últimas décadas es la persona común y en ese sentido, volviendo a la televisión, yo personalmente creo que tiene una influencia cultural, absolutamente fundamental en entender el mundo de las redes de hoy, porque la tele, sobre todo, a través del reality es lo que prepara culturalmente el terreno para la masificación del reality que son las redes. Y es por eso que tengo entendido, no vivo ahí, pero me cuentan mis amigos y colaboradores, que el Gran Hermano es un gran éxito ahí. Sí, es un programa de televisión hipertrillado, increíblemente previsible, a pesar de que las vidas de todas estas personas son todas distintas, todos los reality son totalmente previsibles y son siempre lo mismo. Es un género que tiene distintas variaciones, digamos, yo creo que es menos previsible Misión Imposible, que un reality pero, aun así, captura la imaginación de la gente de una manera increíble porque toca esta beta del cambio cultural hacia el voyerismo y el voyerismo posado sobre personas comunes, no las personas especiales.
—Cuando te referías anteriormente a la sociabilidad, y decías que el uso de las plataformas no nos ha vuelto, al menos en nuestro país, menos sociales, sino que, al contrario, promueven el encuentro con otras personas, ¿qué sucede con esto de que las redes nos han permitido expresar opinión y creer que participamos? ¿Hay una vida abstracta digital?
—No, yo creo que no hay una vida digital y una vida no digital. Creo que hay una vida, que la vida se desenvuelve en distintos entornos: uno es el entorno digital, otro es el entorno urbano y tercero que es el entorno natural. La naturaleza, el entorno físico que construimos, las ciudades, las aldeas, los pueblos, etcétera y el entorno tecnológico que construimos, pero la vida es una sola. No hay dos vidas. Entonces, cuando se participa en uno, muchas veces tiene correlatos en el otro, aunque uno no haga esos correlatos y aunque uno no esté en las redes, o sea, si pasa algo divertido con los hijos de Messi en la cuenta de Instagram de Messi o de su esposa, eso va a salir en todos los medios de comunicación, entonces toda la gente que no tiene redes, pero que ve los medios, se va a enterar y eso se va a comentar después en los cafés, en las casas, etcétera, con lo cual termina entrando en el entorno urbano también. Yo creo que son modos de participación, creo que no son los únicos modos de participación posible. Si uno mira lo que dicen las investigaciones sobre la efectividad de los movimientos sociales, por ejemplo, si la participación no va del entorno digital al entorno urbano también, si no hay movimiento en las calles, lo digital solo no alcanza. Si hoy en día hay solo movilización en las calles, pero no tiene un correlato en lo digital muy posiblemente tampoco alcance. Las campañas políticas, de alguna manera, lo han entendido perfectamente: solamente con la movilización en las redes para un candidato político no alcanza, sin las redes tampoco alcanza. Sí, este lo no pasa con la televisión, si vamos al caso para mí lo que digamos me queda muy claro, es que junto con esto de que nos interesa cada vez más la persona común y no tanto la persona experta, las redes lo que hacen es que bajan la posibilidad de acceso para tener un micro público.
Antes, solo las personas expertas podían acceder normalmente a tener una voz representada en los medios de comunicación. Todo el mundo tiene una voz, pero antes muy pocos podían estar regularmente en los medios de comunicación. Hoy en día, cualquiera con acceso a Internet, que no son todas las personas, puede abrir una cuenta en una plataforma de red y tener un micro público. Pueden ser 20, 200, y la sumatoria de todos estos micro públicos genera competencia por la atención de la gente que se va de los medios tradicionales a las redes. Y en ese sentido, las redes son un espacio tanto de emancipación como de opresión, depende para qué se lo use, y lo usan todes. No es de une ni de otre y es medio lógico que sea así porque lo mismo pasa fuera de las redes. Entonces pensar que las redes son una cosa y no otra, a mí siempre me pareció inocente. Las redes son un reflejo en cierto sentido de la sociedad que incluye la gran concentración de capitales y la regulación relativamente laxa de las empresas de mercado, digamos empresas con fines de lucro.
—En la primera página del libro citás a Luis Alberto Spinetta con su “Mañana es mejor” y se me hace que es un poco tu sustancia, esta capacidad de ver luz. ¿Cómo pensás que será lo que viene?
—Sí, al libro lo abro con dos fragmentos de letras de dos canciones populares argentinas, una es de (Aníbal)Troilo y otra de (Luis Alberto) Spinetta. Efectivamente, ése es un fragmento de "Cantata de los puentes amarillos", del mejor disco de Luis y compañía, Pescado Rabioso, que fue Artaud. Yo soy cautelosamente optimista y sé que en ese sentido tengo una postura muy Calamaresca frente a al rol de la tecnología en la sociedad. Además, vivimos en una época en la cual, el discurso distópico ha echado raíces y está en boca de la mayoría, tanto de los profesionales, como de los políticos, como el de los que hacen políticas públicas, las personas de medios, la gente en general. Y yo entiendo en parte el por qué, pero me parece que muchas veces no hay evidencia científica que apoye semejante postura distópica. Todo lo contrario, tampoco hay evidencia científica que apoya una postura utópica y yo no la adopto en el libro. Yo soy moderadamente optimista, digamos, no es que soy desaforadamente optimista, pero también un poco calamarescamente, digamos, por esto de Andrelo de ir contra la corriente como el salmón, porque a mí me parece que el discurso distópico de base, para decirlo de alguna manera, tiene consecuencias performativas. Si uno piensa que todo es un desastre, que mañana va a ser horrible, que siempre va a ser peor y que es culpa de los algoritmos esto y lo otro; es un discurso que desempodera en cierto sentido. O sea, todas las personas somos sujetos históricos, históricas, históriques, estamos a cargo de nuestro destino por más que podamos aportar un pequeñísimo granito de arena nada más frente a grandes conglomerados internacionales o grandes estados etcétera, etcétera. Pero, si nos resignamos a tener una posición de objetos históricos, esto es donde la historia nos hace a nosotros y no nosotros hacemos a la historia, eso nos desempodera. Es una situación si se quiere tranquilizadora, paradójicamente, porque es todo un desastre, pero bueno, no es mi responsabilidad, no tengo nada que hacer, no puedo hacer nada frente a eso, pero al mismo tiempo realmente nos desempodera porque si yo no puedo hacer nada, no voy a hacer nada y entonces la historia me va a hacer a mí. Yo en el libro, por una cuestión de pura evidencia científica, no encuentro motivo para ser distópico ni en éste ni en los otros que he escrito últimamente, están todos basados en evidencia empírica. Tampoco, insisto, encuentro motivo para ser utópico como se lo era hace unos 25, 30 años cuando surge la comercialización de Internet y demás, pero me parece que yo sí creo que en serio mañana va a ser mejor, pero no lo sé. Sin embargo, quizás es importante creérnoslo porque entonces nos vamos a preguntar que mañana queremos construir y cómo queremos hacer que sea mejor.