El 17 de diciembre del 2010 comenzó en Túnez lo que se conoce como la Primavera Árabe. En una ciudad del centro del país, a un jóven de 26 años llamado Mohamed Bouazizi, vendedor ambulante desde niño, le confiscaron las frutas y verduras de su carro. Lo hacían regularmente pero en esta ocasión, una de las agentes lo abofeteó y empujó. Entonces, el muchacho se dirigió a las oficinas del gobernador pero nadie escuchó sus demandas. Por eso, tomó la drástica decisión de prenderse fuego. 

Su madre cree que su móvil no fue la pobreza, sino la humillación. Quizá, el motivo fue el robo de la dignidad. Las Naciones Unidas consideran que la pobreza es una violación de la dignidad humana. Y Mohamed era pobre porque la dictadura de Ben Alí le usurpó la dignidad y también los sueños de él y de toda una nación. Las llamas de Bouazizi no fueron en vano y lograron encender una mecha que se extendió por once países árabes. En éstos, millones de ciudadanos se levantaron contra dictadores y autócratas de décadas: Egipto, Libia, Yemen, Bahrein, Líbano, Siria, etc. 

En la madrugada de este domingo, las calles de Damasco (Siria) se convirtieron en el escenario de un cambio político cuando las fuerzas rebeldes, lideradas por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), ingresaron a la ciudad capital. (Efe)

En algunos, las revueltas lograron terminar con los regímenes autoritarios, pero pasado un tiempo volvieron nuevos. En otros, los líderes maquillaron con algunas pequeñas reformas y lograron relativa estabilidad. Y hay un tercer grupo, en donde se iniciaron guerras intestinas que aún continúan. Siria fue uno de estos países. Allí gobernaba desde 1971 la dinastía Al Assad. Primero, el padre Háfez y desde su muerte en el año 2000, su hijo Bashar. Éste último lanzó, en 2011, una represión tan fuerte contra los pedidos de democratización, que derivó en una guerra civil. 

Esta contienda que duró 12 años, destruyó el país, más no a la dictadura que se mantuvo más represiva e intolerante que antes. 

En un principio, los movimientos pro democráticos en Siria fueron apoyados por occidente, principalmente por Estados Unidos. Pero pronto, entraron en juego nuevos actores internos y externos. Entre los de adentro, reaparecieron grupos pre existentes con diferentes ideologías y lealtades. Por ejemplo, comunidades jihadistas y luego el Isis -un remanente de Al Qaeda de Osama bin Laden- que fue desmembrado a lo largo de la guerra. Aunque aparentemente estaría resurgiendo. 

Luego, se sumaron otros actores con ansias de protagonismo regional. Y entonces se terminó con la esencia de la revuelta.

Plaza de los Omeya en Damasco el viernes pasado, ciudad que vive unos días de transición tras la reciente caída del régimen de Bachar al Asad (Efe).

El gobierno de Bashar Al-Assad se pudo mantener en el poder gracias al apoyo principalmente de Rusia, Irán y Hezbollah. Pero desde hacía un tiempo, tuvieron que desviar sus recursos y atención a otras guerras: el gobierno de Putin a Ucrania y el grupo fundamentalista y el régimen de los ayatolas a Israel. Esto debilitó fuertemente el sostén del régimen sirio y a los soldados del ejército.

Según diversos informes, el salario de los combatientes apenas cubría la comida de dos o tres días. Muchos de sus miembros se encontraban al borde de la inanición y en un estado psicológico muy preocupante. Cuando Al Assad decide aumentarles el salario en un 50 por ciento, fue unos días antes de la revuelta. Pero ya era demasiado tarde. Esa fue una de las claves de por qué, en tan sólo unos pocos días los rebeldes lograron tomar las principales ciudades del país desde el norte hacia el sur. Primero Alepo, luego Hama y por último la capital, Damasco. 

En Siria no hay otro ánimo que la esperanza. Aunque también se observa con cautela.

Las familias de los desaparecidos en la Siria de Bachar al Asad -decenas de miles según diversos organismos internacionales- pueden por fin llorar y lamentarse por sus seres queridos (Efe)

De acuerdo con datos de Naciones Unidas, la guerra ha dejado al menos 500 mil muertos, 6.8 millones de refugiados en terceros países y miles de detenidos en cárceles inhumanas. Las imágenes que hoy recorren el mundo son estremecedoras. Los rebeldes liberaron a su paso a aquellos prisioneros donde Al Assad cometió las peores torturas y vejaciones. Hay cientos de desaparecidos. Las fuerzas del régimen lanzaron miles de bombas de barril sobre sus propios ciudadanos. Algunos hasta fueron gaseados con armas químicas.

Quien ha tomado la posta en el gobierno de transición es Abu Mohamed Al Jawlani, ex yihadista, un líder rebelde del grupo HTS (Organización para la Liberación del Levante). Es considerado terrorista por Estados Unidos que ofrece una recompensa por su captura. Aunque parece haberse vuelto un moderado. En sus primeras declaraciones ha expresado que “esta victoria marca el inicio de una nueva historia para toda la umma (nación) islámica y para toda la región”. Se teme que su liderazgo derive, como ha ocurrido en otros países árabes, en un autoritarismo represivo.

Para mostrar moderación se ha designado como Primer Ministro y encargado de la transición a otro rebelde, Mohamed al Bashir. Éste ha hecho un llamamiento a los millones de refugiados sirios para que regresen al país y aseguró que “garantizará los derechos de todos los pueblos”. Su pedido tiene mucho sentido en este contexto de desmembramiento: “Mi llamamiento es a todos los sirios en el extranjero: Siria es ahora un país libre que ha recuperado su orgullo y su dignidad. Vuelvan. Necesitamos reconstruir, levantar de nuevo al país, y necesitamos la ayuda de todos”.

Imagen de 'Branch 215', prisión del régimen de Assad (Efe).

El gran desafío que tiene hoy Siria es la unión de las diferentes fuerzas que atraviesan el territorio, y lograr la unidad bajo un mismo líder. El país se encuentra desmembrado y podría fácilmente derivar -como ha ocurrido en otros países luego de la Primavera Árabe- en luchas sectarias donde diversos grupos armados colaboren con los radicales islamistas e intenten sacar rédito de otro Estado caótico y fallido en Medio Oriente. Hasta ahora, fue relativamente simple unirse para destruir a un enemigo común: Bashar Al Assad. 

Pero el futuro de una Siria dividida no es sólo una amenaza para sí misma sino también para el vecindario y el mundo. 

Tal vez suene demasiado pretencioso buscar el éxito de una revolución republicana en el mundo árabe. La región jamás estuvo incluida en los mapas de las democracias globales o de los derechos de libertad de elegir a todo nivel. Serán claves en esta nueva etapa la construcción de confianza, la inclusión de todas las partes y la voluntad de superar las divisiones. Las voces de estos, sumadas a la de los refugiados, los sobrevivientes y las nuevas generaciones serán las que puedan forjar un futuro donde la dignidad perdida finalmente se recupere.