Javier Milei será el nuevo presidente de la Argentina. El libertario capitalizó el enojo de gran parte de la población con la dirigencia tradicional y le ganó el balotaje a Sergio Massa por un margen mucho más amplio que lo esperado: le sacaba más de once puntos de ventaja (55,7% a 44,3%). El resultado pone a la democracia argentina frente a una dimensión desconocida: un outsider con apenas dos años en la política, de rasgos personales autoritarios y equilibrio emocional frágil, al frente de una fuerza abiertamente procesista con una vicepresidenta que defiende con fiereza a los genocidas, que planteó propuestas que suenan inviables y son una amenaza para derechos importantes para buena parte del la población, que niega el cambio climático y propone privatizar desde los ríos hasta la salud pública, encabezará el gobierno de un país que sobrevuela la quiebra económica, y que social y políticamente está partido.

Cómo será su gobierno es una incógnita. Los próximos días de transición hasta el 10 de diciembre, cuando asuma, también lo son. ¿Cómo reaccionarán los mercados? ¿Buscará Milei forzar una hiperinflación rápida para que el gobierno termine de hundirse, el país estalle antes de que asuma y se acomode la situación a su aspiración dolarizadora?

La motosierra

En su discurso de festejo, el presidente electo dijo que todo lo que pase hasta su asunción es responsabilidad de la actual gestión y sobre la suya dio pistas de que el ajuste que intentará aplicar para equilibrar las cuentas públicas será sin miramientos, con motosierra. "No hay lugar para gradualismo, no hay lugar para la tibieza, no hay lugar para medias tintas. Si no avanzamos con los cambios estructurales nos dirigimos a la peor crisis de la historia", advirtió. 

Consciente de que eso abrirá disputas en la calle, también se mostró dispuesto a recurrir a la herramienta de la represión. "Sabemos que hay gente que se va a resistir. A todos ellos quiero decirles lo siguiente: dentro de la ley todo, fuera de la ley nada", afirmó.

Una pregunta es fundamental. ¿Qué rol tendrán Mauricio Macri y Patricia Bullrich, los socios que sacaron al ahora presidente electo del pozo que significó el segundo lugar en las elecciones generales del 22 de octubre, que garantizaron un aparato de fiscalización que fue clave para el triunfo en el balotaje y que ofrecen ahora cuadros de gobierno y músculo legislativo de los que la Libertad Avanza carece y necesita?

El aporte del PRO duro a la victoria de Milei –que en su discurso se mostró muy agradecido con Macri y Bullrich– fue fundamental en la campaña y puede serlo también para la gestión. Macri se convirtió en una especie de garante para que el libertario tuviera el respaldo del grueso del electorado de Juntos por el Cambio especialmente del centro del país –arrasó en Córdoba, Mendoza y Santa Fe–, para el cual pesó más la bronca al kirchnerismo, el sentimiento antiperonista, que el miedo al salto al vacío que representa Milei.  

Ahora, el expresidente acaso quiera asumir una especie de papel de contralor que ponga límites y también contenido al programa libertario, que en realidad no es más que una serie de eslóganes de dudosa factibilidad. Ya lo dijo Macri: muchas de sus propuestas son irrealizables pero tienen que pasar por el Congreso, donde el libertario dependerá de su ayuda.

El libertario salió ya a la caza de nuevos apoyos en otras fuerzas: "Todos aquellos que quieren sumarse a la nueva Argentina serán bienvenidos. No importa de dónde vengan", remarcó, acaso porque con el  macrismo no alcanza, pero también para quitarle capacidad de condicionamiento a Macri. Se trata, después de todo, de un presidente con bloques muy minoritarios en el Congreso y sin siquiera un gobernador propio. Pero presidente al fin y, por lo tanto, dueño de resortes de poder fundamentales para todos los demás dirigentes que tienen responsabilidades de gobierno en el país.  

¿Y el peronismo?

Para Massa, en tanto, ser ministro de Economía y hombre fuerte de un gobierno con el 150 por ciento de inflación anual y 40 por ciento de pobreza, en el que el presidente y la vicepresidenta son invisibles, se convirtió en una mochila imposible de cargar. 

Ni en provincia de Buenos Aires tuvo una victoria importante Massa: la diferencia a su favor no superaba los dos puntos. Casi todo el resto del país prefirió al libertario, que perdió solo en otros dos distritos: Formosa y Santiago del Estero.  

Axel Kicillof, aunque en su distrito el resultado haya sido peor al previsto, queda anotado en la disputa para la renovación de liderazgos dentro de en un peronismo que corre un altísimo riesgo de fractura, algo que también atraviesa a Juntos por el Cambio donde a diferencia de Macri y Bullrich son muchos los dirigentes que, como Elisa Carrió, Horacio Rodríguez Larreta y el grueso de la UCR, plantean que su posicionamiento frente al gobierno de Milei será de oposición lisa y franca. 

La sociedad fundadora del Frente de Todos –Massa, Cristina Kirchner, Alberto Fernández– ya está rota de hecho y se sabe que si hay algo que en el justicialismo no se perdona es la derrota.

Sin embargo, en el discurso en el que reconoció aun sin números oficiales el resultado, el ministro de Economía buscó posicionarse ya como referente de un oposición moderada y comprometida con la defensa del sistema democrático. "Los resultados no son los que esperábamos. Me he comunicado con Javier para felicitarlo y desearle suerte porrue es el presidente que eligió la Argentina. Lo hice convencido de que lo más importante que le tenemos que dejar a los argentinos es el mensaje de la convivencia y el respeto por la paz frente a tanta violencia y descalificación", afirmó. 

Gracias al uso que hizo del miedo que genera Milei en la campaña, Massa pudo estirar la esperanza de un peronismo que si fuera juzgado solo por su gestión de gobierno difícilmente hubiera podido entrar al balotaje. Finalmente, la derrota de este domingo fue grande, pero no tanto como la decepción que generó la administración de los Fernández. Aunque no le alcanzó, Massa recibió el apoyo de sectores que históricamente no votaron al PJ y que esta vez sí porque se sintieron aterrados no solo por la propuesta económica del candidato libertario, sino también por su amenaza y la de la ahora vicepresidenta electa, la procesista Victoria Villarruel, para consensos básicos de esta democracia que cumple 40 años con un resultado electoral que la pone en cuestión como nunca. 

La bronca que se aglutinó en torno al clivaje casta-anticasta que planteó originalmente Milei, y el odio al kirchnerismo que agitó al dilema continuidad-cambio que le sumó el macrismo, fueron mucho más fuertes que la pavura que guió la resistencia de Massa, cuya promesa de gobierno de unidad nacional tampoco prendió para pescar votos en la pecera de los candidatos que quedaron afuera del balotaje. 

Experiencia inédita 

 

Así las cosas, Argentina ingresa a una experiencia inédita en estas tierras, pero que sí tiene antecedentes recientes en otros países del mundo, como los de Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil. Populismos de ultraderecha, que en aquellos casos llegaron declamando liberalismo pero impusieron autoritarismo y prácticas antidemocráticas. 

Si se toma en cuenta justamente lo que pasó en el país vecino hay que decir que allí el gobierno de Bolsonaro tuvo pobres resultados y esto se tradujo en su derrota electoral cuando se presentó a la reelección, con el regreso al poder de Lula da Silva. Milei tiene para aprender de eso y no repetir errores.

La paradoja argentina es que los que no votaron en primera vuelta a Milei pero sí lo hicieron en el balotaje porque no quieren otra cosa que terminar con el kirchnerismo, como prometió Patricia Bullrich, acaso le hayan dado otra vida a eso que detestan. Es que un triunfo de Massa hubiera abierto en el peronismo un proceso de recambio del liderazgo interno protagonizado por un dirigente que no es justamente un soldado de Cristina. En cambio, no debe haber dirigente más cercano a la vicepresidenta que Axel Kicillof, el gobernador del PJ que mejor parado queda después de este proceso electoral eterno. Provincia de Buenos Aires será, finalmente, el espacio de poder en el que se refugiará la dirigencia K más pura.  

Como sea, se abre ahora un escenario desconocido para el país, en el que construir gobernabilidad no será una tarea sencilla. Un reseteo cuyos alcances y consecuencias son impredecibles, en un marco económico muy delicado y con una representación política fragmentada como nunca.