Como una manera de demostrar que el país ha salido del aislamiento de los últimos cuatro años bolsonaristas, “Brasil ha vuelto” es una de las frases de cabecera que utiliza Luiz Inácio Lula da Silva en la escena mundial. Una de las metas principales de este tercer gobierno, es evidenciarse proactivo en todo lo relacionado a la lucha global contra el cambio climático. Por eso, en noviembre de 2022, aunque todavía no había asumido como presidente, asistió a la Cumbre del Clima COP27 en Egipto.
Si bien el medioambiente fue un tema importante entre 2003 y 2011, sus dos primeros mandatos, ahora también lo es en la actual administración de Lula. Aunque en este momento reviste distinto contexto. El líder del PT es consciente que una política activa en la lucha contra el cambio climático, es una manera de que Brasil recupere protagonismo y reputación internacional, y eche cimientos sobre el poder blando. Ese que ha perdido hace rato, no solamente gracias a su antecesor, sino también a clivajes internos como un impeachment, casos de corrupción, traspiés económicos, etc.
El mandatario sabe que su país es una parte esencial para resolver la crisis climática planetaria. El Amazonas, se extiende por nueve países sudamericanos, pero dos tercios se encuentran dentro de Brasil, cubriendo más del cincuenta por ciento de su territorio.
Más allá de su biodiversidad, este territorio selvático es indispensable para la conversión del dióxido de carbono en oxígeno que la tierra necesita para respirar. Si este ecosistema sigue perdiendo árboles, dejará de absorber dióxido de carbono, y pasará a emitirlo. De esta manera, el pulmón del mundo dejará de contribuir a la solución de la crisis climática y conseguirá agravarla.
En este marco, esta semana se llevó a cabo en Belem, por iniciativa de Lula, la Cumbre del Amazonas. Participaron autoridades de ocho países que comparten este territorio: Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Surinam. La Cumbre, que se extendió por dos días, es una reunión de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), una débil alianza que se ha reunido apenas tres veces en 45 años de existencia. Hacía 14 años que los presidentes de estos países sudamericanos no se congregaban para elaborar planes para la protección de la región y enfrentar sus problemas.
El discurso inicial del presidente anfitrión fue esperanzador. Éste se refirió a una “cita histórica” y “un antes y un después”. Empero, la cumbre fue un tremendo fracaso. Los resultados fueron tan magros, al punto que los países no pudieron ni siquiera fijar metas comunes en temas clave, como la lucha contra la deforestación.
Se considera que hoy, ésta ha alcanzado a un 20 por ciento del territorio amazónico, y que no está lejos del punto de “no retorno” en términos de equilibrio climático global. Lula propuso para Brasil la meta de “Deforestación Cero para el 2030”, y quería el mismo compromiso del resto de los países. Éstos se comprometieron a hacerlo, pero a sus propios ritmos.
La pregunta es: ¿hasta dónde el liderazgo y la determinación de Lula pueden empujar a un cambio en cuestiones climáticas? El presidente ha encontrado muchas barreras en esta carrera.
La primera, hacia adentro. Lula debe surfear un fino equilibrio, en primera instancia con su propio discurso, ya que no muestra señales de dar por terminados los beneficios de una economía extractivista. Más allá de que sus expresiones están puestas en reducir al máximo el daño ambiental, la política petrolera sigue su curso. Justo tres días antes del comienzo de la Cumbre, el mandatario declaró estar esperando el criterio “técnico” ante la nueva petición de Petrobras para explorar un yacimiento en la desembocadura del Amazonas.
Se estima que en este territorio habría hasta 15 mil millones de barriles de petróleo y 30 billones de pies cúbicos de gas a unos 60 kilómetros del litoral, tanto en aguas poco profundas como en aguas profundas. Es sabido que la exploración en esa región comporta grandes riesgos ambientales y enormes desafíos de infraestructura.
Además, el mandatario cuenta con la ambiciosa agenda ecológica de su ministra de Medio Ambiente Marina Silva. Sin dudas, estas políticas pueden exacerbar una disputa interna dentro del gobierno. Hay que recordar que la funcionaria, durante la primera presidencia de Lula, renunció al mismo cargo, debido a su desacuerdo sobre la construcción de una importante represa hidroeléctrica en la región amazónica. A esto se le suma, la gran resistencia que aún existe, dentro del Congreso Nacional para cuestiones ambientales, principalmente la de reducir la deforestación.
La segunda, hacia la región. Como explicamos anteriormente, Lula apenas encontró eco en sus propuestas, las cuales quedaron todas en meras “intenciones” y “cooperaciones”. Los líderes sudamericanos firmaron una declaración de 113 puntos donde, reconocen la necesidad de evitar el punto de no retorno al Amazonas, pero no asumen ningún compromiso vinculante sobre cuestiones clave como la extracción de recursos naturales o el fin de la deforestación ilegal.
Por otro lado, Gustavo Petro, el presidente de Colombia, dejó completamente expuesto a su par brasilero. Si bien ambos son aliados en cuestiones climáticas, aparecen ciertas dudas sobre el compromiso real de Lula. El colombiano, siendo consecuente con su plan de transición energética, desde enero no libera nuevas licencias de exploración petrolera en su país.
En la cumbre lanzó críticas al respecto dirigidas directamente hacia Lula: “(Los gobiernos de) derecha tienen una salida fácil, que es el negacionismo. Niegan la ciencia. Para los progresistas es muy difícil. Entonces genera otro tipo de negacionismo: hablar de transiciones”.
Además, Petro irrumpió en el espectro político latinoamericano, enunciando proyectos superadores e innovadores. Por ejemplo, en la Cumbre propuso la creación de una “OTAN amazónica” para defender a la región con armas. Lo cual ha sido tomado con escepticismo por el resto de los países, aunque no deja de ser novedoso. También sugirió la creación de un “Tribunal de Justicia Ambiental” con el fin de proteger a la selva amazónica y además reiteró su propuesta, hecha varias veces, de reemplazar deuda externa por acción climática.
Y la tercera, hacia el mundo. En este aspecto, el planteo de Lula son reproches a lo que llama “neocolonialismo verde”. El mandatario intenta sacar a la luz los mecanismos capitalistas que contribuyen al deterioro de la naturaleza. Durante la cumbre expuso que “no se puede hablar de bosques tropicales y cambio climático, sin tratar la responsabilidad histórica de los países desarrollados”.
Y continúa, “no es Brasil, Colombia o Venezuela los que necesitan dinero, es la naturaleza”, que “está necesitando que ellos paguen su parte para recomponer lo estragado a lo largo de 200 años de desarrollo industrial”. Por eso les pide ayuda económica. Muy pocos aportan, muchos prometen.
Para finalizar, el gran desafío de Lula da Silva será articular una política ecologista con una extractivista, haciendo hincapié en su importancia para el desarrollo productivo. Es aquí cuando la veracidad de su discurso comienza a desdibujarse. Tendrá que hacer malabares.
En estos días afirmó que “los recursos no se explotarán en beneficio de unos pocos, sino que se valorarán y se pondrán al servicio de todos”. Lo expresó ante una realidad que pareciera que lo supera: la penetración en la región amazónica de las grandes empresas petroleras. Las cuales intensificaron su inserción, debido al éxito de las exploraciones que alcanzan la extraordinaria tasa de 82 por ciento, muy por encima de la media mundial.