La campaña presidencial estadounidense nunca estuvo tan polarizada. Pareciera que se ha reinstalado el fantasma de la guerra civil que quiere dos países diferentes: uno el que propone Donald Trump y el otro Kamala Harris. Ante el crecimiento de ésta en las encuestas, el ex presidente la ataca y le reclama múltiples debates y que hable con la prensa. Aduce que ella “no es lo suficientemente inteligente”. Lo cierto es que su postulación lo dejó tan desconcertado, que comenzó a atacar a su risa, porque todavía no ha encontrado otro punto fuerte al cual abocarse.
Una de las visiones de país que compite en estas elecciones sugiere volver a un pasado glorioso. Es la del ex presidente Trump que pretende recrear los valores tradicionales de una América blanca. En ella la mujer es ama de casa, el hombre provee y manda y los negros y marrones se mantienen en su sitio. Es una sociedad machista, misógina, racista y excluyente. En cambio la otra, la de Harris es una sociedad cuyo modelo inclusivo acepta el estado actual de las cosas y que ha trascendido -o al menos lo intenta con esmero- las características que propone el primero.
La energía que inyectó esta mujer a la campaña dejó a Trump completamente descolocado, justo cuando venía de ser el protagonista de un novelesco intento de magnicidio. Este hecho lo alentó a pregonar un discurso de ser “el elegido” que parecía que lo dejaba a las puertas de la Casa Blasa. Pero no. Apareció una señora joven, decidida y con carácter que lo enfrenta sin miedo. Y encima tiene con qué. Kamala ha construido una extraordinaria carrera como abogada, fiscal, senadora, vicepresidenta y en unos meses como ¿presidenta de Estados Unidos?
La gran fortaleza de esta mujer multirracial es que está conforme con ser quien es. Dice ser orgullosamente “negra” y se planta sobre sus propios pies. Ella representa lo que Trump y los republicanos del ala dura detestan. Estos dicen abiertamente que la vicepresidenta es “una contratación Dei (Diversidad, Equidad e Inclusión)”. Es Dei un término que utilizan las empresas cuando intentan crear un lugar de trabajo equitativo implementando programas de diversidad e inclusión. Pero en este caso, lo usan peyorativamente para referirse a las personas que no son hombres blancos y anglosajones.
Del mismo modo, esta ala dura utiliza otros términos para escenificar el país excluyente que desean. Por ejemplo, se refieren a la identidad Wasp (blanca, anglosajona y protestante) como indicador de que hay que resistir contra cualquier muestra de diversidad que atente contra la homogeneidad. Y si bien por momentos ha intentado moderarse, Trump no puede dejar de utilizar un discurso violento y provocador. En un mitin reciente, intentó denigrar a Kamala diciendo: “¿La han visto reír alguna vez? Está loca. Se puede saber mucho de alguien por su risa... Ella está loca”.
Aparece un factor al que, probablemente, el republicano tema y por eso critique tanto: la risa de Kamala. Una risa que ella acepta contenta porque la heredó de su madre: "Me crié entre mujeres que reían desde el estómago, que se sentaban en la cocina con sus cafés y que contaban historias y reían y reían. Nunca seré ese tipo de persona que ríe a hurtadillas, tapándose la boca”. La risa de Kamala ha traído el entusiasmo a una campaña electoral que lo había perdido. En lugar de ser un obstáculo, su risa logra ser una de sus herramientas más efectivas.
La candidata tiene risa fácil. Es lo que la hace espontánea y empática. Por eso los republicanos han decidido atacar este razgo. Su contrincante ha dicho despectivamente en un mitín en Michigan el pasado 24 de julio: “Yo la llamo laughing Kamala (algo así como ‘Kamala la reidora’)”. Trump tiene miedo de reírse. Nunca lo hace. Puede insinuar alguna que otra sonrisa burlona con la que ganarle al público, pero no más que eso. Para él reíse es perder el control. Pero Kamala ríe sin miedo. Y eso es peligroso.
Además, la vicepresidenta es una mujer empoderada que ha comenzado a desafiar a su oponente utilizando sus mismas herramientas. Su frase: “Créanme cuando digo que conozco el tipo de persona que es Trump” desencajó tanto al expresidente que todavía está tratando de recomponerse. Kamala fue tan contundente al dejarlo en el lugar de delincuente, de "depredadores que abusaron de mujeres, estafadores que timaron a los consumidores, tramposos que rompieron las reglas en beneficio propio". Ella es la fiscal y él, el delincuente. Por fin, Trump comezó a tomar de su propia medicina.
Queda por delante para la demócrata romper el techo de cristal que no logró superar Hillary Clinton contra Donald Trump en 2016. Y que de una vez por todas una mujer llegue al cargo político más importante de la potencia más relevante del planeta. En 2024, impensadamente, este camino empezó a recorrerse. La campaña financiera de Harris para recaudar fondos en julio captó unos 310 millones de dólares, más del doble que los conseguidos por Trump. Éste anunció haber llegado a los 138,7 millones luego del intento de asesinato.
Acertadamente, en esta enfrenta Kamala está construyendo la imagen de una figura alegre, enérgica y positiva que contrasta con un Donald ofuscado, agresivo, mentiroso y oscuro. Que además, se encuentra desorientado a tres meses de las elecciones. Trump no ríe. Kamala si. Y una mujer que ríe es muy poderosa.