Un nuevo mojón se instaló en la historia de los debates de candidatos a la Presidencia de la Nación. El de este domingo por la noche fue el primero en la historia argentina de carácter obligatorio –por ley– y se hizo en el mismo lugar donde hace 25 años atrás se sancionó la última reforma de la Constitución Nacional, en Santa Fe capital. Un hecho histórico que tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y del que Rosario3 fue testigo desde adentro de la sala de discusiones, un lugar reservado sólo para los candidatos, sus asesores, autoridades y los medios de mayor alcance.
La Cámara Nacional Electoral superó con creces la organización de un evento de estas características y con semejante despliegue. La Universidad fue una verdadera muralla con un cordón de seguridad como si fuera un encuentro de jefes de Estado. Quizás demasiado para una convocatoria a la que sólo ingresaban los que asistían y algunos pocos curiosos.
Adentro, se vivieron momentos de tensión y adrenalina como la ocasión lo ameritaba, todo hasta que comenzó el debate y allí la atención se trasladó al set televisivo.
El Frente de Todos, más allá de la poca simpatía que demostró Alberto Fernández para con el debate, hizo una verdadera demostración de cómo actuará en el Poder Ejecutivo si se impone finalmente el 27 de octubre. El candidato fue acompañado por gobernadores de la región (el entrerriano Gustavo Bordet y el santafesino Omar Perotti que asumirá en diciembre), de créditos locales (María Eugenia Bielsa, Marcos Cleri, Alejandra Rodenas, Agustín Rossi y María de los Ángeles Sacnun), de sus mano derecha (Wado De Pedro, Felipe Solá, Luana Volnovich, Gabriel Katopodis) y su equipo de asesores. Lo pusieron a Daniel al ex candidato a presidente Daniel Scioli en primera fila y Fernández asestó su primer golpe al actual presidente Mauricio Macri planteando en la apertura sobre quien mintió en el debate para el balotaje de 2015.
Fernández estuvo siempre sentado frente al atril y sólo se paró para hablar. Se lo notó cómodo, vivió a pleno la discusión y hasta se animó a gestos de afirmación o desacuerdo cuando hablaban los otros. Jugó el papel del principal opositor al gobierno y se plantó como el futuro presidente. Se le fue la mano con el dedo acusador, repitió un gesto que suele perjudicar a quien lo hace.
Macri fue de menor a mayor. Sintió el golpe del comienzo y fue acomodándose a medida que pasaron los minutos. No estuvo tan suelto como en el 2015. Tuvo que salir a espadear las críticas que vinieron desde todos los flancos. Salió airoso, pero sintió los embates. Su caminar en el estrado, el rostro serio y las expresiones de sus voceros demostraron la incomodidad frente a las acometidas del candidato peronista. A Macri lo acompañaron integrantes de su grupo más cercano: su esposa, Juliana Awada, Marcos Peña, Hernán Lombardi, Luis Etchevehere, Gabriela Michetti y José Corral.
Roberto Lavagna, de Consenso Federal, sintió la extrema exposición y lo acotado de los tiempos. Centró su agenda en lo económico y lo productivo, y lució aturdido aunque sin dejar de decir los mensajes. Sus principales apoyos en el lugar fueron el gobernador santafesino Miguel Lifschitz, su compañero de fórmula, Juan Manuel Urtubey, su hijo y los candidatos locales.
José Luis Espert (Unite) y Nicolás Del Caño (Frente de Izquierda) hicieron su juego, y les salió bien. El economista liberal fue el más sólido a la hora de desempeñarse con el formato televisivo de la discusión, se lo notaba preparado y ejecutó sin fisura su esquema discursivo. Quedó muy claro.
Del Caño hizo de las suyas con el pañuelo verde y el minuto de silencio que pidió por la situación en Ecuador. Tuvo el aguante de dirigentes de su espacio a quienes les costaba contener en silencio sus reacciones frente a los dichos de su candidato y los de los otros.
El que más padeció el formato fue Juan José Gómez Centurión (Frente Nos). Le faltó tiempo siempre, repitió conceptos y tomaba agua desde el pico de la botella como si se deshidratara. Igualmente quedó en clara su postura.
No hubo foto al final con todos los candidatos, como es una costumbre en este tipo de cruces en todo el mundo, pese a que lo pidieron los fotógrafos. ¿Nadie lo previó o se olvidaron? Se notaron las tensiones en los saludos, fundamentalmente en el intercambio de miradas entre Macri y Fernández.
Los debates televisivos de los aspirantes a una máxima magistratura alcanzan una centralidad mayúscula comparables sólo a una final de un Mundial de Fútbol o un evento catastrófico sobre el que todos hablan (antes, durante y después) y más en tiempos de redes sociales. Todos los medios televisivos de alcance nacional –menos uno– transmitieron en directo, con previa y pos del evento.
Bienvenidos los debates, y vayamos por más discusión. Son en estos espacios donde los candidatos se exponen, cometen errores, sobreactúan, hablan, callan mucho más de lo que dicen, y fundamentalmente se comprometen con la palabra para con los ciudadanos que tienen la oportunidad de tenerlos a todos los candidatos juntos por única vez.
Este domingo quedó demostrado que más allá de la metodología de discusión –la misma que se utiliza desde hace cuatro años en los debates organizados por los medios de Rosario– lo que importa es el desempeño de los expositores. Aunque con tiempos acotados y temas pautados, los participantes deben apelar a la brevedad, la concreción y los mensajes directos delante de las cámaras.
Eso sí, hay que federalizar verdaderamente este tipo de convocatorias. Y no sólo con la elección de los moderadores. Sino también en la ampliación de ejes temáticos con una mirada más regional y no tan porteña. Con sedes que vayan rotando y hacia donde los candidatos tengan que ir e interiorizarse de lo que importa más allá de la General Paz.
Rosario debería empezar ya a trabajar para ser sede dentro de cuatro años de uno de los debates presidenciales.