“La Argentina que viene necesita del compromiso de todos y del esfuerzo de todos”. Alberto Fernández plantó, en su primer discurso como presidente electo, una línea que seguramente profundizará en los próximos días: la necesidad de conducir al país hacia un nuevo pacto social que le dé sostén a políticas públicas que puedan poner en tensión a los distintos sectores de la Argentina de la grieta, más ancha que nunca según los propios resultados electorales.
Mauricio Macri se va del poder y deja una crisis económica mayúscula, con endeudamiento y pobreza crecientes, además de un país partido en sectores que parecen irreconciliables. Algo que él mismo alimentó en el último tramo de su derrotero electoral, con su recurrente diferenciación: “Nosotros y ellos”.
Fernández no sólo tendrá la misión de encontrar los instrumentos para salir de la crisis, para generar condiciones de recuperación y desarrollo de la economía, sino también de dibujar un camino de concordia, hoy por hoy una condición clave para salir del pozo.
De hecho, por eso fue que Cristina Kirchner decidió en su momento que él fuera el candidato a presidente. La ahora vicepresidenta electa entiende que la crisis, y el propio techo electoral que exhibía el kirchnerismo por sí solo, no dejaba margen para intentos hegemonistas: ya no son tiempos del vamos por todo, sino del vamos con todos.
Que Alberto y no Cristina encabezara la fórmula permitió construir un acuerdo para ganar la elección: la unidad del PJ. Si antes de los comicios se diagnosticaba desde el propio peronismo que se necesitará un acuerdo mucho más amplio para gobernar, esa percepción se acrecentó este domingo, con un resultado que deja, por caso, prácticamente un equilibrio de fuerzas en la representación parlamentaria. ¿Se abre la puerta a una convocatoria a integrantes de otras fuerzas políticas, como socialistas y sectores de la UCR, para ser parte de la la gestión?
Pero además, la agenda urgente, para incluso antes del 10 de diciembre, pide la institucionalización de espacios de diálogo entre los diversos integrantes de la compleja trama económica y política argentina –gremios, empresarios, sectores productivos, provincias, movimientos sociales–, que deben encontrar los atajos para que, entre las gigantescas deudas externa e internas y la presión sobre las distintas variables, no estalle todo por los aires.
No será simple para Fernández lo que viene ahora mismo, la transición y el armado del gobierno, con la posible incorporación de figuras extrapartidarias, la necesidad de conformar a todos los sectores que se integraron al frente que lo lleva al poder y con las miradas puestas sobre la influencia real de Cristina Kirchner.
Mauricio Macri, en tanto, debe demostrar la responsabilidad institucional que le faltó luego de las Paso del 11 de agosto para cumplir, al fin, la meta de llegar al 10 de diciembre. Empezó bien, con la convocatoria a Alberto Fernández a desayunar a la Casa Rosada y la decisión del Banco Central, anunciada en los primeros minutos de este lunes, de aplicar un cepo casi total al dólar para frenar la sangría de reservas, una medida que está en las antípodas de su pensamiento.
Que la transición sea en orden, con cierta estabilidad, es lo máximo a lo que podemos aspirar los argentinos para el corto plazo. Alberto tendrá luego su tiempo de gracia para comenzar un cambio de rumbo que seguramente incluirá medidas que pueden no resultar simpáticas incluso para parte de su propia masa de votantes y, a la vez, dar los primeros trazos para la construcción de ese acuerdo social.
Chile, que tiene una economía que en términos macroeconómicos es vista como mucho más sana que la argentina, vivió en los últimos días un estallido social sin precedentes en democracia, porque el modelo neoliberal que abraza desde el pinochetismo, y que fue endiosado por el macrismo, pudo conseguir estabilidad y crecimiento, pero a la vez profundizó la desigualdad.
En el marco de esa crisis, se conoció un audio en el que la primera dama del país trasandino, alarmada por lo que definió como una "invasión alienígena", advertía a la clase alta que integra: “Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.
La Argentina de Macri no estalló, pese a su 40 por ciento de pobreza y todas sus demandas sociales acumuladas, en gran parte porque los sectores más golpeados por la crisis tuvieron la paciencia de esperar el cambio de gobierno que ahora, después de un proceso electoral que pareció eterno, acaba de consagrarse.
Ahora viene el momento de ser responsables. De entender que ese acuerdo social que necesita la Argentina, y que Alberto convirtió en su casi única promesa de campaña, exige actitudes maduras, sobre todo de los que aún con el desastre económico de los últimos años quedaron del lado de los favorecidos. Sería bueno que resuenen de este lado de la cordillera las palabras de la primera dama chilena. Para que la Argentina sea posible.