En las cocinas de la política argentinas el menú sale con fuego. Con esas llamas que ya vimos y que los manuales de la historia han descripto con mucho adjetivo. Insultos, tensión, en cada esquina del país hay un cruce peligroso tenso y peligroso. Y eso sin duda tienta, contagia, construye una cultura donde el disenso se dirime a mordiscones, el alimento que nutre el discurso político argentino hoy. Sobran palabras de guerra. Se detesta el acuerdo, se sobrevalora el insulto y la batalla.
“Hay una parte de morbo: me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina adentro”, dijo hace una semana atrás el presidente.
Metáforas sin piedad: el otro es y será mi enemigo que debo enterrar. Nadie es inocente y claro que la política no ayuda. ¿Qué esperamos de la calle? ¿Paz y amor en un país amante de las batallas? Miguel Wiñazky, filosofo, periodista, notable pensador argentino habló del parricidio en la política. Terminar con los liderazgos antecedentes. ¿Es una obligación del líder actual?
“Es inherente a la lucha del poder. El recuerdo de Julio Cesar con sus hijos. Y así en distintos tiempos políticos. Duhalde con Menem, Kirchner con Duhalde y así. Son formas históricas, pero con sesgo autocrático porque cuando las democracias son de alta calidad no es necesario, hay una convivencia”, dice Wiñazky.
Miguel, el que piensa las profundidades del poder, intenta traducir la ira y la rabia en estos tiempos caos. ¿Quiénes ganan con este lenguaje?
“Es un tiempo de la ira. Y la ira se capitaliza políticamente. Existen en Argentina los ingenieros del caos, los detectadores la rabia. Detectan la rabia y la iracundia general y la manifiestan locamente, lanzan sus piedrazos y así obtienen la sintonía general con esa iracundia general”, dice.
Santiago Caputo, asesor del presidente e integrante de ese triángulo de hierro que maneja el poder político del país también responde con fuego al fuego. No hace mucho difundió un video practicando escenas de guerra urbana con armas de fuego. En una escuela de tiro del barrio porteño de Monserrat, a 10 cuadras de la Casa Rosada.
El asesor del presidente ya había expuesto su vínculo con las armas en otras oportunidades. Estas imágenes fueron impactantes en una semana en donde la violencia política llegó a las redes después de la golpiza que “defensores de la Universidad Argentina pública y gratuita” le dieron a un youtuber del espacio de Milei en la marcha contra el recorte presupuestario.
Se juega con fuego, se entrena con armas y se coquetea con términos de una guerra cuerpo a cuerpo. En el video de Caputo el sonido ambiente acompaña los movimientos de un tirador amateur pero muy decidido. Un asesor de un presidente que había dicho en su campaña que estaba de acuerdo con que cada argentino pueda comprar y tener sus armas en casa.
“Quien es el Estado, quien soy yo para prohibir eso. Pero ojo, el que las hace las paga”, dijo Milei.
En nuestro país hay cerca de 2 millones de armas en poder de la sociedad civil. Solo 800 mil están registradas oficialmente ante la Agencia Nacional de Materiales controlados. Según la ley para obtener la licencia se requiere cumplir con varios requisitos como someterse a exámenes psicológicos y justificar la necesidad de tener un arma de fuego.
Este año con el impulso de Milei y Patricia Bullrich, sus diputados presentaron un proyecto de ley para regularizar la tenencia de armas. La idea era blanquear esas viejas armas familiares que aún hoy se guardan en el cajón de alguna mesa de luz.
Este año vimos como desde el techo de un galpón con un AR15, un arma potente de guerra se intentó matar a Donald Trump. Esa arma se vende libremente a los ciudadanos de muchos estados norteamericanos. Basta con llamar a un comercio de armas de Florida para confirmar que con dinero cualquier ciudadano puede comprar un arma de guerra en un país que también creció con esas batallas.
Terminar con los liderazgos antecedentes. ¿Es una obligación del líder actual?
Pero volvamos al principio. Santiago Caputo practicando tiro en una escuela de Buenos Aires. Camisa elegante, zapatos de punta. Y una 9 milímetros empuñada por el asesor presidencial. Llamamos al lugar: Club de Tiro Independencia, donde profesores enseñan a empuñar, tirar y darle al blanco.
En cuatro clases iniciales se dan las herramientas para acercarse a tener el arma en casa. La escuela está en Piedras 743, a menos de diez cuadras de Casa Rosada. Las clases, orientadas a la defensa, tienen seis módulos: y su profe, que se muestra como ex militar y ex granadero, comparte en su cuenta de Instagram videos con hechos de inseguridad.
Podes regalar una gift card para una persona que quiera empezar. El curso de iniciación sale poco mas de 300 mil pesos.
Una de las personas que más conoce de armas en nuestro país es el licenciado en criminalística Fernando Pereyra. Desde Chaco y con una experiencia en todas las fuerzas de seguridad da un mapa sobre el uso civil de las armas de fuego. ¿Un ciudadano común con un arma en casa es una virtud o un error social?
“Hoy es desaconsejable totalmente. Eso es exclusivo para profesionales. Requiere muchísimo entrenamiento y una preparación psicofísica para la situación”, dice Pereyra. “Hay que tener un gran entrenamiento, manejo, tiro, manipulación y una preparación de carácter psicológica. Vemos muchos casos de personal policial que termina abatido por no poder manejar esa emoción. A veces no tienen el temperamento de reaccionar profesionalmente como debiera”, afirma.
“Tener un arma de fuego, requiere de mucho conocimiento”, insiste Pereyra. “Muchas veces ese sentimiento de respuesta a la criminalidad por la impunidad del sistema genera muchas ganas de empuñar un arma para responder y eso es lo más peligroso para el que decide comprarla”, dice.
Agitar una dialéctica violenta en un país desbordado por la ira y la tensión es un arma que construye cultura social. La grieta se completa con trincheras que gustosas parecen invitar a ese explosivo festín. “Los detectadores de la rabia, seres bizarros, tienen (entre comillas lo digo) un buen momento político”, define Miguel Wiñazky.
La cocina de la política argentina, cocina metáforas densas. Un ida y vuelta complejo en donde la literalidad le gana a todos. Una práctica de tiro a diez cuadras de la Casa Rosada o querer enterrar a los adversarios no es joda, pero parece ser un hipnótico argumento político.