La internación de un momento para el otro del Papa Francisco justo antes de las celebraciones de Pascuas hizo temer lo peor. Si bien es verdad que se lo ve más deteriorado físicamente, su mente parece estar tan lúcida como siempre. Lo cierto es que la salud de Bergoglio puso nuevamente en tema de debate dos cuestiones: si renunciará a su cargo divino como lo ha hecho su antecesor en 2013 o si el papado terminará con su muerte.
Con Benedicto XVI vivito y coleando hasta el 31 de diciembre de 2022, era imposible para Francisco pensar en una renuncia: dos Papas eméritos hubiera sido demasiado. Aunque hay una realidad, la Iglesia Católica Apostólica Romana es gobernada por una monarquía por derecho divino donde el supremo ejerce el poder hasta la muerte y esto choca con lo innegable: éste va envejeciendo pero el ritmo de trabajo sigue siendo el mismo que cuando asumió.
Muy consciente de estas limitaciones, y mientras trabajaba para limpiar la imagen de la iglesia y hacerla más progresista, Francisco se movió rápidamente y fue nombrando cardenales en los diferentes consistorios, que son las reuniones del máximo órgano consultivo de la iglesia, integrado por cardenales encargados de elegir a un nuevo obispo de Roma. Con esto el actual pontífice buscaba algo muy simple: asegurar que sus reformas no sean tiradas por la borda una vez que ya no esté en el poder.
Con paciencia y firmeza el Papa ha llamado durante su pontificado a ocho consistorios y nombró cardenales de manera que ha logrado modificar los equilibrios internos de la iglesia favoreciendo a las periferias geográficas como Latinoamérica, Asia y África.
Al día de hoy, el colegio cardenalicio está compuesto por 223 cardenales, de los cuales 123 son electores y 100 no electores. Entre electores y no electores la diferencia es la edad: sólo pueden votar aquellos cardenales menores de 80 años. Hasta ahora, del total de los electores Francisco eligió a 83. En porcentajes representa el 65,58 por ciento, una cifra determinante en caso de la elección del nuevo Papa ya que se requiere una mayoría de dos tercios. Esto significa que el pontífice está cada vez más cerca de lograr una mayoría absoluta. Pero aquí aparece un problema porque cuando finalice el 2023, el número de cardenales electores descenderá a 114 ya que 9 purpurados cumplirán 80 años. De todas maneras, el Papa puede en cualquier momento llamar a un nuevo consistorio y nombrar a nuevos cardenales. Es más, se prevé que este año lo haga en junio o noviembre.
Debido a estas ampliaciones comenzaron a surgir con fuerza nombres progresistas, que antes no estaban en el radar, como posibles sucesores. Aunque hay que tener en cuenta que estos están divididos en dos ramas: una es la de Francisco que plantea reformas medianamente moderadas y la otra, es de la iglesia alemana que busca llevar a cabo modificaciones más audaces como el sacerdocio de las mujeres, el fin del celibato y un nuevo enfoque en temas sexuales.
Pero no son los únicos. En un lugar completamente opuesto a los progresistas se encuentran los conservadores tradicionalistas u ortodoxos que son contrarios a cualquier cambio en profundidad. Su principal exponente es la Iglesia norteamericana, liderada por el arzobispo de Nueva York, cardenal Timothy Dolan. Éstos resisten estoicamente creyendo que el actual obispo de Roma es un peligro para el futuro de la institución.
En noviembre de 2022 se volvieron a fortalecer con la elección del Timothy Broglio, como presidente de la conferencia episcopal de Estados Unidos. Este cargo dura tres años y supone un fuerte espaldarazo para los anti-Francisco ya que es un muy abierto opositor a las políticas de renovación eclesiástica. Y a inicios de 2023, la nota la dio el secretario personal de Benedicto XVI, Georg Gänswein, que publicó un libro de memorias en el que no oculta críticas a Francisco. Estas actitudes no solamente perjudican al Papa sino también a la unidad de la iglesia de la cual todos forman parte. Los conservadores quieren una iglesia inmóvil, algo con lo que el Papa no comulga.
A mediados de 2019 Marco Politi, uno de los más influyentes vaticanistas, publicó el libro “La soledad de Francisco. Un Papa profético en una Iglesia tempestuosa”. Allí afirma que “Ningún otro Papa ha sido tan atacado y odiado como Francisco” y cuenta que Bergoglio le confesó una vez a un eclesiástico que “Hay un grupo de curas que se reúnen a rezar por mi muerte”. La conclusión final a la que el autor llegó es que “El Papa está solo”.
De acuerdo con los hechos relatados anteriormente, podemos suponer que en los últimos años el sumo pontífice argentino ha ido encontrando y sumando nuevos aliados que lo acompañan en su cruzada progresista. Pero esto no significa que sea suficiente. Si quiere llegar al final de su pontificado con alto grado de consenso y sin renunciar, Francisco tendrá que cuidar varias cuestiones aunque las principales y urgentes son dos. Por un lado, tiene que evitar que la oposición conservadora se atomice y se organice de manera orgánica. Y por otro, deberá esforzarse en llegar a un equilibrio con los progresistas del ala alemana, sin que ésta adquiera demasiada fuerza, como para no hacer enojar a los ortodoxos al punto de que una posible conspiración termine abiertamente en un cisma.