“Una mujer llora bajo la lluvia acariciando un charco de sangre, no pudo tocar el cuerpo sin vida de su hijo y esa sangre es lo único que queda de él en la escena del crimen. Parece la escena de una película pero ocurrió hoy en Rosario, ese dolor es real”. En 51 palabras, organizadas en tres líneas, la extraordinaria periodista Almudena Munera Muñoz, que nació en España pero ya es más rosarina que las balaceras, describió con precisión quirúrgica lo que está sucediendo en las calles de la ciudad. Quizás le faltó agregar, para completar el paisaje lúgubre y absurdo, que esa esquina de Pellegrini y Teniente Agneta a la hora del sexto crimen en menos de 24 horas estaba empapelada con caras de candidatos y candidatas que ofrecían soluciones casi mágicas a un problema que lamentablemente ya viene en el paquete de la maravillosa Rosario: la inseguridad, la violencia y la muerte.
La crónica policial del lunes/martes dio para todo. A Carlos Argüelles, testigo con protección policial a medias por su propia decisión en la causa que involucra al narco Esteban Alvarado, lo alcanzó el tercer guadañazo de la muerte. Ya se había salvado a fines de enero pasado, cuando las balas esquivaron su cuerpo y el de sus familiares en el interior de una camioneta. En el mes de abril tuvo un poco más de suerte: el sicario que lo tenía que matar por orden de “Chucky Monedita” se quedó dormido y llegó al taller mecánico cuando Argüelles ya se había ido.
El segundo homicidio de esta saga no fue menos espectacular: unos tipos que iban arriba de una camioneta roja acribillaron a un joven de 23 años frente a la estación de GNC de Mendoza y Circunvalación, un lugar en el que a esa hora hay un altísimo tránsito y una intensa circulación de personas que regresan o se dirigen a la zona de Funes, que van a jugar al fútbol a las canchitas cruzando la avenida, que van a cargar gas o que simplemente vuelven a sus casas.
Ese mismo lunes se conocía que en el hospital Clemente Álvarez firmaban el acta de defunción de un hombre de 43 años que había sido baleado el 25 de agosto y que había quedado en estado “gravísimo”. Lamentablemente, se han vuelto tan comunes los asesinatos (menos para las familias y para el círculo íntimo de las víctimas, está claro), que a veces a la crónica periodística hay que buscarle un diferencial para que la noticia no se lea como una de espectáculos o de cocina. El muerto era Luis Torren, hermano de Miguel Torren, el futbolista que se inició en Newell's y que hoy juega en Argentinos Juniors. Es el tercer hermano que le matan al defensor.
A un pibe lo tumbaron de la moto a balazos en barrio Triángulo y a otro le llenaron el cuerpo de plomo en Villa Gobernador Gálvez. Hasta llegar al crimen del muchacho en la puerta de la rotisería de Pellegrini y Teniente Agneta. Ahí donde una madre acariciaba el charco de sangre de su hijo porque no le habían dejado tocar el cuerpo, en medio de la lluvia y de los panfletos de los candidatos y candidatas para las elecciones del domingo.
Ah, cierto. En medio de esa maraña de fuego, sangre y columneros pidiendo un voto, casi pasó desapercibido que a un nene de 4 años lo balearon en sus dos bracitos (uno lo tiene fracturado) en un ataque a tiros contra la casa en la que vive con su familia. ¿En serio vamos a minimizarlo suponiendo que alguien de su entorno familiar “en algo raro debe andar”?
Al noticiero de El Tres se le juntaron las placas rojas de “Urgente”. A los movileros de Radio 2 se les tildó el GPS yendo de un crimen a otro. A la portada de Rosario3 ya no le quedaba lugar para otro asesinato o para otra declaración de ocasión tirando la pelota para la cancha contraria. O a la tribuna. A cualquier lado. Más vale un 0 a 0 miserable que un gol en contra ahora que falta poco.
A todo esto, no viene mal recordar que hasta hace algunos meses no podíamos ni siquiera despedir a los familiares o amigos que se nos morían y hoy la calle, las plazas y los parques son un festival de mitines con fines electorales.
La pregunta que rápidamente surge cuando suceden estos hechos en los días previos a una elección, es si puede haber detrás un fogoneo o un agite para sacar provecho de la indignación o la desesperanza de la gente. Como dicen los investigadores, “no hay que descartar ninguna hipótesis”. Ahora bien; no es difícil probar que esto ya sucedió varias veces en Rosario y en Santa Fe. Con clima electoral y sin urnas a la vista. Con pandemia y sin pandemia. Con gobiernos (a todo nivel) de un color político y de otros. Adaptando la letra de aquella vieja canción de Serú Giran, podría decirse que las nuevas olas de homicidios ya son parte de este mar.
A la inseguridad de este lugar le sobran relatores y le faltan reparadores. La izquierda sigue pensando que hablar de seguridad “es hacerle el juego a la derecha”. La derecha dibuja supuestos resultados que en la práctica nunca existieron y sigue proponiendo la fórmula de intentar apagar el fuego con nafta. Y los del centro casi no hablan del tema porque el archivo también los condena. El gobierno nacional destinó un fangote de plata para abordar la problemática y ahora ni siquiera se molesta en preguntar qué pasó. Mientras tanto, la reforma de la Justicia duerme un sueño profundo y los ronquidos ya empiezan a aturdir.
Nadie duda de lo complejo que es, a esta altura de las circunstancias, recuperar el control de la seguridad en Rosario. Sobre todo porque es un entramado con intervención policial, política, narcocriminal, judicial, económica, financiera y marginal. Entonces es muy difícil desenredar el ovillo sin quedar atrapado en el tejido.
En Santa Fe, hasta hace muy poco hubo un ministro de Seguridad brillante en la teoría oral pero al que la hoja de los resultados y de la gestión le quedó en blanco. O mejor dicho, en rojo. Rápido para tuitear una foto con la camiseta de Platense celebrando el ascenso o para correr a los canales de Buenos Aires para menoscabar a los “provincianos chismosos” de acá. Pero el bólido al que estaba subido se le pasaba de nafta premium a gas cuando cruzaba San Nicolás, mientras el delito, la narcocriminaliad y el sicariato iban quinta a fondo en suelo santafesino.
Es mentira que Rosario antes era hermosa y ahora es horrible. No es verdad que solo acá pasan estas cosas. Pero sí es cierto que hay un control que se perdió hace rato. Basta con mirar las postales de estos días violentos. Vivimos en un lugar donde la cifra de asesinatos le pelea cabeza a cabeza a la cantidad de días que lleva el año. Vivimos en una ciudad donde seis homicidios en menos de un día ya no asustan tanto.