¿Y ahora qué? Una vez más, Cristina Kirchner descolocó a todos, propios y ajenos. Esta vez, con su anuncio de que no será candidata a nada en 2023, pronunciado en el final de su alegato posterior al histórico fallo del Tribunal Oral Federal Número 2, que la declaró culpable del delito de administración fraudulenta y la condenó a seis años de prisión más inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos en la causa Vialidad.
El renunciamiento, en el que el peronismo ve en realidad un nuevo proceso de proscripción contra su líder como ocurrió entre 1955 y 1973, termina de ponerle drama a un capítulo absolutamente barroso de la historia de la democracia argentina, con operaciones cruzadas, instituciones deslegitimadas, y una fractura social y política que pone en riesgo como nunca antes en estos últimos 40 años la convivencia armónica.
Los hechos se produjeron en cadena. Primero los jueces leyeron su sentencia sin los fundamentos, que quedaron para más adelante. Fue una puesta en escena ascética, gris, propia del ámbito tribunalicio.
Después, desde su despacho del Senado, la vicepresidenta formuló una larga respuesta centrada, más que nada, en desnudar a “la mafia” judicial y sus vínculos con el grupo Clarín. Esa estrategia se vio facilitada por el viaje de jueces, funcionarios del gobierno porteño y servicios de inteligencia al lago Escondido, por invitación de los más próximos colaboradores de Héctor Magnetto, más los chats sobre el mismo difundidos en los últimos días.
Durante casi una hora Cristina mostró esas conversaciones, que exponen la manera obscena en que se resuelven ciertos asuntos del poder y la Justicia. Esos diálogos, a la vez, fueron obtenidos de manera vidriosa: o por el hackeo de un celular o por la filtración de un servicio de inteligencia.
Después sí, enojada, conmovida, lanzó la frase que nadie esperaba: “No voy a ser candidata a nada. Una muy buena noticia para usted, Magnetto. Termino el 10 de diciembre de 2023 y me vuelvo a mi casa. No voy a tener fueros, así que le va a poder dar la orden a sus esbirros de la Corte Suprema a que me metan presa. Sí, pero mascota de usted, nunca jamás”.
El anuncio, que habrá que ver si se sostiene o lo puede revertir un operativo clamor, tuvo un primer efecto inmediato: Cristina generó un título que, en la agenda mediática, compite con el de la condena en su contra. Su decisión tendrá, a partir de ahora, inciertas derivaciones políticas.
Por lo pronto, que no sea candidata no implica que vaya a dejar de ser la jefa y armadora electoral del Frente de Todos. Que, por ahora aturdido tras la noticia, queda con pocas alternativas posibles para la disputa por la Presidencia: el plan A, si consigue encaminar la crisis inflacionaria, es Sergio Massa; las otras posibilidades son Wado de Pedro, Axel Kicillof o algún gobernador, si es que los caciques provinciales entienden que la nueva situación, con pérdida de centralidad de la vicepresidenta, genera la necesidad también de nuevos protagonismos y otra representatividad territorial.
En la provincia de Buenos Aires, bastión cristinista y el lugar desde donde buscará abroquelarse ese sector en caso de una derrota nacional, se puede esperar que el apellido Kirchner esté en grande en la boleta, con Máximo como candidato a senador nacional.
En cuanto a Juntos por el Cambio, en principio el retiro de Cristina desinfla la opción Mauricio Macri, que se construía en espejo a la suya. Esto, a su vez, alienta opciones renovadoras y acaso dé espacio a quienes apuestan a despolarizar posturas.
En todo caso, hay una pregunta que aún no tiene respuesta y que podría ayudar a responder las otras: en nombre de qué, con qué objetivo, Cristina realiza su "sacrificio". ¿Abrirá este nuevo escenario la posibilidad de desescalar ciertas situaciones o aún hay posibilidad de que se superen los picos de tensión política de estos días? Nunca hay que descartar nuevos giros dramáticos en la Argentina.
Lo cierto es que cabe la posibilidad de que la falta del objeto que la unía por espanto ponga en riesgo la tregua que desde hace algunas semanas frenó la guerra de egos en la oposición, lo que a su vez reavivaría riesgos de fractura. Un viejo mantra irónico de la política, muy repetido en épocas posmenemistas, podría adaptarse al nuevo tiempo opositor: contra Cristina estábamos mejor.