Todos mienten. La frase que la ficción usa para que sus historias tengan sentido en estas calles tiene el sabor de la pólvora real. El brutal atentando del narcocrimen contra la ciudad en la temporada 2022 será difícil de olvidar, perdonar y tolerar: 284 crímenes (35 de ellos menores) y la zaga de amenazas a nuestro modo de vivir. Nadie nunca estará seguro en una ciudad donde los delincuentes y asesinos tienen como socios reales a integrantes de los Poderes del Estado.
Una pregunta repetida sin respuesta de la justicia: ¿son las gavillas de delincuentes corruptores de los agentes del control o son los poderes del estados los dueños del negocio contratando la mano de obra de esos marginales para hacer el trabajo sucio?
El listado de muertos, como pequeños y dramáticos pasos de tragedia, nos avisan de una guerra comercial a la vista de todos. Desde hace años Monos, Garompas, Funes, Camino, Medina, Alvarado, Rodríguez Granton, etc, etc, le avisan a la ciudad que sus armas son la herramienta de trabajo para regular “capitalistamente” (en defensa y ataque) la venta minorista de cocaína y marihuana. Solo dos productos alrededor de la vida y la muerte de sicarios, transas, pibitos e inocentes vecinos. El dinero es solo una parte que explica tanta muerte. La pelea siempre lo explicó: la búsqueda de un poder único. Que mande uno solo. Que haya un rey, como antes. Como lo fue siempre.
-¿Para qué Cartel trabaja usted?- preguntó un juez Federal a un veterano narco de la región en los años 90.
-¿Qué? Yo siempre trabajé para mí y por eso estoy acá. El único Cartel que conozco que existe es el de la Policía.
¿Los humildes servidores de la ley son empleados o jefes de la organicidad narco? ¿Son los presos los reales jefes de estas bandas? O ellos con sus teléfonos desde la prisión son solos los gerentes del departamento de violencia y justicia sumaria que en las calles rosarinas se ven desde hace años.
La aparición de los narcopunteros fue otro punto que transparenta la trama. En Argentina, muchos siguen los pasos de aquel Escobar Gaviria que usaba la utilidad del comercio de drogas para mejorar la vida de los barrios periféricos.
La política se embarró, sin distinción de partidos, para distribuir soluciones reales con la guita sucia del comercio de las drogas. En distritos bonaerenses, el Padre Pepe o el militante social Héctor Toti Flores lo han dicho sin miedo o pudores. Incluso los movimientos políticos barriales de los partidos políticos deben competir con la plata que los narcopunteros usan para abastecer cooperativas de trabajo, distribuir comida o los materiales de construcción que entregan para mejorar viviendas.
Hay un argumento económico y político: ¿Y si la rentabilidad del narcotráfico se queda en el barrio en lugar de construir fastuosas torres? Es una idea espantosa y perversa en un momento asfixiante. Pero existe y opera en algunos ámbitos con una prolijidad terrorífica.
Muy pronto, los actores de la política llegarán sin pudores de esos ámbitos. Nacidos y criados en la narcopolítica.
La política judicial escondió los efectos de la vida de Jeremias Mac Caddon. Un interesante caso que develó el entramado que teóricos del crimen cercanos a Aníbal Fernández distribuyeron desde la asunción de Alberto Fernández como Presidente: que el narcopunteraje con la gorra pesada y corrupta manejen el negocio de la droga para que parte de sus utilidades aporten soluciones a la pobreza en Argentina.
Es teoría. Un pase de ilusión académica nomás: “Pasa en Santa Fe, Córdoba o Tucumán. Mucho más en Buenos Aires o CABA. La plata de la venta de drogas la «deben» manejar los que tienen el poder real. No hay poderoso que evite hacerse cargo del negocio. No se comparte ni se deja pasar. Se toman y pagan consecuencias. El sistema funciona así o explota, como sucedió en Santa Fe, donde cada perejil soñó con ser narco con un par de «patrullas amigas», algunas armas y un centenar de chicos dispuestos a todo”.
En Santa Fe hubo un poderoso "electoral" que dijo "no" y la tropa uniformada creyó que podía con eso. Internas, bandas, el norte, el sur, etc. En lugar de pelear contra la incipiente guerra narco policial, el encumbrado dirigente pensó que el mercado se iba a regular solo, que en la selva iba a mandar el más fuerte. Y salió mal. Los altos jefes no pudieron porque en la tropa siempre hay rebeldes y codiciosos. Cuando se quiso enmendar quedaron todos manchados de sangre propia y ajena.
En mayo de este año, el paso de comedia que la Corte quiso mostrar al país no resultó. Apoyar el juzgamiento del narcocrimen no fue útil ni efectivo: los muertos siguieron apareciendo y no hubo un solo gesto del Ejecutivo en ampliar las herramientas para que los narcotraficantes pasen por el banquillo de los acusados. El que quiere comprar compra, el que quiere vender vende y el que quiere matar, mata.
Todos mienten. El problema no son ni serán solo los narcotraficantes o sus lavadores de dinero narco sino la violencia de la competencia comercial. Y de eso que se encarguen los distritos locales. No molesta el narcotráfico sino la violencia.
Aníbal Fernández es un Ministro de Seguridad que conoce como nadie los sótanos reales del negocio. Qué se puede y qué no. Los puertos en Argentina son la herramienta logística que permite el contrabando de una sustancia codiciada en el mundo.
No hay doble moral. Vivir es difícil. A veces, la misma existencia es dolorosa. Mucha gente consume clonazepan o marihuana, Prozac o cocaína. No hay secreto. El mercado organiza que las drogas ilegales generen una rentabilidad extraordinaria. Conviene la coca al Prozac. Y sobre eso se trabaja. El negocio se monta sobre el lomo de los débiles que a pocos les interesa curar.
Aníbal, apretado por los títulos de los diarios y los muertos de Rosario, encabezó dos operativos con muchos flashes. Tres toneladas de cocaína incautadas en dos operativos. Uno en un solitario depósito de Empalme Graneros de Rosario y otro cuando iba en viaje a Europa.
El puerto de Rosario, sus puntos ciegos, sin cámara ni vigilancia, como vía de embarque. Después del operativo donde la droga fue interceptada, ese mismo puerto cerró su operación. Jaime Londoño Rojas, un colombiano de 55, años fue acusado por acopiar e intentar trasladar con un recorrido en varios puertos esa droga para el Mundo Árabe previo al Mundial de Qatar.
Ese fue el mayor cargamento de drogas incautado en Rosario. Cuando abrieron el depósito de Empalme Graneros, la droga estaba camuflada y sin nadie merodeando el lugar. Al menos eso figura en el parte de la Policía Federal encargada del operativo. No había custodia de un cargamento millonario en dólares. Sí hubo reportes gráficos que le mostraron al mundo el éxito en la gestión.
El camino del narcocrimen en este lugar del mundo imita prolijamente otros senderos ya transitados. El diario de mañana ya se escribió en México, Colombia, incluso en Bolivia o Paraguay. Las balaceras contra la política, instituciones de la Justicia y ahora medios de comunicación es una réplica de la amenaza que el negocio narco le hace a la sociedad que intenta combatirla.
Todo será en paz si al perro no se le saca la comida. Al que se anime a meter la mano en el plato del dinero narco le lloverán tempestades que no podrá detener. Y eso pasa hoy: un jefe sicario amenaza a un fiscal en un juicio y al toque aparecen balas para todos. Es un delito fácil de ejecutar pero también hay un tratado que indica que pueden hacerlo con libertad.
Asesinaron a un ex concejal, a vecinos inocentes en las paradas de colectivos, a niños que merodeaban las veredas de los búnkeres, a familiares directos de miembros de bandas. No falta mucho para que el infierno se desparrame como una mancha de aceite escurriéndose sin fin. Alguien piensa que el cuero de los inocentes es donde se escribe a balazos la próxima sentencia. Es decir: todos somos posibles víctimas en esta ciudad indefensa.
Pero todos mienten. Siempre.