La llegada de Sergio Massa como nuevo hombre fuerte de un gobierno que pretende refundarse de su mano termina de configurar un escenario inédito, que en realidad tiene su semilla en la anomalía de origen: la candidata a vicepresidenta que designó al candidato a presidente.
Lo que se consuma ahora es lo que Alberto Fernández resistió hasta el ultimátum que los gobernadores peronistas le dieron el martes: ya no tiene el timón, solo la lapicera.
Este derrumbe de la autoridad presidencial encierra una paradoja histórica. Los dos principales responsables de esta crisis sistémica, que tiene olor a fin del ciclo de representación que se inició tras el estallido de 2001, son los mismos que participaron en la solución con la que la democracia argentina salió de aquel atolladero: Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
En aquel tiempo, Eduardo Duhalde –con el respaldo clave de Raúl Alfonsín– fue la figura que el sistema político encontró, el puente, para superar la ruptura institucional y sacarse el corsé de la convertibilidad. Devaluación mediante, hizo con su entonces ministro de Economía Jorge Remes Lenicov el ajuste, el trabajo sucio. Luego, ayudado por la suba del precio de la soja, marcó –ya con Roberto Lavagna en el Palacio de Hacienda– también un rumbo de recuperación de la economía que venía de años de recesión.
Duhalde le pasó la posta a Nestor Kirchner, que fue quien reconstruyó la autoridad presidencial a puro decisionismo.
El santacruceño profundizó el camino económico que inició el bonaerense y agregó lineamientos políticos que también marcaron un nuevo escenario: el recambio de la Corte Suprema de Justicia, otro enfoque para el tema derechos humanos y la ampliación de la base de sustentación de un gobierno que corrió las fronteras del peronismo y volvió a entusiasmar a una juventud para la que, hasta entonces, la política y la militancia eran malas palabras.
El entorno más cercano de Kirchner lo componían Cristina, que era senadora nacional por Santa Cruz, y su entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Justamente, los responsables del vacío de la autoridad presidencial de hoy: ella porque se encargó de desgastar y le quitó margen de maniobra a su criatura, él porque no tuvo la capacidad de sobreponerse a eso y cometió gravísimos errores no forzados, el fundacional la fiesta de cumpleaños de su pareja en Olivos en plena cuarentena por el coronavirus. Todo eso configuró un liderazgo que fue todo lo contrario al de Néstor: la postergación de la toma de decisiones se convirtió en método.
No, no estamos en 2001. Y si bien la crisis de liderazgo trae un déjà vu al respecto, hay diferencias importantes: en aquella época no había contención social, mientras que hoy hay más de 20 millones de planes sociales y bajo desempleo. La economía no está en recesión. Y, muy importante, bancos e industrias no tienen comprometido su patrimonio. Es decir, hubo corrida cambiaria, pero no hay bancaria.
En todo caso, la llegada de Massa, el empoderamiento de una figura que tiene espalda política propia, buen diálogo con casi todos los sectores políticos y resulta confiable para el establishment económico, busca controlar las variables económicas desbocadas –la inflación fundamentalmente– y evitar que se desboquen las controladas.
Es decir, si Duhalde fue el dirigente para salir del estallido, del “que se vayan todos”, Massa aparece ahora como el que debe evitarlo.
Con su designación con amplios poderes, empujada por los gobernadores y ahora aceptada por la misma Cristina que semanas antes la vetó, el peronismo deja en claro su firme voluntad de terminar en diciembre de 2023 la gestión que comenzó en 2019. Ese es el objetivo de mínima. El de máxima, claro, volver a generar expectativas y ser competitivo para las elecciones del año que viene, una empresa que por ahora parece complicada.
Como dijo hace algunas semanas el ya casi olvidado ex ministro Martín Guzmán, estabilizar la economía en la Argentina de hoy sería casi epopéyico. Esa es la aspiración de Massa, para eso pidió el manejo de toda la botonera económica, algo que no consiguió: el kirchnerismo conserva para sí lugares estratégicos como la Afip y aparentemente lo haría también con el área energética, mientras que el albertista Miguel Pesce continúa por ahora en el Banco Central.
Cuenta a su favor con que no solo el peronismo se siente en situación de zozobra, lo que explica que los cuestionamientos de Juntos por el Cambio a su desembarco fueron tibios o aislados. El consenso de que este gobierno debe llegar a diciembre de 2023 es compartido por (casi) todo el círculo rojo: poder político y poder económico.
Habrá que ver si, ante la situación límite, también Cristina se corre un poco de rol de auditora del gobierno y le permite llevar adelante su gestión, sin el bloqueo sistemático que le impuso a Alberto.