Una foto muestra al ex gobernador Antonio Bonfatti junto a Lorena Verdún, la primera mujer de Claudio Ariel Cantero, alias Pájaro, de la organización apodada Los Monos.
No hay nada más que agregar. Porque la imagen habla por sí misma.
A menos que no. A menos que esa lectura, fruto de nuestra interpretación, sea el objetivo de quien propaga la imagen. ¿Nos planteamos acaso, que ese mensaje no es tan inequívoco? ¿O damos por sentada la sociedad narco-criminal? A continuación, una serie de preguntas que ya se transformaron, largo rato atrás, en universales.
Según el semiólogo francés Roland Barthes, la fotografía puede percibirse a través de dos elementos: studium y punctum. Mientras el primero se relaciona con nuestra experiencia cognitiva (capacidad de interpretar, disfrutar, analizar, a través de nuestros sentimientos y aprendizajes a lo largo del tiempo), el segundo es el detalle azaroso que “atrapa” la mirada.
Ahora, dejemos de lado esa lectura, simple y de contacto directo. La Cámara Lúcida, el texto de Barthes, fue publicada en 1980. Cuando la maquinaria aparentemente descentralizada de las redes sociales y su poder atomizador no había sido parida.
Más recientemente, el filósofo norcoreano Byun Chul Han cuenta, en la Sociedad de la Transparencia, el pasaje de un mundo claramente dividido entre pasado presente y futuro, a uno de presente constante. Ya no se expresa, para él, esa “negatividad” de la sociedad que hoy está acá pero que ayer estuvo allá atrás. Esa negatividad que separa lo que pasó de lo que pasa da lugar, según Han, a la sociedad del presente continuo. Una sociedad positiva. “Una sociedad que se despide tanto de la dialéctica” (la discusión, la distancia crítica, la síntesis que surge de tesis y antítesis, para que todos nos entendamos), “como de la hermenéutica” (poder interpretar lo que sucede).
En resumen, según Han, no entendemos nada.
Y esto es culturalmente aceptado.
A mí la foto de Bonfatti y Verdún me llega junto a un texto. Tanto imagen como texto apuntan “reenviado”. Tal la manía delatora de Whatsapp, una de las redes sociales más populares, que de instantánea tiene mucho y de privada y cifrada, cada vez menos. Es curioso que pocos se preguntan la relación costo-beneficio de esa foto.
Si a alguien esa foto no le conviene es al candidato. Pero a alguien sí le conviene la propagación de la foto. ¿Alguien se hace esos planteos? ¿Cuál es el planteo más inocente, si hubiera que elegir entre los dos? ¿Cuál el más simplista? ¿Cuál el más acertado? ¿Alguien se hace preguntas? Cada vez menos.
Es aquí donde entramos en el fabuloso mundo de las falsas noticias, popularmente conocidas como fake news. Cómo alrededor de una imagen o incluso de un texto, puede fabricarse información que no es cierta. El concepto fake news es muy eficaz: mezclar información verdadera con mentiras. Para la vieja escuela periodística: carne podrida. También puede llamarse operación. Una vez que esa bala informativa entra es dificilísimo sacarla.
Lo cuenta claramente el periodista español Marc Amorós, autor del libro "Fake News, la verdad de las noticias falsas” (Editorial Plataforma Actual). Hubo un antes y un después de la irrupción de las redes sociales. Éstas “permiten propagar y replicar sin fin y en muy poco tiempo un contenido que antes solo llegaba al vecino de al lado”. Entrevistado por En Foco, el analista ecuatoriano Amauri Chamorro también aporta que con esas redes cambió totalmente la forma de relacionarse con la comunicación. Porque cada usuario es un productor de contenidos, de información. Mientras antes cambiabas de canal cuando el periodista no te gustaba, hoy se puede interactuar con él.
La transparencia de la que tanto se enorgullecen los defensores de la era digital en realidad se compone de innumerables capas de producción de sentido, de contenidos, noticias (verdaderas o no) de miles de millones de personas. Es una verdadera telaraña atravesada por las miradas de todos en las redes.
Chamorro, como tantísimos otros teóricos, entre ellos Giovanni Sartori (Homo Videns), agrega que antes eran los medios de comunicación los principales emisores de la información, pero las redes sociales han convertido a cada usuario en un medio de comunicación en potencia. En esto coinciden, hoy, casi todos.
Pensémoslo: es un campo orégano para las fake news. Por más que suene a Matrix, aquella obra de los hermanos Wachowski, hay "granjas digitales", donde se forjan los trolls, que se reproducen a velocidades no vistas hasta acá. Según la Universidad de Oxford, que realizó el estudio “Troops, Trolls and Troublemakers: A Global Inventory of Organized Social Media Manipulation ("Tropas, Trolls y Problemáticos: Un Inventario Global de Manipulación en Redes Sociales”), Argentina forma parte de un selecto grupo de 28 países en los que se opera con este tipo de usuarios anónimos. Según el diario Perfil, que elaboró un informe al respecto, estos trolls forman parte de los nuevos “militantes”.
Esos “seres” digitalmente creados para desviar la atención o plantear una controversia, sembrar el caos discursivo (pensemos en twitter) o simplemente desviar la atención, tienen un hábitat perfecto en un momento como el actual. Y no hemos visto lo peor. La campaña recién comienza. Sólo nos queda pensar.
Antes de creer ciegamente, recordemos: Internet nació como un proceso de descentralización del Pentágono en los Estados Unidos (ver las historias de DARPA y ARPANET). De ahí, pasó a conectar universidades estadounidenses. Y esa es una lógica parecida a la de Facebook, que luego salió al mundo entero.
Pensémoslo: ante una imagen, culturalmente naturalizamos lo que vemos. El descrédito político asiste esa teoría rudimentaria. No hay análisis. No hay memoria. Nos pueden mentir, nos pueden "operar" y hacernos creer cualquier cosa. Cierta o no. La pregunta acerca de si internet es la fuente para estar informados en política, más que nunca, debemos responderla nosotros.