Hace unas pocas semanas un joven de 24 años, de apellido Matar, apuñalaba casi de muerte al escritor Salman Rushdie en New York. No llegó a matarlo y no se habría tratado de un magnicidio, pero el mundo tomó nota de que la condena a muerte dictada contra Rushdie por las autoridades religiosas iraníes en 1989 seguía vigente, y que podía ser ejecutada en cualquier lugar y circunstancia, por cualquier anónimo suficientemente convencido. Lo que se suele definir como un lobo solitario.
Una característica básica del lobo solitario es que no pertenece a una organización y no actúa según un plan colectivo. Tiene, eso sí, una adscripción quizás fanática por alguna ideología, y se siente convocado a actuar por una causa. Y, lo más sobrecogedor: han resuelto el insondable conflicto interno de que la acción pública que planearon va a ser única y definitiva, con su muerte o prisión perpetua como final más probable. Tienen la resolución de los kamikazes.
Si las masacres de la Amia y la Embajada de Israel habían colocado inesperadamente a la Argentina en el mapa ampliado de conflictos de Medio Oriente, el atentado del jueves 1° de septiembre contra Cristina nos hace ingresar al concierto mundial de una modalidad que no es nueva pero sí muy floreciente en estos días: la acción armada del lobo solitario, la uberización del atentado.
Notablemente, las semblanzas biográficas que circulan sobre Sabag Montiel se asemejan mucho a las que aparecen después de cada matanza escolar en Estados Unidos: personas que por su cuenta, y sin que nadie lo sepa o dimensione, desarrollan pasiones profundas, casi demenciales, y truculentas adherencias simbólicas, casi siempre online, que los llevan a pertrecharse y organizar con sigilo su acción justiciera definitiva.
El noruego Anders Breivik, que en 2011 asesinó a 77 jóvenes que participaban de un campamento socialdemócrata, terminó revelándose como un neonazi de odios profundos y con preparación militar. También actuó por su cuenta.
No nos aventuramos, por ser otro el motivo del artículo, a indagar sobre la dimensión psicológica de estas personas.
Componente tecnológico
El concepto de lobo solitario refiere particularmente a la característica de actuar sin estar afiliado a una organización, con un plan que no obedece a órdenes, instrucciones ni nada orgánico. Y, la mayoría de las veces, sin que nadie más tenga idea de que la acción se está preparando.
Pero la inorganicidad no significa que el lobo solitario no adhiera a una ideología o convicción. Al contrario, parecen ser personas extremadamente informadas y convencidas, a veces incluyendo una adscripción a la distancia con alguna organización o la confluencia de sus pulsiones con alguna gran causa.
La viralidad que ha tenido el fenómeno en estos tiempos se debe esencialmente a internet.
¿Cuál es tu onda: supremacista blanco, jihadista de la fe, skinhead medieval, satanista de la oscuridad, sectario del zodíaco? Pues un poco de esfuerzo en Google te puede acercar a miles de páginas con doctrinas, rituales, looks, formas de vida… Y, con más dedicación y ganas: lista de enemigos, ejercicios de instrucción militar, manuales para armar una bomba y llamados a la acción.
Desde la soledad de sus IP hay millones de personas inmersas en estos mundos. La mayoría lo dejará reducido a un pasatiempo o sólo un aspecto más de su vida. Pero unos pocos, luego de años y años de seguimiento y preparación, en un instante que nadie se espera, erupcionan en un volcán de metralla, explosión y muertes.
La sanguinaria organización Estado Islámico, cuando fue perdiendo territorio y poder en Medio Oriente, tomó la modalidad lobo solitario como estrategia –sencilla y económica–, convocando a sus simpatizantes en todo el mundo a cometer atentados contra blancos considerados enemigos. El uzbeko Sayfullo Saipov, que asesinó a los cinco amigos rosarinos en 2017 en Nueva York, dejó en el vehículo que usó para cometer la masacre una nota consignando su lealtad al Estado Islámico.
Magnicidios
La historia está tan llena de magnicidios que, se puede decir, formaron parte sustancial de las formas de hacer política y forzar cambios y sucesiones.
El gran público se quedó con la imagen de Julio César asesinado a puñaladas en el Senado romano, pero son docenas, cientos, los príncipes, reyes y emperadores que tuvieron suerte similar.
Como esquematización práctica se propone distinguir:
a) Entre atentado, ejecución o muerte en batalla.
b) En los atentados: entre los ejecutados por facciones y los de lobo solitario.
Por ejemplo, Luis XVI fue decapitado luego de juicio sumario por la Revolución Francesa. Sin dudas un magnicidio, aunque ya no ejercía el cargo gobernante, pero no fue un atentado.
Más recientemente, John Wilkes Booth, el homicida del presidente Abraham Lincoln, era un reconocido militante del bando sureño –derrotado en la Guerra de Secesión–, quien ya había conspirado para secuestrar a Lincoln y, aunque terminó ultimándolo en una acción individual, no puede considerarse un lobo solitario.
Similares coordenadas tuvo el magnicidio tal vez más grave de la historia delsiglo XX: la muerte en 1914 del Archiduque Franz Ferdinand a manos de Gavrilo Princip, un serbobosnio de 19 años que pertenecía a una guerrilla que combatía la ocupación austrohúngara en Bosnia. Ese atentado, indican los hechos ulteriores, desató la cruenta Primera Guerra Mundial.
En décadas ya televisadas, los atentados mortales contra Luis Carrero Blanco (presidente del gobierno franquista español, ejecutado por la ETA en la célebre Operación Ogro), Anwar El Sadat en Egipto, Isaac Rabin en Israel, e incluso el intento de asesinato del Papa Juan Pablo II, todos respondieron a una planificación fuerte y profesional por parte de organizaciones armadas.
¿Y a Kennedy quién lo mató? ¿Lee Harvey Oswald era un fanático aislado o es válida alguna de las tantas hipótesis de instigación que nos presentó Hollywood?
Recién en 1981, con la aparición de John Hinckley Jr., hay un intento de magnicidio por cuenta propia, de lobo solitario. Hinckley atentó contra el mandatario norteamericano Ronald Reagan en Washington, y sólo la acción de la custodia presidencial pudo evitar el crimen.
Pero cinco años después, en Estocolmo, el primer ninistro sueco Olof Palme muere por los disparos que recibe por la espalda en la calle, a la salida del cine, ejerciendo la libre circulación ciudadana que aún hoy nos muestran las series sobre políticos escandinavos. Recién en 2020 la justicia creyó llegar a dilucidar quién había sido el perpetrador: Stig Engstrom, un sueco del que no se conocía ningún tipo de afiliación ideológica y que, además, ya había muerto un largo tiempo atrás.
Rieso país
Si las investigaciones sobre Sabag Montiel no indicaren lo contrario, Argentina está haciendo su ingreso, con el conmocionante atentado a Cristina Kirchner, al primer mundo del terrorismo individual, a esta dinámica estremecedora del extremismo cuentapropista, del lobo solitario, de la uberización de los atentados.
Como piensa tanta gente –con un poco de sarcasmo hacia la argentinidad– si hubiera ocurrido en otro país, donde las armas funcionan bien (o, por qué no pensar, donde se venden y usan libremente), Cristina no la contaba.
Y quién sabe qué sería de nosotros en este momento.