No es la primera vez que el humo proveniente de la quema sistemática de pastizales en el delta del río Paraná llega a la ciudad de Buenos Aires. Cada tanto –y según la intensidad de los incendios y la dirección del viento– la nube tóxica que invade periódicamente las ciudades situadas a la vera de este curso de agua, roza la cúpula del obelisco y solo entonces, los diarios porteños se sienten obligados a ocuparse del fenómeno. ¿Por cuánto tiempo?
“Ese es un prejuicio provinciano”, me dice entre risas y sorna, un colega de uno de los principales medios de Capital Federal, cuando mensajea para pedirme un contacto, y surge el tema del humo de las islas que nos hace imposible la vida, desde hace unos veinte años. Cada vez peor.
El diario no hablaba de tí, ni de mí... (cantaba Joaquín Sabina)
Le reprocho que su diario y otros de la gran urbe en la que vive, solo reflejan el ecocidio del delta del Paraná, cuando el humo llega a Buenos Aires y lo hacen como si fuera “nuestro humo” que les complica la vida a “ellos”. Que les falta retarnos por semejante incomodidad, además de mirarnos desconcertados cada vez que reclamamos la coparticipación federal, que por ley nos corresponde. "¿Qué más quieren? –le pregunto– ¿Por qué no trasladan Rosario a Viedma, así nos corren de la Hidrovía también?", ironizo en mayúsculas. Y me arrepiento rápido de dar ideas.
“Ah, también llorones, los del interior”, me chuza sin piedad y pasa a la fase B del discurso capitalino sobre “la Chicago argentina”. Sin respirar ni dejarme hacerlo, arremete con el narcotráfico y los índices de criminalidad en los últimos dos años (cifras indiscutibles y escalofriantes que nadie ignora y que su diario sí publica cotidianamente) y, en contrapartida –golpe bajo innecesario– me envía, para aumentar mi malestar, la provocadora foto de una plácida cena grupal, la noche anterior en “Cañitas”, en un microclima bucólico, más próximo a una capital europea que a una ciudad de Argentina. “Ahí está el punto –le retruco– salgan a «la Pana» como dicen ustedes, y dense un baño de realidad así entienden cómo se financia esa burbuja”.
Y antes de que reaccione, le repito la frase del ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié, quien hace unos días en Victoria (Entre Ríos) –donde desembarcó tardíamente, después de reiterados e infructuosos reclamos, para ver de cerca el ecocidio del delta– se refirió al “poder de policía” que debería ejercer, como “un concepto”, en un intento de relativizar su alcance en la práctica.
Mi colega no entiende. O dice no entender. “Ahora también querés que estudie filosofía y análisis del discurso. Mirá que son complicados ustedes, los provincianos”, chicanea dando por perdido el contacto telefónico que arrancó pidiendo (que no es uno, sino varios); pero como me da pie, me explayo sobre las contestaciones del ministro.
Le cuento, como si él fuese un extranjero y no un periodista de un medio nacional que vive a escasos 350 kilómetros de Rosario, en tiempos de internet, que los cronistas locales le trasladaron al funcionario nacional la desesperación de la gente afectada por serios problemas respiratorios y la preocupación por el exterminio de la flora y la fauna de los humedales y los choques en rutas y autopistas por la nula visibilidad que provoca el humo sostenido. Planteos a los que Cabandié contestó con una entelequia disociada de la realidad, en vez de exponer un urgente programa de medidas para combatir el fuego y accionar sobre los responsables, en uso del poder de policía que detenta. Poder que, además de un concepto, es una facultad real del Estado (y de él como representante del Estado nacional) que debería usar para proteger el bien común sobre los intereses particulares”.
No sé por qué el WhatsApp deriva –corriente abajo, con viento sur y Paraná picado– en las elecciones 2023 y en las fechas de los, al menos, cuatro comicios (cuando no, cinco) del año próximo. Y remonta por los afluentes de la agenda de prioridades, el “no plan” económico, los distritos clave y la remada final hasta el término del mandato. "Ahí tenés, vos lo dijiste –interrumpo–: el remo es la única disciplina que cruza la línea de meta mirando hacia atrás. Ustedes no quieren ver".
Resigna su torre en el tablero, esta vez, y para distender, me cuenta que un par de cronistas de esta zona estuvieron a prueba en su medio y anduvieron muy bien, pero que no se quedaron. “¿Probaron con pagarles?”, interrogo, y me lanza el típico: “¡Pero ustedes, los de los pueblos, las quieren todas!”, seguido de un tsunami de emojis carcajeantes, con el de manos juntas pidiendo perdón. Con una rodilla en la lona, insiste en los celulares que precisa (no se olvida). Le señalo que son de Santa Fe capital y le recuerdo, por las dudas, que Rosario no es la capital de Santa Fe. Recoge el guante y se autoinvita a comer una boga en la Rambla Catalunya, cuando pase la sequía y las lluvias apaguen los fuegos.
Por suerte, el diálogo fluye, a pesar de las diferencias (o gracias a ellas) entre un “salvaje unitario” y una “bárbara federal”, atemperados por la amistad y los treinta y nueve años de democracia transcurridos.
Quedan para el próximo round, los subsidios discrecionales al transporte, la explicación de por qué Rosario –distante apenas 300 kilómetros del Gobierno central– gracias a su río, (el segundo más largo de América del Sur) no es “el interior” y la biografía de Manuel Belgrano, que lo ayudaría a comprender, si hiciera falta, dos cosas: por qué el prócer enarboló la Bandera en nuestras barrancas (por entonces sin humo) desobedeciendo al Triunvirato; y también por qué, 210 años después de aquel desatino, su diario, al igual que la histórica Gazeta de Buenos Aires, elige y remarca, no casualmente, determinados temas –y soslaya o esquiva, intencionalmente, otros– a la hora de hablar de tí y de mí.
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