El punto más alto en la escala del asombro en campaña lo marcó Juan Carlos Belleti, precandidato a concejal de la localidad de Casilda, por un partido antiabortista que ofrece un voucher por un valor de 5.000 pesos a cambio de votos.
Es el más alto en asombro, el más bajo en catadura ética, pero no suena tan descabellado en el marco de una campaña electoral teñida por la apatía general, la escasez de proyectos concretos y la poca originalidad en la presentación de los temas que forman parte de la plataforma. Si ganan protagonismo las formas y la imagen, hoy viralizada a través de las redes sociales, el terreno más libre.
El votante puede pensar que para hacer una campaña electoral hacen falta ideas. Pero desde el aspecto político, las ideas parecen ser lo de menos. Punto uno: para hacer campaña hace falta dinero. Y hay dos formas de hacerla: con la nuestra (es decir, con el oficialismo respaldando y con el manejo de las cajas) y con la que se pueda recaudar (a través de la todavía muy imprecisa y poco transparente ley de financiamiento 26.215 y que se debate hoy en el Senado). Como punto central el debate se ocupa de la admisión de financiamiento privado para las campañas electorales a través de personas físicas o jurídicas, cosa que no está (en los papeles) permitida hasta hoy.
Pero no es el eje central de esta nota, que sí se ocupa de las diversas y poco llamativas campañas que apelan, como denominador común, a la cercanía con los votantes. O al menos eso parecen entender los jefes de campaña, que buscan una identificación personal con el votante. Por eso, en la presente edición de la contienda se ocupan de factores estéticos y “limpios” de todo sesgo partidario. Ya no son preponderantes las siglas partidarias ni las pertenencias políticas. Con los juegos de candidatos en danza para las elecciones provinciales, la preocupación parece pasar por adquirir un look Steve Jobs (el creador de Apple, característicamente vestido con remeras cuello redondo negras, chaquetas livianas y jean), mostrarse “anti-machirulo” en afiches compartidos en igual proporción varón-mujer, en cuentas de Instagram que motorizan spots donde se los ve caminar los barrios, en una clara presencia atípica, con vecinos absolutamente convidados de piedra o totalmente advertidos de esa visita tan ancestral en tiempos electorales.
Sin hacer nombres, a los y las candidatas se las ve en breves spots prometiendo encabezar la lucha contra el narcotráfico, usando imágenes de noticieros de televisión abierta, como si fueran a convertirse en superhéroes capaces de frenar las balas con imposición de manos. O tomar el transporte público como una verdadera hazaña (aunque en algunos barrios, en determinados horarios lo es cuando siempre que pase un colectivo). Globos, fotos y gas pimienta para prevenir (?) la violencia especialmente contra las mujeres. Vaya mirada.
Candidatos que se hacen auto reportajes de tinte personal, partidos que le quitan financiamiento oficial a candidatos de su propia interna porque la mayoría del partido optó por una de las dos caras de la interna, como sucede en una de las fórmulas que compite para gobernador.
A tal punto llega la guerra de candidatos en una misma interna que, aún contando con fondos, el nombre de una candidata genera algo de miedo, lo que impulsa a los partidarios de la otra fórmula a salir a cortar, con tijeras, los afiches plásticos símil cartón corrugado que intentan sobrevivir colgados de los postes de luz de las avenidas.
Existe un candidato cuyo equipo de campaña llamó por teléfono al inversor privado de un complejo de canchas de fútbol de la zona oeste para visitar el predio. El empresario dio el ok, pero al llegar se encontró con un enjambre de community managers filmando una especie de mini documental de un candidato a intendente, que recorría las instalaciones del barrio hablando de las bondades de la recuperación del deporte en el barrio. De estatal, ese emprendimento no tiene nada. Pero como locación para el montaje de un corto proselitista, es ideal.
Otra candidata pasó un mal rato durante el fin de semana porque una de las estrategias de acercamiento al voto joven y macrocéntrico la encontró en la tapa de pequeños potes de maní, los clásicos que acompañan una buena cerveza artesanal, que parece llover en Rosario como maná del cielo. Si bien estaba acompañado de un folleto con las propuestas de plataforma, en las redes sociales, la candidata la pasó mal. La idea el maní en la ciudad atravesada por la violencia, en que la justicia provincial condenó a Los Monos, fue la comidilla de sus opositores. Bueno, del lado opositor, el proselitismo que lleva un candidato santafesino y una rosarina a la Gobernación regaló bananas en la Calle Recreativa. Ay.
Que tampoco brillan como estadistas en un momento que necesita soluciones de fondo en temas muy complejos como la educación (con escuelas que se han convertido en centros comunitarios donde las familias pasan más que nada a retirar viandas de comida), la salud (que pese a todo sigue conservando algún grado de eficiencia aún en tiempos de crisis, con mucha gente que pasó de la medicina privada al sistema público). O el transporte, aquejado por el discrecional reparto de subsidios y consiguiente recorte de fondos estatales. Opositores que, desde sus escaños hacen foco en las fallas del gobierno local pero que no pueden defender el gobierno Nacional del que como fuerza política forman parte. Y así se pierden horas de debate en chicanas baratas.
Como sucedió y sucede tanto en el Concejo Municipal como en la Legislatura o en el Congreso. Graciela Camaño, la diputada de alternativa federal que dijo "no podemos seguir cobrando tanto mientras no hacemos un carajo", lo dijo en este momento de pocas sesiones, con tiempos marcados por la contienda electoral. Pero la esposa de Luis Barrionuevo, el sindicalista de los gastronómicos, empresario y autor de la célebre frase "hay que dejar de robar por lo menos dos años", hace lustros que ocupa una banca.
La campaña transcurre entonces, como dice el politólogo Mario Riorda, en clave de “convergencia”: la caminata por el barrio, tomar las demandas de los vecinos y formular una promesa. Pero a la vez queda registrada palmo a palmo en su aspecto más “humano”: sin backstage o con una “backstage montado”. Que parezca descantonado y muestre más “espontaneidad”. Aunque no se puede ser espontáneo cuando sabemos que siempre nos están mirando.
Como ya dijo Riorda a Rosario3.com, significa no tan solo pensar en los usos de los nuevos medios, de bases de datos digitales, sino articularlas con las viejas prácticas”. “Escuchar el reclamo del vecino y sacarse la foto, sirve en tanto y en cuanto se lo acompañe de una estrategia digital que amplifique y reproduzca esa territorialidad”.
Hay riesgos; advierte. Hoy las distintas candidaturas quedan desnudas en el marco de lo que se hace o no se hace. Decir es exponerse. No decir, también.
Es un terreno donde tiene poco peso lo concreto, donde cualquier estrategia vale y donde el desconocimiento, antes casi una sentencia que dejaba fuera un candidato, es hasta un factor positivo para un oficialismo. Por qué? Porque el o la candidata aparecen “limpias” y sin pasado político. Es un país en el que muy pocos resisten un archivo, por lo que si se trata de una personalidad a destacar, sólo basta colarla en todos los actos oficiales. No se dirá que es proselitismo explícito, pero tampoco es que haga falta. Lo mismo sucede con los afiches en vía pública, colgados mucho antes de que comience el tiempo real de campaña. La búsqueda es, en parte, instalar una cara porque en Santa Fe se vota por medio de la boleta única. La boleta que favorece que lo que se votan son caras. Ante una sociedad apática, la proporción de votantes por simpatía puede no definir una elección, pero suma. Y las elecciones, o al menos sus resultados, son matemática.
Las preguntas entonces serán: habrá que esperar a la recta final para que empecemos a hablar de propuestas más concretas, de temas más tangibles y cotidianos? Cómo harán para sostener sus promesas quienes vienen, en el gobierno nacional, provincial o local, gobernando los últimos años, con resultados a la vista, para que vuelvan a elegirlos?
O todo se reducirá a un duelo de formas y diseño, en el que las caras y armados más ascéticos, desde la imagen, puedan imponer su credo “minimalista”, que se sostenga sólo por la fuerza de la fe?