Era un sábado de principios de milenio, es probable que haya sido una tarde de sol en las canchas del Cristo Rey, en el lejano oeste rosarino. Yo andaría por los 25 años y me ataba los cordones de los botines, tratando de recuperar el aliento después de un par de piques cortos para entrar en calor. “¿Sabés quién es ese que está ahí?”, me sorprendió un compañero que ya cumplía con todos los requisitos para pasar a la categoría de veteranos de la liga. “¿Cuál? ¿Ese tipo de la bicicleta?”, le respondí más preocupado por el partido que ya empezaba. “Sí, boludo. Es el Trinche Carlovich”.
Su metro ochenta y pico se balanceaba sobre el asiento de la bicicleta. Las manos aferradas al alambrado, los pelos nevados y revueltos al viento. Estaba solo, como casi siempre, y tenía ese dejo de nostalgia en el rostro. Me gustó verlo así; tan terrenal, tan simple, tan distraído de la leyenda que lo envolvía. Lo busqué para saludarlo cuando terminó el partido, pero no pude encontrarlo. “Se fue hace diez minutos”, me confirmó el árbitro mientras enfilaba para el bufet. Se ve que para el Trinche, una tarde de sábado ya no tenía importancia si no rodaba una pelota.
Se murió Tomás Felipe Carlovich. O lo invitaron a morirse de la peor forma. Porque la violencia es condenable siempre, pero la peor de todas es la que se ejerce hacia abajo. Le pegaron para robarle la bicicleta. Ya le habían quitado otras, pero él se resistía a abandonar esos caballos alados con los que hacía más grande su mito de héroe visible y tocable. El otro ángel de la bicicleta de Rosario.
Como una gambeta del destino o de vaya a saber qué cosa, el Trinche se murió un viernes de bares cerrados, de voces que no se pueden juntar para contar y agrandar sus hazañas en pantalones cortos en la cancha polvorienta de Central Córdoba, para decir que fue mejor que Maradona, para dibujar en una servilleta una jugada suya de la que no hay registro. La “sociología del estaño”, aquella de la que hablaba Jauretche, siempre tendrá a Carlovich como uno de sus fetiches.
Al Trinche le gustaba vivir así como vivía y detestaba muchas cosas de los futbolistas actuales, que en la enorme mayoría de los casos son reproducciones de una cultura del consumismo y la ostentación. Pero también le hubiera gustado asomarse a algunas de las comodidades a las que pudo acceder y no quiso en su momento. Él mismo lo reconoció en ese fabuloso documental que hizo la televisión española sobre su vida. Pero sin dudas, lo que más lamentaba Tomás era no poder volver a los 20 años para jugar otra vez a la pelota. No podía contener las lágrimas cuando alguien le recordaba la frase “esta tarde juega el Trinche”.
Todos los que vieron jugar a Carlovich coinciden en forma unánime que tenía talento de sobra para triunfar acá, en Europa y en la selección. Pero quizás el fútbol, el deporte más popular de todos, tenía reservado para el Trinche el vestuario de los bohemios, de los nostálgicos, de los errantes. De los adorables perdedores.
Este viernes, en el que las crónicas de la ciudad no saben si ubicar su absurda muerte en la página de policiales o en deportes, el Trinche se fue a su cielo bajito. Seguro ya tenía una nube reservada desde aquella noche del 17 de abril de 1974, cuando puso al inconfundible fútbol rosarino en la tapa de todos los diarios.
Los viejos tablones del estadio charrúa hoy crujen de tristeza y extienden su dolor a todas las barriadas del sur rosarino. Pero también llora la visera del Coloso, el cemento del Gigante y las tribunas despintadas del Olaeta. Lloran los potreros despoblados de los barrios bajos y se mueren con el Trinche miles de futbolistas frustrados, de obreros que se visten de jugadores los sábados a la tarde, de tipos comunes que se irán de este mundo convencidos de que hubieran podido triunfar en primera si no fuera por esa perfecta excusa.
Mis ojos de muchacho de 25 años observan la ancha espalda de Carlovich alejarse hacia el este por la avenida. Levanto la mano y le digo lo que no pude decirle aquella tarde de sábado. “Chau Trinche. Vos sos la leyenda inmortal de los que amamos el fútbol por sobre casi todas las cosas”.