Gastón Abraham Dlugovitzki, quien circulaba a alta velocidad el pasado miércoles, cuando atropelló y mató al conductor de una Renault Kangoo, está preso. Fue imputado este lunes por homicidio simple con dolo eventual. Según la resolución de la jueza Marcela Canavesio, seguirá tras las rejas por al menos dos años. Sin embargo, la historia pudo ser otra por una "desinteligencia" entre el hospital donde quedó internado después del choque y la justicia. 

Entre las medidas de prueba reunidas por la fiscal Valeria Piazza Iglesias se encuentran imágenes de video a alta velocidad en la fatídica noche, en la que también aparece una moto. Este material está en poder de la fiscalía, así como otros momentos "rápido y furioso" que el joven subía a las redes sociales. Básicamente se investiga si estaba corriendo una picada. También hay relatos de media docena de testigos de la tragedia vial de la noche del miércoles, el historial de multas que acumula en los últimos años y exámenes de alcoholemia y alcoholuria, entre otras pruebas toxicológicas.

Pero hay un hecho que casi pasa desapercibido. Momentos después del siniestro, personal del Sies (Sistema Integrado de Emergencias) lo atendió en el lugar y verificó el estado del traumatismo de cráneo que Gastón sufrió en el impacto contra el utilitario de Fabián. Luego fue derivado al Heca. Oficialmente, el joven estuvo en el Clemente Álvarez hasta el momento de su detención, para ponerlo a disposición de la justicia, encaminada a su imputación.  

Pero no fue así. En realidad, el joven fue dado de alta y partió a su casa, en Garibaldi y Laprida, donde finalmente fue detenido. Las informaciones cruzadas en torno al paradero del joven horas después levantaron sospechas y tras indagar en ellas, quedó confirmado que fue así: le dieron el alta, se fue a su casa y allí fue detenido.

En paralelo

El año pasado, se cumplieron 21 años de la tragedia que conmocionó a la opinión pública: el caso de Sebastián Pira. Tenía 21 años de edad en el momento del hecho en que manejaba el Ford Galaxy de su padre a más de 100 kilómetros por hora por calle Salta. Embistió y mató a dos jóvenes: Celeste Haiek y Daniela Caruso.

Pira se dio a la fuga y se presentó varios días después junto a un abogado, en la comisaría 3ª, ubicada a tres cuadras del lugar de los hechos. Cuando fue citado a declarar, no se presentó y desde entonces está prófugo. Pira pasó exactamente la mitad de su vida huyendo de la Justicia y las familias de las víctimas creen que la familia de Pira es cómplice de sus evasiones.

En el caso de Gastón Abraham Dlugovitzki, tanto familia como imputado eligieron ajustarse a derecho. Pero cupo la posibilidad de que no lo hicieran. Si fallaron los controles, del Heca pudo haberse dado a la fuga. Hoy estaríamos hablando de otra cosa. La hipótesis de la fiscalía es que el personal que atendió a Gastón no dio el aviso a la Justicia sobre el alta. 

A este capítulo hay que sumarle el de su abogado defensor. La estrategia, ya desplegada en medios de comunicación apunta a no convertirlo en un “chivo expiatorio” e insta a la fiscalía a cotejar las pruebas para ver si hubo “concausalidad”. Precisamente, si Fabián no respetó un cartel de “Pare”. En las imágenes quedaría comprobado que sí lo respetó. En su conciencia quedará el intentar responsabilizar a quien no puede defenderse.  

Lo medular del caso es que hubo y habrá estrategias para “embarrar la cancha”. 

El drama es si dejamos un margen, como sociedad, como sistema, para que eso pase. ¿Quién debía dar aviso del alta a fiscalía para evitar que el joven, con la oportunidad delante, se fugase? ¿Que podría haber pasado si el acusado no hubiese elegido ponerse a derecho?    

Tuvo opción de fugarse. La historia y el ejemplo de Pira nos dicen que sí. Si hay un margen para que las cosas salgan mal, pueden salir definitivamente mal. Y la Justicia, célebre por su lentitud en la Argentina, pudo haber quedado más limitada a reaccionar.