Difícil escribir en medio de semejante emoción. La emoción de ver por sexta vez en la historia (¿no son tantas, verdad?) a la selección argentina entre las cuatro mejores del mundo, después de un partidazo vibrante cómo pocos.
Argentina jugó un gran partido y tuvo su merecido premio, aunque sufrió más de la cuenta para conseguirlo. Debió ganarlo en los 90 (que en realidad fueron más de 100), también debió ganarlo en el alargue, pero tampoco pudo y debió ir a la lotería de los penales. Emocionante por dónde se lo mire.
Qué grande Messi, que frotó la lámpara en un momento caliente (ya lo había hecho ante México y Australia) y abrió el partido con una jugada magistral que definió Molina. Qué grande Molina que hizo un surco de tanto ir por la banda derecha. Y qué grande Acuña, que la rompió por izquierda (cómo lo vamos a extrañar en la semifinal) y al que le hicieron el penal que el propio Messi convirtió para "casi" asegurar el resultado. Pero fue "casi" porque a un gigante como Holanda nunca hay que darlo por muerto.
El 2 a 2 a las 11' de descuento fue un mazazo que pareció sentenciar al equipo. Pero esta Argentina no deja de sorprender. Se agrandó en la adversidad y arrinconó a los de Van Gaal en el segundo tiempo del suplementario. Jugó con el corazón. Nos emocionó a todos.
Sin embargo, no alcanzó y hubo que ir a sufrir a la lotería de los penales. Y allí sí, la justicia divina apareció. Y también apareció el Dibu, que una vez más mostró lo importante que es. Y Messi. Y Paredes. Y Montiel. Y Lautaro.
Sí, justo el que tenía el arco cerrado definió con maestría y le dio el pasaje a semis al equipo de Scaloni. Para que el país entero festeje, se emocione y siga soñando.
Gracias muchachos por esta alegría. Hace mucho no se veía una selección que nos enorgullezca tanto. Ahora se viene Croacia. El sueño es posible. ¡Vamos Argentina todavía!