A 40 años del inicio de la reconstrucción democrática de 1983 en Argentina, ir a votar a los dirigentes de la política santafesina resultó ayer un compromiso liviano para un gran sector de la población. El ausentismo alcanzó a casi el 40% en la provincia (promedio) pero a casi el 50% en Rosario. No ir. No votar. Daba lo mismo, gane quién gane.
Ganó la apatía generada por un sistema que entusiasma en demasía a sus protagonistas, a los medios de comunicación como narradores del asunto y a quienes viven económicamente de sus resultados. Sin embargo, hay una gran porción del padrón de los 2.768.525 electores de Santa Fe que ayer domingo no fue a decir lo que piensa de sus candidatos. Y eso es un ejercicio real de lo que se piensa del sistema.
El rechazo a ir a votar en tiempos de bolsillos flacos, inseguridad, narcotráfico, violencia y escasa o nula empatía entre la dirigencia y los problemas, es para muchos más de lo mismo. La profesión de ser dirigentes o directamente ser candidatos, como un oficio que empieza y termina allí, distancia la inquietud. No ir a votar para no avalar eso. La política disuelve su costado más real: ser la herramienta para transformar la vida de las personas que sufren desigualdades, atropellos, o tan solo ser el empático ámbito de los que esperan una respuesta a sus problemas.
La política hoy es tomada como un oficio que ha dado respuestas a muchos protagonistas por ejercer su rol burocráticamente y que a su vez no han pagado ni un costo de las crisis que este país le ha hecho transitar a sus ciudadanos. Entrar pobres, salir ricos. La síntesis prejuiciosa, pero con argumentos sólidos de prueba, sintetiza otra manera de decir “que se vayan todos”.
Hace 40 años Alfonsín clamaba en el balcón del edificio del Cabildo en Buenos Aires que con la democracia se come, se cura y se educa. Debajo, una multitud saludaba al presidente electo al grito de “que el pueblo unido jamás será vencido”. Pasaron cuatro décadas, una fuerte decepción hace dos (2001), y la historia vuelve a tropezar con la decepción y el descrédito.
No ir a votar es el rechazo a un sistema de representación que hoy claramente está en crisis. El oficio que la dirigencia le impone a sus labores está claramente agotado. El sistema colapsa y la democracia también se expresa con el rechazo a votar. No ir como un idioma anarquista que ofrece un fuck you enorme a un sistema ególatra y negador.
Amalia Granata se recibió de dirigente política ayer. Después de 4 años de ejercer el rol de diputada hizo campaña quejándose de esto mismo con escasa promoción de su figura. Sin embargo dio un batacazo enorme en el electorado de Santa Fe. Claramente no es estadista ni tiene dotes políticos extraordinarios pero obtuvo más votos en su rubro (diputados provinciales) que muchos dirigentes formados desde hace años para el manejo de la “cosa pública”. Fue la segunda más votada después de Omar Perotti y ofrece un espacio para ganchos antipolíticos en un ámbito de códigos y silencios.
La decepción, el desencanto, la poca credibilidad al sistema representativo es un peligro para la democracia. Si las mayorías deciden no elegir a sus representantes la legitimidad penderá de un hilo. No se juega con este fuego. La dirigencia cosecha la siembra del espanto que supo conseguir. Todos fueron y son responsables de seguir encendiendo una mecha que hoy les dice claramente que nada de lo que hagan puede ser realmente importante.