La idea de asociar el acto oficial del Día de la Bandera con los 40 años de la guerra de Malvinas fue salvadora. Fue eso lo que le dio contenido y emoción a una ceremonia más fría que la mañana, que se fue entibiando con el correr de las horas y la llegada de miles de rosarinos que, cuando los discursos y el desfile de los excombatientes ya habían terminado, empezaron a poblar la zona del Monumento para una jornada que apuntaba a ser de fiesta.
Cuesta entender por qué el acto de las 9 de la mañana, que empezó con el izamiento de la bandera y la entonación de “Aurora” por parte de Soledad Pastorutti y Jorge Fandermole –coronado por un sentido "Viva la Patria" que gritaron los ex combatientes–, se pensó tan lejano a la ciudadanía. Sin la presencia del presidente Alberto Fernández ni ninguna otra autoridad del gobierno nacional, el gigantesco vallado que dispuso la organización puso a los funcionarios provinciales y municipales, más los invitados especiales que pudieron entrar al sector de la explanada que está adelante del mástil mayor, a 30, 40, 50 metros del público que se acercó a esa hora, que por cierto no fue mucho.
Solo los ex soldados de Malvinas y sus familias, que terminados los discursos protagonizaron un emotivo desfile por la avenida Belgrano y juraron una vez más su compromiso con la defensa de la Patria, pudieron estar un poco más cerca de las autoridades. El periodismo fue destinado a un corralito con poca visión, lo cual complicó a su vez el trabajo de los fotógrafos salvo los oficiales, que sí pudieron obtener imágenes cercanas de Omar Perotti y Pablo Javkin, únicos oradores de la jornada.
“Es como cuando estaba (Mauricio) Macri”, ironizó una dirigente del peronismo local al ser consultada sobre el exagerado dispositivo de vallas. Y cuestionó que ni el presidente Fernández ni la vicepresidenta Cristina Kirchner hayan viajado a la ciudad para el primer acto presencial del Día de la Bandera pospanedemia. Porque, entre otras cosas, tenían la posibilidad de anunciar en el lugar y el momento indicados el reinicio después de 7 años de las obras de refacción del Monumento a la Bandera, cuya licitación está a punto de lanzarse.
Una muestra más de la desconexión de la gestión de los Fernández no solo con lo que pasa fuera del Amba sino con las necesidades de su propia dirigencia del interior del país.
El vacío que le hizo el gobierno nacional al Día de la Bandera también quedó expresado, involuntariamente, por el diseño espacial de la ceremonia. Tanto el estrado como la platea, que estaba por delante de éste, se dispusieron mirando hacia el mástil donde se izó la bandera. Así, durante los discursos, quienes hablaban y quienes escuchaban dentro de ese sector VIP –que, a riesgo de retirarse con una tortícolis, debían girar sus cabezas si querían ver a los oradores– quedaron mirando en la misma dirección: un enorme espacio sin presencia humana, salvo los abanderados de las Fuerzas Armadas y de seguridad, tras el cual venía el primer vallado que lo separaba de la avenida Belgrano, por donde luego desfilaron los ex combatientes. Javkin –que reclamó ayuda nacional para combatir la violencia y el narcotráfico–, y Perotti –que prefirió evitar el tema seguridad, vinculó su habitual prédica productivista con las ideas de Manuel Belgrano y cuestionó la falta de federalismo– parecían hablarle a la nada.
Muy lejos de ellos, recién detrás del segundo vallado instalado cruzando la avenida Belgrano, quedó el público. De frente a las autoridades, pero a mucha distancia, convivían un par de banderas del PJ de Rafaela, único sector político que movilizó un puñado de militantes para apoyar al gobernador, con otras de familiares de víctimas de la inseguridad, que se movilizaron para reclamarle al gobernador.
Eso no generó tensiones, algo coherente con los discursos: tanto Javkin como Perotti remarcaron la necesidad de unión entre los que piensan diferente para enfrentar los grandes problemas nacionales, con apelaciones antigrieta y el rescate de la figura de Belgrano como ejemplo para una dirigencia que debe anteponer los intereses colectivos a los personales.
Terminados los discursos comenzó el desfile de los cerca de 2.500 ex combatientes de Malvinas y sus familiares, que produjo momentos e imágenes emocionantes. Entre ellas, ver caminar a esos hombres que apenas tenían 18, 19 años en 1982 junto a sus hijos, orgullosos de ellos. La jura en la que los ex soldados renovaron su compromiso de defender a la Patria fue otro momento vibrante.
Mientras tanto, la empresa que las alquiló levantaba las 350 sillas dispuestas en el sector VIP y de a poco también se empezaban a remover la vallas, para liberar así el paso de las personas que llegaban a la zona del parque a la Bandera.
Allí, mientras las autoridades subían hacia el centro de la ciudad y el sol ya daba el suficiente calor como para empezar a guardar bufandas y gorros, comenzaba una fiesta popular que la ciudad se debía después de tanta pandemia, tanto miedo, tanta amargura por un presente que la tiene a maltraer.
Sol, música, sabores, tradición. No es poco para los tiempos que corren.
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