Con una guerra como telón de fondo, el español Ray Loriga construye en Rendición una historia alegórica cruzada por lo absurdo para plantear qué sucede con la identidad cuando cambian las circunstancias, en un universo alejado de cualquier posibilidad de utopía.
La obra, ganadora del premio Alfaguara de novela 2017, tiene como protagonista a un campesino en ascenso, casado con una mujer con la que tiene dos hijos que desaparecen durante la guerra, y a quienes les llega un niño al que protegerán como si fuera propio.
Ante la inminencia de posibles bombardeos, el campesino, la mujer y el niño deberán dejar la casa e incendiarla para evitar que sea refugio de las tropas enemigas y trasladarse a un sitio, denominado la ciudad transparente, que se promete como idealmente segura y proveedora de felicidad para quienes lo habiten.
Con una impronta kafkiana y orwelliana, Loriga erige con su ficción una ciudad donde la cotidianeidad, la intimidad y la desnudez quedan a la vista de todos; no existen los olores ni sudores, y los habitantes tienen lo suficiente para alimentarse, trabajar y vivir en aparente plenitud, aunque salirse del lugar comporte riesgos que serán una prueba de fuego para el protagonista que luchará entre la adaptación y el rechazo.
"Es una vuelta de tuerca al panóptico, a las cárceles pensadas para vigilar a muchos por pocos, pero aquí eso ya no hace ni falta, porque se vigilan todos a todos, con lo cual no hacen falta guardianes, porque el límite de tus actos es la mirada de los otros", define el escritor.
Loriga, que en sus 25 años de trayectoria literaria lleva escritas diez novelas y colaboró como guionista de películas con Pedro Almodóvar y Carlos Saura, se muestra satisfecho con los desafíos que le trajo este libro, que le permitió el galardón Alfaguara al cumplir los 50.
—¿Por qué ubicás la novela en un escenario de guerra?
—El primer planteamiento que tuve para este libro es el asunto de la identidad: quiénes somos más allá de los contextos, del reflejo que nos ofrecen los demás; esta idea de yo y mis circunstancias. Entonces utilizo dos parámetros opuestos: la vida que tenía este hombre en una comarca rural, dueño de unas tierras, que pasó de jornalero a capataz y de capataz a dueño, y cuando cree que está establecida su idea de sí mismo le giran totalmente las circunstancias y tiene que trasladarse a un mundo que es totalmente opuesto a su naturaleza. La situación de guerra me permitía el mecanismo narrativo de trasplantarlo, de llevarlo a otra situación.
—La voz del narrador es uno de los hallazgos de esta obra, ¿fue lo más difícil de lograr?
—Sí, fue lo más interesante en realidad, la satisfacción inmediata de decir que lo que me propuse más o menos lo he conseguido. La voz era la clave porque es la que cuenta la historia de la manera que la había concebido, ya que no la cuenta de una manera retrospectiva y ni siquiera se la cuenta al lector, sino que se la está contando a sí mismo. El equilibrio era lo más complicado, y esa escritura de una personalidad basada en un discurso de un personaje sin muchas herramientas de reflexión y análisis. Entonces tuve que inventar un refranero, típico de la tradición de preciosos refraneros que tiene nuestra lengua: de los argentinos, uruguayos, mexicanos que tenemos refranes para todo, que acaban en un lugar vacío del pensamiento. Y con esas pocas herramientas este hombre trata de explicarse así mismo ante el lector cómo se la va bancando y si es que puede.
—El amor que tiene hacia su mujer es otro de los aspectos que llaman la atención en el personaje...
—Me interesaba que el amor que siente hacia ella no tuviera una definición clara: por un lado hay una mezcla de agradecimiento y un poquito de vergüenza por saber que su ascenso se debe a ella, pero al mismo tiempo tiene una relación marido-mujer directa, estrecha. El está muy agradecido con ella, la idolatra, la idealiza; inclusive ella es su Pigmalión porque lo ayudó a entenderse a sí mismo, a organizar sus pensamientos, a tener incluso la pequeña bravura que tiene. El ha puesto su esfuerzo y sus capacidades en el mundo que creó junto a ella, por eso el traslado a la ciudad se le hace tan duro, porque se queda sin atributos, sin herramientas, y su personalidad se va diluyendo junto a su dignidad y su oferta de amor.
—Si bien no se trata de una novela política, subyace una crítica a la sociedad y al sistema. ¿La ciudad transparente puede verse como una alegoría del capitalismo?
—Es una alegoría del cenit de la sociedad que sería la última perversión de la democracia: que todos realmente estuvieran de acuerdo, menos muy pocos como el pobre narrador. No es una crítica; el consenso de los más no prohíbe ni aniquila la expresión de uno, sino que simplemente no lo necesita. Si somos 100 y 99 pensamos que debemos hacer equis cosa con nuestra sociedad y hay uno que vota lo contrario, ese "uno" se automargina y en todas las sociedades el que elige no seguir el camino de lo común se va convirtiendo en un paria, salvo que tenga posibilidad económica de aislarse del mundo, cosa que no está al alcance de ninguno de nosotros. Y en el caso del personaje, le crea una paradoja íntima porque se da cuenta de que no tiene queja hacia esa sociedad que no lo maltrata, le provee ratos de solaz, entretenimiento, cerveza gratis, sin embargo hay algo de su naturaleza que no le permite adaptarse. Allí tiene un bienestar sedante con la amenaza de perderlo, siempre. Y si bien no entro en el libro en política real ni macroeconomía, existe esa especie de chantaje invisible de "no te quejes que podría ser peor", de una sociedad capitalista que se mueve si los grandes motores se mueven y hacia abajo solo caerán una migas, porque todos sabemos que el dinero tiende a evaporarse hacia arriba.
—Las nuevas redes sociales y personas como el creador de Facebook se jactan de la transparencia que permiten a los usuarios, cuando en realidad invaden la privacidad, por eso me parece que hay una relación en la contradicción que encierra la ciudad transparente acerca del supuesto bienestar que provee.
—Las redes van a tener un peso muy serio en la formación de las nuevas identidades y de las nuevas generaciones. Hablando de la transparencia de Facebook conozco gente potente que está adentro y me ha dicho que son muy consultados por gobiernos; de ahí el vínculo de las empresas, los gobiernos y las redes. Las redes no nos han invadido: nos hemos entregado, y por eso utilizo la palabra autodelación. Creo que a esta situación no la sospechaba ni el mismo Orwell, porque lo que no consiguió el espionaje, la amenaza, ni la tortura lo consiguió la vanidad. Escuché a Mark Zuckerberg y vende este fenómeno casi con un tono de homilía, y para quienes hemos escuchado muchas misas, muchos curas y muchos salvadores de la patria, esta "no patria salvadora" aparentemente empieza a tomar el control de cuestiones capitales de nuestras vidas, como la geolocalización, porque saben dónde estamos y qué hacemos porque se lo decimos. El otro aspecto importante es la falsa sensación de participación en la sociedad. Lo único que les interesa de nuestra existencia a las macroempresas son nuestros patrones de conducta de consumo. Parece mentira que haya personas que crean que lo que ven es el mundo, cuando en realidad es el rastro de sus cookies.