La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España entregó el último sábado los Premios Goya, los galardones más importantes que se conceden en el cine español y que celebraron su 35 edición. La ceremonia “híbrida” se desarrolló por segunda vez en Málaga, con Antonio Banderas y María Casado como presentadores y la participación de los nominados de forma virtual debido a la pandemia de coronavirus.

En la categoría de Efectos Especiales, el premio fue para la dupla conformada por los equipos de Mariano García Marty y Ana Rubio por la película Akelarre, dirigida por el argentino Pablo Agüero y máxima ganadora de la noche con cinco créditos.

En el rubro, la dupla competía con Raúl Romanillos y Jean-Louis Billard, por la cinta Black Beach; Raúl Romanillos y Míriam Piquer, por Historias lamentables; y Lluis Rivera Jove y Helmuth Barnert, por Orígenes secretos.

Mariano García Marty, visiblemente emocionado desde su casa en San Sebastián y acompañado por su familia, compartió el galardón con su socio Jon Serrano y el equipo de Drama Fx.  

“Agradezco a mi familia, amis hijos que los amo con locura, a mi mujer que sin su apoyo todo esto sería imposible”, dijo “Manitas” García Marty, un rosarino que hace 15 años se mudó a España a intentar lo que hoy está logrando. 

“Seremos los mejores de España en efectos especiales del año pasado. Claro es un subidón enorme que es increíble. Por más que te vaya bien en tu empresa, en tu vida el reconocimiento siempre está bueno y te hace sentir que lo que haces, gusta. Por supuesto, las muestras de cariño, tengo el teléfono lleno de mensajes,  es un subidón muy pero muy importante”, indica ya en diálogo con Rosario3.

El derrotero artístico de Mariano García Marty es esforzado y nada casual. Hizo paso por paso el duro sembradío que hoy cosecha. Rosarino con título universitario expulsado por la crisis del 2001, salió a recorrer Sudamérica en su mochila hasta que llego a Isla Margarita. Se quedó dos años y salió limpio de esa marca tan argentina: el desánimo. 

Viajó a Andorra en búsqueda de movimiento, trabajo en pistas de sky, conoció a su mujer y siguieron viajando con la mochila a cuestas por toda Europa. Llegó a San Sebastián y se enamoró de la ciudad.  Consiguió trabajo de mozo de un bar hasta que su actual socio le propone armar decorados y escenografías juntos. 

“Conocía el trabajo con herramientas. Primero un decorado, después una maquinita de lluvia, y así arrancamos. De esto hace 15 años”, detalló García Marty.

Junto a su socio de Drama Fx (Jon Serrano) lograron el último sábado su segundo premio Goya. El primero fue en 2018 por la película Handia, de Jon Garaño y Aitor Arregi. 

“Un premio no te da dinero pero sí mucho más trabajo después. Y eso fue muy bueno para nosotros”, reconoce.

—Qué es lo que más logrado en esta película?
–Al final, todo efecto tiene su curro (trabajo). Lo que más me costó fue un plano secuencia donde funcionaban varios elementos a la vez, unas ventanas que se movían neumáticamente, fuego, viento, papeles que se movían, un escritorios que se caía y ese fue un truco que fue bastante trabajado. Todo tiene su complicación. Pero Akelarre es una película muy redonda porque desde el minuto cero su iluminación fue el fuego.

El dato rosarino en la premiación está en la imagen del mismo video. Emocionado, Mariano con su familia acapara el primer plano pero si uno se mete en el cuadro ve colgada detrás suyo una camiseta de fútbol enmarcada: “Soy de «ñubel» de toda la vida. Si te fijas bien en el video de la premiación hay una camiseta firmada por todos los jugadores de Ñuls atrás mio, ya con eso te digo todo”.

Una historia de brujas


Akelarre encabezó el palmarés de la 35 edición de los premios Goya con cinco créditos. La película de Pablo Agüero se impuso en las categorías diseño de vestuario, maquillaje y peluquería, efectos especiales, música, y dirección artística.

Por su parte, el film Las Niñas se alzó con se quedó con los premios a la mejor película, mejor directora novel –para Pilar Palomero–  guión original y fotografía

Agüero, nacido en Mendoza y radicado en Francia, plasma en Akelarre una historia ambientada en el País Vasco en 1609, y sigue a Ana, quien participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea y un juez, encomendado por el Rey para purificar la región, las arresta y acusa de brujería.