“Dos hermanas envueltas en una rutina de odio y aburrimiento, viven juntas el final de sus vidas, tratando de suavizar los actos cometidos por el amor hacia el mismo hombre”. Así resume el dramaturgo José Antonio González El perfume de Federico, la obra teatral que expone el viernes 13 de diciembre, a las 21, en el Cultural de Abajo, Entre Ríos 579.
La comedia negra es interpretada por el propio “Pepo” González y el también actor rosarino Sebastián Tiscornia, quienes les dan vida a las hermanas enfrentadas por un pasado que no cierra. “El punto de partida para escribir esta pieza teatral en los años noventa, fue una fotografía blanco y negro en la que aparecen mi abuela Cándida y su hermana María. Inmediatamente comencé a recordar momentos en que estuve cerca de ellas y desde donde tomo sus formas de relacionarse y el carácter de cada una. Desde ahí todo es ficción”, sostuvo el escritor.
“Como dice Bertold Brecht «desde que el mundo es mundo el propósito del teatro, como el de todas las artes, consiste en divertir a la gente, a los sentidos. Hay diversiones débiles y diversiones compuestas. Estas ultimas son las del gran arte dramático . Son diversiones más complicadas, más ricas en aspectos, más contradictorias y preñadas de consecuencias»”, sostuvo el director en diálogo con Rosario3 al se consultado sobre el mensaje de la obra.
Es la tercera vez que El perfume de Federico se representa en teatros locales. Según mencionó González, la primera vez fue interpretada por varones y la seguna por mujeres. “Y ahora nuevamente con varones”, señaló y advirtió al respeto: “Consideramos que la sexualidad de los personajes se actúa más allá del género de los actores o actrices. Nos alejamos de la representación binaria de los cuerpos. Hay una ruptura desde la cual como actores podemos elegir sobre que cuerpo posicionarnos”.
El perfume tiene un significado propio para estas mujeres hermanadas en discordia. “Específicamente, la sustancia aromática, es un sustituto en toda la trama para que ellas no se maten. Para una de ellas es la presencia que queda de alguien que ya no está, la marca que dejó, y para la otra es un señalamiento que no la deja decidir que hacer con lo que pasa, le impide tal vez matar”, explicó.
“El ritmo de la obra –aclaró– lo lleva adelante la acción repetitiva de levantarse y acostarse. Durante 22 escenas y casi en un tiempo detenido pero que a su vez avanzando hacia un final inevitable para ellas, no pueden evitar dejar de despertarse y dormirse, tiempo infinito en cuerpos finitos, y asi avanzando como caracoles y con un único y fuerte marcador del tiempo; los cambios de vestuario”, concluyó sobre la pieza.
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