En la capilla ardiente de la Escuela Militar han convivido las letanías de responsos y misas con los rostros contritos de los simpatizantes y los más serenos de quienes, movidos por la curiosidad del momento histórico, han querido dar un último vistazo al cuerpo yerto del otrora poderoso dictador.
Pinochet falleció el domingo en el hospital militar, ocho días después de sufrir un infarto de miocardio, y su deceso hizo resurgir la división que su figura sembró entre los chilenos desde el 11 de septiembre de 1973, cuando encabezó el golpe que sepultó la convivencia democrática en Chile.
Sus seguidores lloraron y sus amigos y colaboradores protestaron contra el gobierno, que le negó un funeral de Estado, mientras sus detractores se volcaron en las calles a celebrar.
Un centenar de detenidos, cincuenta lesionados entre policías y civiles y daños cuantiosos a la propiedad fue el balance de la jornada, aunque este lunes la tranquilidad retornó a las calles.
El dolor por la pérdida entre los partidarios se mezcló con el desahogo bullicioso de los detractores, mientras el cadáver de Pinochet era trasladado con discreción y con férreas medidas de seguridad al lugar elegido para su velatorio y misa fúnebre.
En su primera referencia al asunto, la presidenta chilena, Michelle Bachelet, afirmó que pensó "en el bien del país" al descartar un funeral de Estado para el ex dictador.
"En una sociedad, cuando no existen normas, leyes previstas para determinadas situaciones, los gobernantes tenemos que tomar decisiones pensando en el país", afirmó la mandataria, ella misma una ex presa política torturada en la dictadura, de cuyos actos Pinochet jamás se arrepintió en vida.
Bachelet dispuso que la ministra de Defensa, Vivianne Blanlot, asista a los actos fúnebres, pero Marco Antonio Pinochet, hijo menor del ex dictador, afirmó que no quiere a nadie del gobierno en el funeral.
"Espero que por respeto a mi familia no participe el gobierno, que la gente que sí lo quería se presente a su exequias, pero no quiero actos hipócritas, por respeto a mi madre y a mi familia", subrayó.
Igual de explícito fue el ministro del Interior, Belisario Velasco, al afirmar que Pinochet fue "un clásico dictador de derecha que violó los derechos humanos", y por ello "no corresponde celebrarle un funeral de Estado".
"Pinochet va a pasar a la historia como un dictador, como el clásico dictador de derecha que violó gravemente los derechos humanos y que se enriqueció. Esa ha sido la tónica de los dictadores de derecha en América latina", señaló.
Pinochet yacía en su féretro, vestido con su uniforme de gala, ante la presencia de familiares, militares y partidarios.
En la cubierta del ataúd fue colocada una bandera de Chile y el sable de Pinochet, conforme a lo que el reglamento del Ejército establece cuando fallece un comandante o ex comandante en jefe.
Una silenciosa fila de simpatizantes y curiosos ha desfilado ante la urna, bajo cuyo cristal puede observarse el rostro tranquilo del ex gobernante, que fue cuidadosamente maquillado antes de exponerlo al público. No faltaron quienes hicieron el viejo saludo nazi estirando la mano derecha hacia el féretro.
La viuda, Lucía Hiriart, sus cinco hijos y los comandantes en jefe del Ejército, Oscar Izurieta, y de la Marina, Rodolfo Codina, así como el general director de Carabineros, José Bernales, destacaban entre los presentes.
También acudió el cardenal arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, quien saludó con afecto a los familiares del general, oró por la patria, pidió por la serenidad de las personas y bendijo el ataúd.
La solemnidad del acto tuvo un paréntesis, protagonizado por Luz Gajardo, una ferviente partidaria del ex dictador que fue detenida dos veces frente al hospital militar la semana pasada por agredir a periodistas o simples transeúntes que no comulgaban con sus ideas.
La mujer pidió el fin del odio entre los chilenos tras pasar junto al féretro y besar el cristal, pero poco después fue de nuevo detenida fuera del recinto cuando destruía con un trozo de hierro las ventanas de un edificio en construcción, alegando haber sido "provocada" por los obreros.
En la capilla ardiente, los asistentes cantaron el himno nacional, incluida una estrofa dedicada a los "valientes soldados", que fue suprimida tras la recuperación de la democracia, en 1990.