Los mapas conceptuales surgieron en la década del '70 como “herramientas para organizar y representar conocimiento”. Son muy útiles para planificar y estructurar presentaciones, y su lectura permite una rápida interpretación, lo que los vuelve muy útiles a la hora de estudiar o repasar.
El sitio El Arte de Presentar dio una serie de tips para facilitar su elaboración:
Construcción de una buena idea focal: es mejor difundir a fondo una sola idea que transferir mucha información, lo que termina diluyendo el mensaje. Esto ayuda además a jerarquizar los datos, distinguiendo entre los principales y secundarios que apuntalan la idea central.
Seleccionar conceptos relevantes: reducido el campo que se abordará y el mensaje principal, hay que elegir los conceptos clave del tema en cuestión, aquellos imprescindibles para entenderlo.
Conceptos asociados: luego hay que identificar todos los datos, hechos, ideas y términos asociados a la idea focal y que permitan clarificar el mensaje. El mejor método para esta fase consiste en una tormenta de idas, en la cual se anota todo lo que va surgiendo asociado al tema. En esta etapa importa más la cantidad que la calidad.
Jerarquización: ahora sí hay que clasificar los conceptos poniendo en la parte superior los más relevantes y en la inferior los menos importantes. Se pueden sumar nuevos conceptos, tachar algunos y reformular otros.
Mapa preliminar: eliminar los conceptos irrelevantes y unir los que quedan entre ellos.
Proceso iterativo: hay que revisar ese primer mapa, reordenar conceptos tanto a nivel jerárquico como de relaciones y revisar si están incluidos los más relevantes. En función del tiempo disponible, se debe evaluar si se incluyen o no los conceptos menos importantes.
Refinamiento del mapa conceptual: pasar en limpio el mapa con los últimos ajustes. El mensaje fundamental debe quedar bien claro y de fácil interpretación.