La nota por el Día Internacional de la Mujer está por terminar en el programa Cada Día de El Tres. A Mónica Crespo, militante barrial, se le acelera el pulso del corazón y no puede callarse. Las palabras empujan y el dolor profundo, de décadas, envuelto en un miedo igual de hondo, irrumpe en el estudio. Pide un segundo para hablar de “algo muy mio” y sorprende: “Siempre digo que el cuerpo lo ponemos las pobres, los hijos los ponemos las pobres y en este día tan especial, un abrazo muy fuerte a una mujercita que le di el pecho durante tres días y que me la robaron de la Maternidad Martin. Hasta ahora la sigo buscando. Esto es en honor a Valeria Analía Ribero”.
No lo pensó, no lo programó, a Mónica el abrazo público a su hija robada en 1978 -que también es denuncia y llamado de atención- “se le escapó” al aire. La asaltó el recuerdo de cuando parió a Valeria en el hospital municipal y tres días más tarde se la arrebataron de sus brazos.
“No lo denuncié porque estábamos en dictadura y no había a quién recurrir, y para preservar la vida de mis hijos porque me amenazaron varias veces”, asegura este jueves a Rosario3.com, en medio del 8M, que amplifica los reclamos por la igualdad de género y contra las violencias machistas. Fue un hombre el que robó a su hija, otro le puso una pistola en la cabeza, un tercero -un médico- mantuvo un silencio cómplice y otro más, su entonces pareja, no las defendió y por eso después se separó.
El robo
Valeria nació de parto normal el lunes 10 de julio de 1978 en la Maternidad de Rosario. Mónica, con 18 años, estaba emocionada y feliz porque había logrado la parejita: ya tenía a su hijo Diego, de 2 años, junto a su esposo, de 24. Peladita, rubia, linda; la vistió de rosa.
El jueves 13, cuando ya esperaba el alta médica porque estaba todo en orden, una persona entró en la habitación. Mónica le estaba dando el pecho a su hija y un supuesto médico, que ella nunca había visto, alto con pullover gris con escote y el guardapolvo abierto, le arrebató a la nena de los brazos. Le dijo que estaba ahogada, que la iba a llevar a neo y se fue.
“Yo estaba sola en la pieza, era de tarde pero no el horario de visitas. No me dio tiempo a nada, me la sacó de los brazos. Subí corriendo pero neonatología estaba cerrada. Ahí me dicen que está muerta. Pedí verla y no me la mostraron. Entonces me desesperé, tiré un tubo de oxígeno, le rompí el guardapolvo a una doctora. Alguien me dijo que espere, que estaba muy nerviosa y me dio un vaso de agua. «Toma agua así te dejamos a ver a tu bebé», me dijo. Lo próximo que me acuerdo es que estaba en la cama de la habitación cuando reaccioné. Algo me dieron, no sé ni cuánto tiempo pasó y se llevaron el DNI de ella de la mesita de luz”, relata Mónica, revive, casi 40 años después.
El silencio
Mónica pidió por su hija a los médicos pero todos callaron. Nadie le dijo nada más salvo que había muerto. Nunca le mostraron el cuerpo, ni le dieron un certificado de defunción. Sí consta en los libros del hospital el acta de nacida vida de Valeria Analía Ribero, con ese nombre y un número de DNI, aclara la mujer que hoy tiene 58 años, vive en barrio Industrial y milita en el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE).
“Todo fue bastante atroz. Estaban los camioncitos militares al costado de la Maternidad. Mi esposo me dijo que no hagamos nada porque teníamos que cuidar a mi otro hijo. Eso me valió la separación porque no tenía los huevos para buscar a su hija”, cuenta Mónica.
“Me firmaron el alta pero volví al otro día para pedir el cuerpo. Me decían que no, que volviera mañana o pasado. Y yo fui hasta que me recibió un hombre, alto, morocho, y me puso una pistola en la cabeza. Me dijo no fuera más a buscar a Valeria. Nunca lo había visto en el hospital”, recuerda. No hizo la denuncia formal.
El terror
“Después de eso hice mi vida, tuve tres hijos más”, señala la madre que convivió todos estos años con una tensión irresuelta entre el dolor que la empuja a buscar a su hija y el miedo por las amenazas que recibió contra sus hijos y -más acá en el tiempo- sus nietos.
Asegura que habló con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y también estuvo en contacto con integrante de Hijos y con la abogada Matilde Bruera. Contó su historia pero aún no hizo una presentación formal ni llevó su ADN al Banco Nacional de Datos Genéticos, herramienta para recuperar chicos sustraídos en la última dictadura cívico militar, cuando existió un plan sistemático de robo de bebés (sobre todo a detenidos y desaparecidos).
Jura que lo estaba por hacer cuando desaparecieron por segunda vez a Jorge Julio López en 2006. “En esa época, me llamaron a mi teléfono de línea y me dijeron que tenga cuidado con lo que diga y después me nombraron a mis nietos. Cada tanto llamaban y decían que me iban a encontrar en un zanjón con el culo roto y tres tiros en la cabeza. Dije que no iba a buscar más a Valeria para cuidar a mis otros hijos y ellos lo saben”, asegura.
Pero la mordaza cada tanto se quiebra. “Hoy hablé por el dolor que me sale de querer verla (ver minuto 12 del video en esta nota). Se me soltó la cadena. Después me arrepentí porque vuelven las amenazas. Fue muy difícil vivir así. No tengo tumba, no tengo nada”, lamenta.
Mónica milita hace 11 años y agradece el apoyo de los compañeros del MTE. “Todos te alientan y dicen que sigas que te van a cuidar pero, ¿cómo van a cuidar a mis hijos como a Julio López? Es una materia pendiente llevar el ADN al banco nacional. Estoy que sí, que no, me cuesta. Tengo miedo”, confiesa, en otro acto de valentía.