Adentro de un cajón cualquiera, en una casa chata de Avellaneda y Garibaldi, en Vía Honda, una de las villas de la zona oeste de Rosario, Cintia guarda los papeles de la familia. Alguna foto, los DNI. Esas cosas. Entre los documentos, están los carnets de vacunación de Mora o Rebelde Petisa, del Negro y de Estrella. Los tres caballos que tuvo que entregar a la Municipalidad en 2017 por la ordenanza que prohibió la tracción a sangre.
Cintia, 27 años, sin trabajo formal, vendedora de pan casero en ferias y becaria del taller de cuidadores de caballos dentro del programa Nueva Oportunidad es, antes que todo eso, hija de carreros. Y ella guarda los papeles de sus caballos como una madre que conserva las partidas de nacimiento de los hijos que se fueron de la casa. Hasta la constancia del chip que le pusieron al animal las autoridades para su control.
Los caballos que su familia usaba para su trabajo en las calles desde que ella era chiquita, desde siempre, porque son, porque eran, una familia de carreros. Ya no pueden serlo. Los animales no van a volver y ellos deben reinventarse. No hay protectora que los cuide o reclame por su bienestar. Los hijos de los carreros encontraron en este taller del Nueva Oportunidad una forma de reconectarse con los caballos y de aprender un oficio, el de “Peón y vareador”. Ese es el nombre formal de la capacitación que realizan todos los martes y jueves en el Hipódromo Independencia. Es el segundo año y ya hay dos grupos de unos 15 jóvenes cada uno.
Este jueves que Cintia recuerda a Mora o Rebelde Petisa, Negro y Estrella, se emociona. Y su emoción contagia a Natalí, de 16, que también nació y vivió entre caballos. Cuidarlos era más que mantener una herramienta de trabajo. Era parte de su vida: escuchar los relinchos a la mañana, pasearlos los domingos, darles de comer. “Un hijo más”, resume Cintia. “Los extrañamos”, cuenta Natali.
El que los escucha al costado de ellas es Juan Bravo. Su maestro dentro de los boxes del hipódromo. Tiene 66 años y está desde los 11 junto a esos animales que aparentan ser pacíficos como un perrito o salvajes e indomables; no parecen tener un término medio.
Juan los conoce como nadie. Antes de ser cuidador, fue jockey. Sabe y enseña que hay que cambiarles las camas hechas de viruta dos veces al día, darles de comer una ración de avena mojada, pasto y un balde con agua. Cepillarlos, limpiarlos y vestirlos para las carreras: el momento cúlmine del peón y vareador.
Sabe y enseña cuándo tienen cólicos, cuándo moquillo, qué antibiótico darles, o que los caballos tienen 160 metros de tripas. El hombre canoso, de ojos bien abiertos y energía de jockey al galope vive en el hipódromo. No hay metáfora: tiene “su box” sobre la entrada por calle Ovidio Lagos.
Ya consiguieron trabajo en el predio como cuidadores de caballos tres chicos del Nueva Oportunidad. Y el primer egresado del taller de jockey correrá en el Gran Premio de octubre. En total, 200 familias viven de la actividad hípica en el Parque Independencia.
Un crimen, un programa
Además de Juan, el profesor, el taller tiene dos acompañantes, Diego y Hugo, y un coordinador general, Ariel Ramírez, que sigue las 120 capacitaciones del Distrito Oeste para 1.700 jóvenes. En Rosario hay 530 espacios para 7.500 becarios y en toda la provincia ascienden a 630 talleres; 10.600 jóvenes.
Luciano Vigoni es el director provincial del programa que nació después del crimen de la militante social Mercedes Delgado en el barrio Ludueña, en 2013, el año con mayor tasa de homicidios de la historia de la ciudad. El año de Los Monos, de los Bassi y de los sicarios como golondrinas. “La capacitación es una excusa para encarar el abordaje juvenil en los distintos territorios. La idea es trabajar con lo que ellos ya traen, en este caso su vínculo con los caballos que tiene una larga historia, que es parte de su identidad”, analizó.
Las becas de 1.500 pesos se pagan para quienes asistan al menos al 75 por ciento de las clases. El 70 por ciento de los chicos y jóvenes que participan del Nueva Oportunidad tuvieron algún tipo de “conflicto con la ley penal” y cerca de la mitad lo transitan en la actualidad, en paralelo al dictado de la capacitación, que incluso puede servir de probation para delitos no graves. Si 15 empiezan un taller, en promedio diez lo terminan. Un pequeño logro, creen los coordinadores.
Dos potrillos y una nueve
Guillermo -32, pelo en punta como un Einstein morocho y una mirada medio presente- se apoya en la puerta de madera recortada que permite ver el interior del box en donde está una de las yeguas que tuvo un potrillo. El taller tiene cinco caballos que la Municipalidad donó al programa en 2017 y en estos meses nacieron dos crías. Los potrillos se sumaron a los “bienes” del Nueva Oportunidad, además de lo producido en las huertas, los talleres de baldosas o de sábanas.
Guille observa a la yegua negra y a su cría como si él fuese a dormir una siesta. “Es bravo este. Hace así, hace así para sacarle el freno a la madre. Es bravo”, sonríe cómplice.
No dice que extraña a sus caballos como Cintia y Natalí, ni se acuerda de los nombres de estos animales que tiene delante de él o de los que tuvo en su casa de Vía Honda: sólo dice que el potrillo es bravo y se ríe. Después se toca la pierna que le molesta un poco por “la nueve”.
– ¿Qué nueve?
– Me dieron con una nueve milímetros, acá.
– ¿Qué te pasó?
– Tuve líos, también con la Policía.
Cuenta que ya dejó de andar en el carro con su papá como años atrás. Salían por Vía Honda, iban para el centro, bajaban para el lado de la Terminal y volvían por el sudoeste. También confiesa que los líos empezaron antes de quedarse sin el trabajo de andar por la calle con el carro. Lo dice y se ríe. Es bravo Guille. Ahora está en rehabilitación, jura que quiere salir.
Cartoneros y cooperativas
Dos mil carreros de Rosario (al menos cien de Vía Honda) se sumaron al programa Andando que se cerró en marzo de 2017. Ellos entregaron más de 400 caballos para cumplir con la ordenanza que prohíbe la tracción a sangre en Rosario, sancionada en 2010. Muchos de los animales estaban en muy mal estado. Aún quedan cerca de cien en poder de la Municipalidad, en un campo de una ONG especializada en el tema.
Esos caballos esperan ser “adoptados” pero no pueden ser utilizados para ninguna tarea, ni siquiera equinoterapia, tal cual reclaman desde las protectoras, contó Nicolás Gianelloni, secretario de Economía Solidaria.
En el año y medio que pasó desde la fecha límite para entregar los animales, los dos mil carreros buscaron reconvertirse con distinta suerte. Se conformaron ocho cooperativas que realizan obras pequeñas para el municipio (limpieza, zanjeo). Muchos siguen ligados al sector como cartoneros pero sin usar animales. Otros salieron del programa o fueron encontrados en sus carros y sancionados.
La crisis económica de los últimos meses, reconocen desde el municipio, hizo crecer el cirujeo y los puntos de acopio de cartón, vidrio y plástico. Y si bien los carros tirados a caballos aún existen, al igual que el maltrato animal, son muchos menos que años anteriores, aunque no está claro cuál es el universo total.