El músico Roman Totenberg fue uno de los pocos mortales propietario de un violín Stradivarius. Pero en 1980 se lo robaron y el violinista murió sin encontrarlo. Después de más de tres décadas, el FBI lo encontró y la discípula de Totenberg lo hizo sonar otra vez. Y ahora sus hijas quieren venderlo a un violinista que lo cuide.
"Que él oiga el violín esta noche". Así Wang se dirigió a las 200 personas que lograron un asiento para escuchar el rarísimo violín confeccionado en 1734 por Antonio Stradivari, robado y recuperado. Entre ellos, estaban las tres hijas de Totenberg, el agente del FBI que lo encontró y el luthier que lo restauró. Wang abrió con la Sonata para Violín Número 2 de Eugène Ysaÿe.
El Ames Stradivarius estuvo desaparecido desde el 13 de mayo de 1980. Ese día, según publicó Infobae, luego de que Totenberg realizara una presentación en la Escuela de Música Longy en Cambridge, Massachusetts, un músico llamado Philip Johnson lo robó. Sin embargo, el hombre siempre negó los cargos en su contra y el violín jamás pudo ser recuperado.
Wang era una estudiante de música cuando en 1986 conoció a Totenberg durante una competencia en Polonia. Al volver a su China natal, le envió una carta con ayuda de traductores para estudiar con él. Ganó una beca en la Universidad de Boston y voló a los Estados Unidos. No tenía dónde alojarse, no hablaba una palabra de inglés y la plata era muy escasa. Entonces, su maestro y Melanie, su esposa, decidieron darle un espacio en su propio hogar.
Eran pocas las veces que hablaban del robo, aunque el hombre sabía quién podía habérselo llevado. "No le gustaba hablar sobre aquello, porque le producía mucho dolor. Así que no conversamos sobre el asunto muchas veces", contó Wang a The Washington Post.
Increíblemente, Johnson nunca pudo ser detenido por el robo del Strad. Aunque siempre fue el principal sospechoso del delito, los agentes federales nunca pudieron comprobar que él haya sido el autor. En 2010, murió de cáncer y se llevó con él el misterio. Sin embargo, cinco años después de su fallecimiento, la esposa del ladrón de violines decidió ir a una tienda de permutas de California y venderlo.
El comprador lo reconoció de inmediato y avisó a la policía.
Ahora, las tres mujeres quieren vender el tesoro heredado de su padre. Pero no a un coleccionista cualquiera, no a alguien que lo quiera exhibir en sus vitrinas. Pretenden que sea un verdadero violinista quien lo cuide tal como su padre hizo con él, hasta que se lo arrebataron de sus manos.