Marianela Aguirre tiene 22 años y trabaja como estibadora en la Terminal Puerto Rosario (TPR) desde hace un año y medio. Habla con pasión de su tarea diaria y de los amaneceres junto al río; de la responsabilidad que implica manejar máquinas de gran porte y de la gratitud hacia su padre –también estibador desde hace veinte años– quien un día le propuso cambiar de rumbo y ella aceptó el desafío.
En 2016, el Sindicato Unidos Portuarios Argentinos (SUPA) inició gestiones ante la Terminal Puerto Rosario para que los nuevos estibadores fueran hijos o parientes cercanos de quienes ya estaban trabajando, y en la propuesta se incluyó a las mujeres. No para realizar tareas de escritorio, como es común en los ámbitos monopolizados por hombres, sino para sumarse al rubro de los estibadores. En ese contexto, ingresaron ocho mujeres que escribieron un capítulo hasta entonces inédito en la historia de Rosario y del país.
“Nosotras ingresamos en octubre de 2016 y hoy seguimos trabajando las mismas ocho compañeras. Hubo una convocatoria y un proceso de selección que duró tres meses. Había que reunir determinados requisitos como el secundario completo y tener un familiar directo que trabajara en el puerto para que tenga continuidad la familia portuaria. También se pedía que no fuera alguien que ya hubiera trabajado en el puerto, para darle la oportunidad a alguien más. Fuimos seleccionados, hubo una entrevista previa, otra entrevista grupal y los estudios que se hacen en todas empresas. En la primera camada, entramos 16, de los cuales 4 eran mujeres y yo fui una de ellas. Después entraron cuatro más”, cuenta Marianela Aguirre, en diálogo con el programa A la Vuelta (Radio 2).
El origen de la iniciativa
El secretario general del SUPA, César Aybar, explicó a Rosario3.com que en el puerto, históricamente, siempre trabajaron varones y familias enteras, pero hay muchos trabajadores que no tienen hijos varones.
“Ante esta situación –señaló el dirigente– se acercaron varios compañeros en edad jubilatoria y nos plantearon que se retiraban de la actividad y no quedaba nadie de su familia porque sólo tenían hijas mujeres. Les pregunté si estaban de acuerdo con que sus hijas trabajaran en el puerto, en igualdad de condiciones y aceptaron".
Dimos un claro mensaje de igualdad y cambio cultural hacia el interior del gremio.
“Luego hablé con las autoridades del puerto y también dieron su conformidad, entonces, como secretario general apoyé el ingreso de las compañeras y dimos un claro mensaje de igualdad y cambio cultural hacia el interior del gremio”, afirmó Aybar, y añadió que las mujeres se desempeñaron con mucha solvencia e incluso superaron las expectativas, con lo cual es posible que, en la medida de las necesidades, se sigan sumando mujeres a la población de trabajadores portuarios”.
Familia de estibadores
Marianela tiene un hermano mayor que trabajó un tiempo en el puerto y una hermana menor que terminó la escuela hace poco y es madre de una niña. “Ojalá mi hermana tenga chance de entrar por el buen trabajo y la buena paga, porque aunque hay momentos en que se para todo, como por ejemplo en el verano, y hay que aguantar la falta de trabajo con changas –dice– en épocas de vacas gordas hay mucho para hacer y hay que trabajar y trabajar, meter horas y aprovechar. Toda la vida fue así, yo lo sé desde que mi viejo trabaja ahí”.
Dejé los estudios y me dediqué al puerto del que me enamoré completamente, desde el primer día.
El estibador en la familia de Marianela es su padre. Él tuvo la idea de llevarla a trabajar ahí. “Yo pensaba que era una locura (como muchos siguen pensando hoy) que una mujer trabaje en el puerto. Dije: «De dónde lo sacó, no está bien de la cabeza» –relata sonriente– pero me convenció. Yo estaba estudiando el profesorado de Educación Primaria y dije «bueno, vamos a probar, a ver qué pasa». Dejé los estudios y me dediqué al puerto del que me enamoré completamente, desde el primer día”.
“En casa nadie lo podía creer. Jamás pensé que me iba a vestir de zanahoria (por su uniforme anaranjado) –dice riéndose– e iba a tirar mi guardapolvo, pero no me arrepiento de nada. Quiero terminar jubilándome ahí dentro. Amo mi trabajo, me encanta y lo disfruto muchísimo”.
Marianela se entusiasma y describe su actual lugar de trabajo como quien recrea un paisaje: “Es pasión lo que se siente ahí adentro. Te contagian las ganas de que el trabajo salga bien, desde que te muestran cómo es el puerto. Ves el amanecer ahí y son cosas que no ves en ningún otro lugar; estás al aire libre; tratás con diferentes personas todo el tiempo; no es rutinario, no te cansás de hacer siempre lo mismo”, dice, y agrega que éste es su primer trabajo en blanco; ya que antes sólo había hecho pequeños trabajos informales de animación en salones de fiestas.
“Cuando entramos, empezamos como todos los estibadores comunes –cuenta la joven– pero a los seis meses, abrieron la capacitación para manejo de máquinas y me inscribí. Me llamaron y estuve tres meses capacitándome en el manejo de “portacontenedor o containera”, la máquina con la que empecé a trabajar, después de las evaluaciones tanto del puerto como de IRAM. Somos dos mujeres las que manejamos esta máquina; otras dos maniobran guinches y dos más, grúas Senneboguen”.
“Las máquinas son de grandes dimensiones y hay que tener muchos cuidados para evitar riesgos. En materia de seguridad, tenemos capacitación permanente, pero además, nos cuidamos entre todos”.
Ella trabaja en el mismo grupo que su padre. Cumplen turnos rotativos de seis horas y la rotación la hace el grupo completo. “En este año y medio, desde que entré, una sola vez tuve el agrado de trabajar con mi papá –cuenta– porque nos dividen por sectores y me acuerdo de que me retaba porque quería que haga las cosas como él decía y no como me habían enseñado, por el simple hecho de querer cuidarme. Siento que tengo un gran compromiso con él porque puso muchas fichas en mí”, remarca.
Estibadoras en un mundo de hombres
Marianela revive esos primeros tiempos del primer grupo de mujeres trabajando en el puerto. “Al principio fue bastante chocante para todos. Éramos las primeras cuatro mujeres y se habían olvidado detalles como el baño, por ejemplo”.
“Al puerto todo el mundo lo refería como un ambiente machista, donde sólo podían trabajar hombres; pero cuando la generación cambió, ellos tuvieron que cambiar el pensamiento también. Su vocabulario, más que nada. Después, empezaron a cambiar y hasta incluso nos pedían disculpas porque decían que no se daban cuenta cuando hablaban así. Pero el trato con nosotras siempre fue fantástico –asegura–, jamás nos faltaron el respeto ni prefirieron hacer el trabajo ellos antes que nosotras; siempre estuvieron bien predispuestos para enseñarnos. A muchos los conozco porque son amigos de mi papá”.
Las mujeres tenemos que ir por más, por todo. Podemos llegar muy lejos.
“Cuando era chica soñaba con tener un buen trabajo para no pasar necesidades. Ganármelo por el lado bueno y no pedirle nada a nadie. No por orgullo, sino por esfuerzo propio. Creo que cada persona tiene que tener sus cosas. Siempre se empieza desde abajo . La ayuda no está mal, pero es mejor si es propio. No pretendo que nadie me regale nada”, cuenta Marianela que sigue imaginando un futuro ligado al trabajo y a ese lugar en particular.
“Mi sueño es algún día manejar la Gottwald (máquina de gran porte); creo que ése es el mayor sueño de todos los que estamos ahí adentro. Es la máquina más grande que hay y requiere muchísima responsabilidad. Mi sueño –concluye– es llegar hasta ella. Las mujeres tenemos que ir por más, por todo. Podemos llegar muy lejos”.