Maricel Bargeri
Días atrás, miraba el “concierto subacuático de Vélez”, el show con el que Charly García festejó sus 58. La excusa era elegir la mejor versión de “Buscando un símbolo de paz” para armar una caprichosa bienvenida musical a la primavera.
Así arrancó todo, con un tema. Y más allá de recordar ese show en particular por el diluvio que hizo que juntáramos agua para las lágrimas del resto del año o por el Zorrito Quintiero haciendo señas de “esto no va más” mientras los plomos le tapaban el teclado –con un Charly que retrucaba “esto es un piano”–; la presencia de Carlos García López hizo de esa fecha una noche particular.
Hombre de rock, el Negro fue por lejos uno de los mejores guitarristas del género. Violero de carácter, también pegó los portazos que le vinieron en ganas; como quien dice “toco donde quiero”.
Se lo llevó la ruta, como a Pappo. Y es uno menos en un Olimpo que cada vez tiene más fotos fijas. Se fueron muchos de los que hicieron el rock argentino, ése que la última Dictadura llamó “nacional”, el que sentó las bases en los sesenta, se cocinó en los setenta, se lookeó en los ’80 y estalló en los barrios en los noventa.
Ese río hoy sigue su curso. En vez de pararse en los escenarios fronteras afuera, las desconoce para dejarse cruzar por ritmos y sonoridades del gran continente latinomericano, y más allá también.
A qué viene todo esto. A que se fue el Negro García López. Ese que, tocó con La Torre, Miguel Mateos, Fito Paéz, David Lebón, entre otros. Ése que se calzó la chaquetilla de Enfermero para el bicolor y rubricó con su viola el discazo Filosofía barata y zapatos de goma (Quintiero, Lizarazu y el Negro, tres de los "subacuáticos" confluyeron en ese disco).
Chau Negro.