El arzobispo metropolitano de Rosario, Eduardo Martín, advirtió sobre la situación de violencia que atraviesa la ciudad tras presidir una misa en la parroquia María Reina del Decanato Oeste, en solidaridad con la comunidad, la escuela Pablo VI y todos los miembros del barrio, luego de la balacera que tuvo lugar el domingo pasado.
Ante un templo colmado, y acompañado del párroco, Juan Pablo Núñez y varios sacerdotes del clero de la arquidiócesis, Martín encabezó la celebración y brindó una homilía de fuerte contenido. A la salida, manifestó en diálogo con Radio 2 (Radiópolis): “Nunca ví algo así, hace 4 años que estoy acá y no tengo memoria de algo así, es un clima de impunidad”.
El sacerdote recordó los ataques a instituciones judiciales y personas del ámbito y pidió a las autoridades “ir a las raíces de los problemas”. “Crecieron el consumo y la venta de drogas, las armas y el dinero negro que en algún lado se blanqueará. Es lo que estamos reclamando como sociedad”, destacó.
El texto completo del mensaje que dio a los fieles
“Queridos sacerdotes, querida comunidad:
Nos hemos reunido esta tarde para celebrar la Eucaristía que es el Sacramento de la unidad y para expresar esta unidad de modo visible. Por eso, agradezco a todas las comunidades que se han acercado para acompañarnos.
Como dice San Pablo, cuando un miembro de la Iglesia sufre, todos sufren, cuando un miembro goza, todos gozan. Estos días pasados, esta Comunidad de María Reina, la Escuela y su párroco han padecido este salvaje atentado, esta violencia injustificable. Por eso queremos estar acá para que puedan sentir la cercanía, la unidad porque en la Iglesia todos somos miembros unos de los otros y todos padecemos esa violencia. Por eso hoy queremos estar aquí para que ustedes sientan esa cercanía, ese apoyo, esa solidaridad sensiblemente, sensiblemente y que celebrando la Eucaristía, sacramento de la unidad, nosotros somos generados como cuerpo, como Iglesia, como pueblo de Dios que es uno solo, como familia de Dios que es una sola.
Así, encontramos en la Eucaristía la fuerza para el camino, la paz en el corazón para transitar los días difíciles con esa fortaleza y paz que solo el Señor nos pueden dar.
Hoy la Palabra de Dios en la primera lectura nos habla casi como en una mirada escéptica “no hay nada nuevo bajo el sol”. La violencia es tan vieja como el mundo, no es nueva. Jesús dice que lo que ensucia al hombre es lo que sale del corazón herido del hombre: crímenes, peleas, engaños, asesinatos. Todo sale del corazón herido del hombre.
Por eso, en este sentido, podemos decir que no hay nada nuevo bajo el sol. Pero en la historia ha irrumpido una novedad, una novedad buena que sigue siendo hoy una buena noticia que es Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, redentor de los hombres. Noticia y presencia que desconcertaba a los hombres poderosos como a Herodes, porque pensaba que venía a moverles el piso.
Esta novedad de Jesucristo que nos trajo el amor del Padre, la misericordia del Padre, el perdón de los pecados, la vida nueva de los hijos de Dios se continúa en el tiempo en la Iglesia: es a través de la Iglesia que ese amor, esa misericordia, ese perdón, esa paz se sigue derramando y comunicando en todos los lugares hoy.
Celebrando la Eucaristía celebramos la caridad de Dios, el amor de Dios. Esa caridad que se va luego derramando a través de múltiples iniciativas de laicos y sacerdotes que hacen obras, obras de amor que buscan a los últimos, obras que se abajan y que quizás el mundo no va a entender nunca.
Por eso, la obra que están haciendo los sacerdotes de los barrios populares es justamente uno de esos signos, con otros muchos más – los que visitan a los enfermos, los que van a los hospitales, a las cárceles- de esa novedad de vida que nos ha triado de Jesucristo, que no preguntan de qué religión son ni qué piensan, ni qué ideología tienen, sino que reconocen en cada hermano necesitado el rostro sufriente de Jesucristo: “Todo lo que hicieron al más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo”.
Esto es lo que la Iglesia quiere mostrar al mundo, esto es lo que va haciendo amorosamente. No trabajamos para salir en la televisión, la Iglesia trabaja por amor a Cristo y amor a los hermanos. Esto es lo que hoy queremos destacar de la Pastoral de la drogadependencia, la pastoral de las adicciones, la pastoral de los barrios populares.
Y decirles, queridos sacerdotes, que cuentan con el apoyo del Obispo porque ciertamente la Iglesia necesita ser una presencia en los lugares más postergados olvidados o necesitados como hoy también son tantos jóvenes nuestros que sufren la esclavitud de la droga que destruye y desarma humanamente. Ahí entonces que esté la mano de la Iglesia para mostrar su amor, para recuperar su amor por la vida, para devolver la dignidad que les quiere llevar lo más precioso que tiene: Jesucristo que es la raíz de toda recuperación, de toda dignidad humana.
Por eso pedimos al Señor que podamos seguir trabajando en esta línea con sencillez, con humildad, con paciencia pero con mucha confianza en el Señor. Y decirles a esta Comunidad y a la Escuela que se que están pasando todavía momentos de mucha zozobra, de inseguridad que puedan seguir con serenidad reclamando a las autoridades para que cumplan con su misión.
El apóstol Pablo le escribe a Timoteo que se eleven oraciones, súplicas y plegarias por todos los constituidos en autoridad para que vivamos una vida apacible, tranquila y digna. Es esta la función de la autoridad: son constituidas para que den paz a la población y ciertamente que nuestros barrios hace mucho que no tienen paz. En nuestra ciudad día por medio tenemos un muerto por la violencia, armas desparramadas por todos lados y dinero negro que corre a raudales. Y nadie se puede hacer el distraído en este momento. Nadie puede mirar para lado. Por eso esto es lo que humilde y firmemente reclamamos a las autoridades, no desde la oposición política, no desde un proyecto político, sino desde la Iglesia, como pastores, como quien mira el bien del pueblo. Entonces la necesidad de que la clase dirigente ponga el ojo en esta cuestión y no que sea algo superficial mientras pasa esta tormenta y se siga traficando, se siga repartiendo armas, se siga matando gente.
Por eso, rezamos por las autoridades, como nos pide el apóstol Pablo. Toda autoridad, está constituida por Dios, en última instancia.
Lo que necesitan nuestros barrios es paz y tranquilidad. Lo que quiere la gente, lo que queremos es poder vivir tranquilos, trabajar, estudiar, poder salir a la calle, tomar mates, poder salir a visitar a los vecinos, ir a comprar el pan… la vida sencilla de cada día.
La seguridad no está en manos ni del Obispo, ni del Cura, ni de nosotros, sino de las autoridades. Por eso reclamamos con humildad pero con firmeza que asuman el compromiso, su deber que es mantener y resguardar la seguridad de las personas.
Sigamos caminando, queridos hermanos, con esperanza. Quien nos sostiene es el Señor. Seamos nosotros, con nuestras actitudes, sembradores de paz, con nuestros gestos testigos e instrumentos de la paz que solo nos trae el Señor.
Le pedimos a la Virgen, María Reina, Reina también de la paz, Reina porque nos trajo a Jesucristo que anime todos los corazones. También pedimos por quienes hicieron este atentado porque también son hijos de Dios. Que el Señor toque sus corazones porque también Cristo derramó su sangre por ellos. Recordemos que el primero que se fue al Cielo fue un ladrón, pero no por ser ladrón sino por pedir perdón. Jesús nos dice que recemos por quienes nos persiguen, por los enemigos. El cristianismo es esta revolución que el mundo no entiende. La novedad de Jesucristo.
Tengamos esta intención en nuestras oraciones. Estemos siempre unidos como hoy para que se manifieste la gloria de Dios y haya bien y paz para nuestros hermanos. Así sea”.