“No quería morirse, sólo desaparecer. Esfumarse. Disolverse”
(“Días sin hambre”, Delphine De Vigan *)
Comer poco. Comer cada vez menos. Dejar de hacerlo. Tragar sin masticar todo lo que se pueda y vomitarlo. Simplemente, vomitar mecánicamente. Purgarse. Hacer gimnasia con el único objetivo de quemar calorías. Contarlas una, dos y así. Y otra vez.
Las patologías de la alimentación son múltiples y toman cuerpo –precisamente–de tantas maneras como pueden ser las personalidades de quienes las padecen. Distintas pero iguales, las enfermedades alimenticias más conocidas son la anorexia y la bulimia y en Rosario están arraigadas desde hace muchos años. La novedad es que los pacientes son cada vez más jóvenes, niños muy pequeños que experimentan restricciones a la hora de comer; al tiempo que crece la cifra de enfermos varones en el marco de una primacía que sigue siendo patrimonio femenino.
“En la actualidad los trastornos alimentarios no solo afectan a los adolescentes sino que se están presentando cada vez a más temprana edad. Es así como últimamente se ve reflejado en el aumento de consultas pediátricas, especialmente entre los 3 y 9 años”. El director médico de la Asociación de lucha contra bulimia y anorexia (Aluba), Alejandro Covetta, confirmó a Rosario3.com que “tanto la anorexia como la bulimia no solo están más presentes en la Argentina sino que están en constante crecimiento; esto se ve reflejado también en el incremento de consultas de varones”, dijo y destacó: “Actualmente cerca del 12% de los adolescentes puede presentar este tipo de trastorno alimentario, aunque entre el 20 y 35% puede evidenciar signos. Estos porcentajes fueron en aumento, esto también se ve en la población masculina ya que un 10% de la población en tratamiento son varones cifra que antes rondaba en el 2%”.
Desde el Hospital de Niños Víctor J. Vilela, desde donde se abordan integralmente estos casos –en 2018 hubo dos internaciones por desnutrición causada por trastornos de la alimentación–, la médica especialista en Nutrición Viviana Buiras coincidió: “Tenemos casos de nenas más chicas con cuadros de compunción alimenticia y también más casos de varones que suelen ser de mayor gravedad”. Y destacó: “Hay que diferenciar el trastorno alimenticio con los cuadros de chicas más chicas que no tienen esas características pero sí evidencian un rechazo y una limitación a alimentarse”, advirtió. Según señaló, “la consulta por trastornos de alimentación más específicos se empiezan a ver más temprano entre los 10 y los 11 pero también a los 3 se puede dar una selectividad que requiere un compromiso, aunque no por eso derive en una anorexia o una bulimia”.
Luego, Buiras encendió un alerta: “Algunos de estos casos no progresan y los resolvemos en las consultas, pero sí vemos que hay preocupación en nenas por no aumentar de peso que coincide con una etapa de desarrollo en el que se suele aumentar el peso”, apuntó y remarcó al respecto: “Pero lo que llama la atención es que son niñas chicas que están muy preocupadas por su estética y sus mamás también lo están”.
Con vasta experiencia en clínica, el médico Víctor Schvartz también dio cuenta del descenso de la edad entre sus pacientes: “Sigue habiendo muchos casos en Rosario, hace algunos años cuando llegaban al consultorio cumplían 15 años, hoy vienen chicas de 12 años o bien, cuando empiezan a darse los cambios corporales. También hubo un cambio con la incorporación de varones”, observó. Otra modificación que es atendible para el profesional es que hace unos años atrás “eran enfermedades de las grandes ciudades pero hoy son trastornos que se dan en todas las poblaciones”.
“Primero eliminó la carne roja y después todas las carnes, las aves de corral y el cerdo, y también las proteínas animales, los huevos y el queso. Más adelante eliminó todo tipo de materia grasa. El azúcar también. Se encontraba cada vez mejor, más ligera, más pura también. Se hacía más fuerte que el hambre, más fuerte que la necesidad”
(“Días sin hambre”, Delphine De Vigan)
La anorexia y la bulimia presentan distintas características generales, más allá de la particularidad de cada caso. La doctora Buiras explicó, a grandes rasgos, que en la primera “se da una restricción alimentaria con pérdida de peso por debajo de lo adecuado. Hay alteraciones de los patrones de conducta alimenticia, dejan de comer y evitan comer en público, saltean comidas”. Por su parte, Schvartz hizo hincapié en que “estos pacientes se aislan socialmente, cuando comen delante de la gente dan vueltas, cortan la comida chiquita. Generalmente son muy buenos alumnos e inteligentes, los mejores promedios de su clase y de repente sufren trastornos en sus caracteres”, mencionó.
La bulimia, en cambio, se caracteriza por pacientes que “hacen períodos de alimentación compulsiva y después de ayuno, purga y actividad física”, observó Buiras, al tiempo que Swatz completó: "Los bulimicos no se ven tan adelgazados por esta compensación entre atracón y el vómito o el laxante, entre ambas enfermedades hay diferencias importantes”, señaló. “En el medio hay diversos cuadros de trastornos no específicos que comprometen la alimentación –resaltó la nutricionista– como por ejemplo la ortorexia, que es una tendencia a comer productos «sanos» bajo criterios sumamente arbitrarios”, apuntó.
Ambos destacaron que son patologías del orden de lo psiquiátrico que requieren un abordaje integral de profesionales, sobre todo del tratamiento de la conducta, apoyados en la familia y los afectos de los pacientes.
“Cada vez más tenía que pasar un poco más de hambre para recobrar esa sensación de poder, en una cadena que le constaba que era de toxicómana, eliminar gradualmente, seguir reduciendo el número de calorías ingeridas (…) Adelgazar era una consecuencia, en el espejo, la prueba tanginble de su fuerza, también de su sufrimiento”.
(“Días sin hambre”, Delphine De Vigan)
“Las problemáticas de la alimentación en la infancia implican distintos compromisos subjetivos. Puede tratarse desde una fobia infantil alimentaria propia de un determinado momento constitutivo, con leves complicaciones, hasta un trastorno fóbico que afecta distintos aspectos de la subjetividad, o relacionarse con patologías más graves como la depresión infantil pero para hablar de bulimia y anorexia tenemos que pensar en los inicios de la pubertad”, explicó Marisa Chamorro, psicóloga especialista en trastornos de alimentación. “Estás patologías se relacionan con una dificultad del "trabajo adolescente" para inscribir en el psiquismo el cuerpo genitalizado, tal como plantean Marisa y Ricardo Rodulfo. Una dificultad para poner en acción nuevos modos de desear y nuevos vínculos objetales”, precisó.
Aunque la profesional subrayó la imposibilidad de generalizar los casos, consideró que “generalmente, todas las problemáticas subjetivas se producen a partir de un conjunto de factores complementarios. Y todas las formas de sufrimiento se relacionan con las formas de hacer lazo social. Por ejemplo, la cultura actual, centrada en el individuo y sus logros personales tiende a generar posiciones más individuales y la transmisión intergeneracional se suele ver afectada”.
Para el director médico de Aluba, “la patología alimentaria no distingue sectores sociales, aunque sí los determinantes sociales, la cultura, ideales de belleza, son de gran relevancia. Es importante resaltar que estas patologías comienzan mucho antes de que se exprese a través de la comida. Emergen como un problema social, una dificultad a comunicarse, a expresar emociones, a crecer, por lo que para tratarla y curarla hay que abordar su problemática de base”, recomendó.
La virtualidad, tan presente en la vida actual, también influye en estas enfermedades. “Cada vez se está más pendiente de la cantidad de “me gusta” en las fotos posteadas, páginas que promueven la patología como única forma de vida e información sobre como ocultar los síntomas, uso de editores de imágenes para alcanzar el ideal de belleza impuesto por la sociedad y los comentarios de los seguidores en las redes donde la mirada crítica se encuentra de manera constante”, trazó Corvetta.
“Le da miedo curarse, es es todo. Se aferra a esa enfermedad como si fuese el único modo de existir (…) No posee otra identidad, defiende los vestigios de su escualidez, para ella, los únicos indicios de su presencia”.
(“Días sin hambre”, Delphine De Vigan)
El doctor Schvartz sabe que es difícil el abordaje de estas enfermedades, en principio, porque los pacientes suelen negar su estado. Las fuentes consultadas por Rosario3.com están de acuerdo en que el tratamiento debe ser integral,es decir con la recuperación de los kilos y el estado saludable del paciente, hay que atender su estado mental y anímico.
“El abordaje de estas problemáticas suele ser interdisciplinario y es lo recomendable. En lo que respecta al tratamiento psicológico, se trabaja con la o el paciente y, en muchas ocasiones, se realizan entrevistas con sus padres. Cada sujeto en tratamiento va a presentar su conflictiva particular que se aborda desde la terapia. El equipo trabaja desde las distintas disciplinas pero en un continuo intercambio y con estrategias comunes para cada paciente”, contestó Chamorro.
Desde Aluba pusieron énfasis en el rol “determinante en la recuperación la participación de la escuela, núcleo familiar y vincular para facilitar una pronta mejoría”. “Es importante trabajar sobre los vínculos demasiado exclusivos, duales, que pueden darse entre madre e hija. Es trascendental también dar lugar al padre y ayudarlo para desplegar una oferta identificatoria”, finalizó.
*La primera novela de Delphine de Vigan, publicada en el año 2001 con el pseudónimo de Lou Delvig por razones familiares, cuenta la historia de una joven anoréxica de diecinueve años.