“Volvieron las mariposas monarca al club Alemán”. El presidente de la mítica institución, Federico Luchtenberg, plantó asclepias, hierbas que atraen a las orugas de esta especie de insecto de alas anaranjadas. Su aleteo zigzagueante en el patio cervecero, donde termina la casa patrimonial de Paraguay al 400, es una metáfora de la llegada de una nueva forma de mirar la cultura alemana desde la ciudad. Asumir y revisar el Holocausto, el genocidio nazi durante la Segunda Guerra Mundial, es la puerta que decidieron abrir hacia la construcción de una sociedad rosarina más amable e inclusiva.
Es jueves a la mañana. En el Deutscher Verein Rosario la música clásica que suena apenas se mezcla con los ruidos de la calle. La casona –construida en 1926 por Rafael Candia, bajo el proyecto del arquitecto Armando Delannoy– recibe la visita de alumnos y alumnas de la escuela Jaim Najman Bialik, institución educativa judía de la ciudad. Federico Luchtenberg será el anfitrión de la muestra de Stolpersteine que ya se puede visitar, pero cuya presentación oficial es este martes 28 de marzo, bajo la consigna “Construyamos sociedades más tolerantes”. Es una de las tantas actividades organizadas por el club Alemán en el marco de la celebración de las semanas internacionales contra el racismo y la discriminación y que el presidente resumió así: "Tropezarse día a día con la memoria para dar un mejor paso al futuro”.
Un rato antes de recibir a los jóvenes, el presidente del club, licenciado en Ciencia Política y con una variada participación política y social en la región, guió a Rosario3 por la sede, que cuenta con una sala de bolos de madera que transporta a un pasado más holgado y con costumbres de reunión. Un retrato de su bisabuelo y otras fotos sepia conviven con su sueño “de un club lleno de judíos alemanes, multicultural como es Berlín hoy”.
Luchtenberg se propuso exponer el pasado alemán entre los rosarinos. Mirarlo de cerca, desnudo al sol, para que se revele de una vez por todas. “Esto es para un título –dijo con una sonrisa– pero casi todos los descendientes de alemanes tenemos un nazi o ex nazi en la familia y el que no lo quiera reconocer es porque no investigó. Pasaron los años y en Alemania se vivió el tema de la culpa colectiva, está mucho más arraigado el Holocausto y la cuestión judía está en museos abiertos y en las calles. Allá es algo cotidiano, pero acá no. Acá cuando uno habla de esto, se paralizan. Cuando encontramos símbolos nazis en nuestras asociaciones, nos paralizamos”, sostuvo.
Luego, brindó un ejemplo: “Conozco varios casos, pero no vamos a dar nombres. Se muere el abuelo: todos lo queríamos, era un tipo re dulce. Vamos, desarmamos la casa, abrimos un cajón y hay esvásticas, fotos de Hitler. ¿Y qué significa eso? ¿Que lo quería, que no lo quería, que nos quería resguardar, que no quería contar? Eso que no se dijo genera un proceso en la segunda o tercera generación, que es que ya no tenemos miedo de que se rompa el silencio porque no fuimos parte directa involucrada”, señaló.
Para el dirigente, el Holocausto “es algo que no está cerrado pese a los 70 años que pasaron, es algo que nos va acompañar durante toda la vida. El ex presidente alemán Gauck decía que Auschwitz es parte de la identidad alemana, quien no lo vea no es completamente alemán”, observó y añadió: “Los alemanes fuimos los victimarios, y lo digo desde la responsabilidad, no tengo una bandera alemana ni me siento culpable, ni digo que somos todos culpables”.
Qué cambiar y cómo, desde un rincón del cono sur
Osvaldo es un físico rosarino que perdió algo del acento español en sus largos viajes por Europa. Socio del Deutscher Verein Rosario, considera que cada cultura tiene particularidades, maneras de mirar el mundo, que no son ni extensibles ni modificables. Federico, lejos de desanimarse por su postura, redobla su optimismo desde la cocina del club. “Lo que tenemos que trabajar es por cambiar el estereotipo”, sostuvo en relación a los prejuicios que se reaniman y retroalimentan de generación a generación sobre cómo es tal o cual población.
“Acá en Rosario ha habido un montón de actos de antisemitismo, le han pegado a un rabino en la calle, ha habido esvásticas”, resaltó Luchtenberg y apuntó a la falta de educación muchas veces en la expresión. También, se refirió a la necesidad de derribar la imagen del alemán ordenado, frío, calculador y perfeccionista. Para Federico, es un punto de partida para el cambio, junto a la necesidad de abatir las construcciones vinculadas al pueblo judío.
“El otro día en la charla que dio Andrea Trumper, uno de los chicos de Buenos Aires decía que por ser alemán o tener apellido alemán te tildan ya de nazi, que es una discriminación. Yo conté también que hay otra discriminación positiva que lo alemán se asocia a lo eficiente”, comentó y recordó entre risas cómo su apellido lo favoreció en la consideración que tenían sobre él algunos profesores. Y agregó: “Me ha pasado que, por tener apellido alemán, una vez me estaba atendiendo un médico, me tiene que hacer una operación muy importante y mientras me estaba revisando viene muy jocosamente y me muestra una foto de un gorro de las SS. Yo tenía 13 años”.
Para qué sirve un club alemán
Federico compartió una anécdota: una mujer llamada Sandra Carreras, del Instituto Iberoamericano de Berlín, le preguntó en una visita a Alemania para qué servía un club alemán en una ciudad como Rosario. “Esto de representar mejor a Alemania ya lo tenía como respuesta, pero básicamente, es insertarnos en la comunidad y generar vínculos, que a veces ni siquiera hace falta hablar alemán, simplemente encontrar cuáles son los puntos de conexión con esta sociedad progresista, que tiene muchas cosas malas también”, observó.
“Los alemanes no son ni somos perfectos y hay muchas cosas que no trascienden. Por ejemplo, en Berlín se tuvieron que hacer de nuevo las elecciones municipales porque el Tribunal Electoral las anuló, pero las anuló cuando ya estaban los cargos efectivos. ¿Por qué? Porque no llegaron a las suficientes boletas porque se les ocurrió hacer una maratón y no podían circular. Ahora, nos pasa eso a los argentinos y somos unos bananeros, y así hay un montón de cosas en Alemania. A ver, me encanta la cultura alemana, me encanta la organización. Pero a los alemanes les cuesta improvisar, tienen mucho que aprender de otras sociedades”, indicó.
Desde que asumió como presidente hace dos años, Federico buscó la manera de introducir estas problemáticas en la institución. “Me enteré del Proyecto Aprendiz, que consiste en que aquel que tuvo relación o conocimiento de un relato de un sobreviviente del Holocausto tiene el deber moral de mantenerlo vivo. Cuando tenía 14 años conocí al abuelo de mi amiga Sofía que era polaco católico y lo perseguían por polaco. Y nos contaba cómo había salido el campo de concentración, flaquito. Bueno, entonces cuando conozco el proyecto, muy conmovido, la llamé a mi amiga. Y Sofía se quedó helada. «Fede hoy es el cumpleaños de Tadeo», me dice. Fue shockeante, a partir de eso me contacté con el escritor Manuel López Tejada que es pariente. Manuel, mientras todos estábamos en la pileta, se quedaba con Tadeo charlando y escribió sus relatos. El año pasado hicimos un acto con la comunidad polaca que llevó como 120 personas acá, en el cual hablamos de esto”, detalló sobre el origen de una de las actividades desarrolladas en el club.
De acuerdo a lo que indicó, estas iniciativas, a veces, son resistidas. “Hubo gente que nos criticó diciendo que son temas que ocurrieron hace 70 años. Yo lamento que no lo interpreten, que no estén conectados con la Alemania actual, que no sepan que estos temas son de la agenda diaria. Pero no por pegarnos una daga en el corazón y decir somos culpables, sino por el futuro, porque actos de intolerancia hay hoy en nuestra comunidad argentina, latina y alemana”, subrayó. “Tenemos un imán para que venga gente bastante conservadora en su pensamiento, que se piensan que por ser alemanes somos nazis. Por eso estamos generando estos espacios para que vean realmente lo que somos”, manifestó e invitó a hacerse socio –la cuota es de dos mil pesos por mes– o bien sumarse como voluntario.
Esa mañana de jueves no aparecieron las mariposas monarca por ahí. Bastó imaginarlas, esperarlas. Porque ya llegan, sorpresivamente magníficas, como casi todas las cosas buenas que suceden en el mundo.