Como esas verdades anunciadas que nadie quiere aceptar, por dolorosas, la noticia de la muerte de Diego Maradona entró por la ventana y arrasó con su fuerza a todos. Hinchas y no hinchas. Admiradores y detractores. Porque eso generan los ídolos mundiales. Cualquier cosa, menos indiferencia. Y algo especial ocurrió en el estadio de Newell’s, club del que el Diez fue parte en los '90.
“Me llamó mi vieja llorando y me fui del trabajo”, contó un hincha leproso con la voz quebrada y agradeció haberlo visto jugar en el club de sus amores.
“No lo puedo creer. Sabíamos que podía pasar, pero hoy no lo puedo, no lo quiero creer” decía otra mujer con la camiseta de La Lepra y los ojos rojos de tanto llorar, en la puerta de la cancha, donde recordó: “Gracias a Dios pude verlo jugar”.
“Gracias Diego”, “El más grande”, “Diego, Diego, Diego: simplemente gracias”, repetían los carteles que fueron pegando en la puerta del Coloso, padres de la mano con sus hijos, con una angustia visible que duplicaba el tamaño del estadio.
Alrededor de las 16, el club del Parque abrió las puertas de la tribuna que da al Palomar, y muchos eligieron sentarse allí, en el suelo, a mirar el mural del Diez, que lo retrata inmortalizado con un eterno beso a la hinchada, junto a la palabra “D10S”.
Qué le importa al hincha la estadística o la cantidad de partidos que el gran Diego haya vestido sus colores, si haberlo contemplado en vivo en su propia cancha le llenó el alma para siempre.
El silencio era interrumpido de a ratos por oleadas de aplausos, mezcladas con sollozos. Algunas camisetas de la selección, barbijos que no alcanzaban a contener el llanto, velas, flores, cartas y la desazón profunda que dejan los grandes cuando parten.
“Una camioneta cargada de pibes pasaba por Avenida Pellegrini. Gritaban “Olé, olé, olé, olé, Diegó, Diegó” y si no tuviéramos la efemérides ante la vista, creeríamos que el astro acababa de definir un partido sobre la hora, con la habilidad que nació junto con él.
“Dibujate una más”, pedía un fanático maradoniano desconsolado, esperando la yapa del último milagro en un cuadrado del verde césped, que esta vez, lo sabemos, no nos será concedido.