Una de las voces más esperadas en el marco del encuentro Ciudades sin miedo que organizó Ciudad Futura este fin de semana en Rosario fue la del arquitecto y planificador urbano colombiano Alejandro Echeverri. Es quien se desempeñó como director de la Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín y lideró la estrategia de Urbanismo Social que transformó los barrios con mayores problemas de inequidad y violencia en una ciudad que fue el epicentro del narcotráfico en Colombia y donde se desarrolló el líder Pablo Escobar.
En un mano a mano con Rosario3, el visitante dejó en claro que en su ciudad no han desaparecido ni la inseguridad ni las bandas criminales. Pero sí tiene otro espíritu y se ha convertido en el principal atractivo turístico del país. La transformación se logró a través de procesos de inversión social, de alcance local junto a políticas nacionales, que abrieron los barrios más calientes con transporte público, emprendimientos educativos y culturales y fuerte ascenso en la inclusión y participación.
El colombiano, quien reconoce haber aprendido del Plan Estratégico de Rosario, cree que la ciudad debe recuperar el optimismo y buscar proyectos que apunten al largo plazo y sean sostenibles en el tiempo más allá de los gobiernos de turno. No pensar que a la violencia y a los narcos se los va a derrotar con "más seguridad" únicamente. Y que debe existir un fuerte mensaje de transparencia y anticorrupción como herramientas para construir confianza y credibilidad.
Echeverri participó este sábado de un taller sobre urbanización de barrios popular bajo el título “Hacer ciudad” junto a otros referentes locales y de Latinoamérica que llegaron a Rosario este fin de semana.
–¿Cuál es su vínculo con Rosario?
–El del afecto e intercambio de conocimientos y experiencias entre Rosario y Medellín y otras ciudades latinoamericanas a través del Instituto de Gestión de Ciudades que dirige el arquitecto Roberto Monteverde con proyectos de inclusión y generar otras oportunidades para superar inequidades que abren espacios a la violencia.
Tengo una relación en particular con las segundas ciudades como lo son Rosario y Medellín que no son capitales. Creo mucho en la capacidad de innovación y transformación, de dinámicas distintas que nacen en este tipo de ciudades. De Rosario aprendí mucho, conocí su plan estratégico, fue modelo para nosotros como para muchas ciudades latinoamericanas. Creo igualmente que hay ciclos y veo que Argentina está en un momento complejo que tiene que ver con la economía y la seguridad. El narcotráfico es una tragedia que compartimos.
–¿Qué puede aportar la experiencia de Medellín para otras ciudades latinoamericanas en el marco de esta tragedia que compartimos?
–No se puede hablar de un proceso como fotografía estática, tiene muchas dinámicas que se cruzan y tuvo diferentes momentos tanto positivos como negativos. Uno de los temas claves fue que las crisis –como la violencia de los años 80-90 y la pandemia– abren oportunidades para la creatividad, la innovación y el cambio. Hoy el espíritu de la ciudad es distinto, más allá de que aún no se han acabado la inseguridad y el narcotráfico. Los indicadores han cambiado, pero Medellín sigue siendo una ciudad violenta si la comparamos con los de otras ciudades latinoamericanas. Los grupos ilegales y de narcotráfico sobreviven pero han reducido su presencia o impacto. Las estructuras criminales no dependen de las ciudades ni de los gobiernos nacionales, hoy los jefes de los carteles colombianos son mexicanos, lo que fue Colombia hace años atrás es hoy México pero no quiere decir que en nuestro país haya desaparecido.
La lucha por los territorios sigue existiendo y en varios barrios. Pero la psicología social, la actividad económica y el turismo han hecho que la ciudad esté en otra sintonía. Y pese a que no lo hemos buscado, se ha convertido en el principal destino turístico del país. Es una ciudad abierta, los sistemas de transporte público llegan a todos lados, hay mucho más equipamientos, centros culturales, sociales, recreativos y deportivos. Es una ciudad que aún sigue siendo inequitativa en términos de pobreza, pero es una ciudad visible. A los barrios humildes se llega, se los ve, son parte de las iniciativas y relatos de la ciudad.
–¿Qué estrategias pusieron en marcha?
–Las políticas fueron aquellas que se construyeron y tuvieron participación local. Los programas verticales, aunque bien diseñados y ejecutados, del gobierno central terminan siendo muy frágiles porque dependen de decisiones políticas y duran cuatro u ocho años según la continuidad de los gobiernos. Las crisis múltiples de Medellín activaron un ecosistema más dinámico, de colaboración, de conversación entre grupos de fundaciones, corporaciones y universidades que trabajan con los barrios de la ciudad. Se combinó con una decisión pública de los gobiernos locales que apoyaron proyectos en esos años oscuros a través de la educación, el transporte público, el hábitat. Un ejemplo de ello fue la red de metros, que comenzó a funcionar en el 96 y conectó el sur de la ciudad con el norte de los barrios populares. Los metro cables dieron accesos a zonas más críticas, pero llegaron como un proyecto de cultura integral acompañados de infraestructura educativa, así el transporte fue un proyecto palanca.
–La violencia y el narcotráfico no sólo son una cuestión de seguridad entonces.
–No es sano, ni conveniente, ni real cifrar todas las agendas a la seguridad. Tú debes enfocarte y trabajar donde puedes incidir. El tema de la ilegalidad y el narcotráfico están por fuera del municipio. Son un problema global, fue un fracaso tratar de controlar y erradicar los cultivos porque son fuerzas internacionales.
Si nos hubiéramos detenido en Medellín a esperar que se solucionen los problemas de seguridad, el espíritu de la ciudad no hubiera cambiado. Y el problema de seguridad no se va a acabar, se va a correr. De Medellín se desplazó para otros lugares y no quiere decir que haya desaparecido, son temas de proporciones. Claro que no fue una labor de la alcaidía local solamente, sino que coincidió con un gobierno central que trajo infraestructura para los barrios y desde la gestión municipal se hicieron los proyectos de inversión social. Es una cuestión de "timing", de coincidencias que se dan. Llegamos en un momento donde la guerra no estaba desatada en los barrios y llevamos adelante procesos muy grandes de inversión y participación social, con grupos legales e ilegales, y fue muy fuerte el impacto.
–¿Qué rol juega la presencia del Estado y bajo qué forma?
–El Estado es fundamental. Con un gobierno débil, disperso, sin presencia clara en los territorios, no es posible. Eso sí con un mensaje anticorrupción y de transparencia muy claro, hay que generar una cultura en ese sentido, la credibilidad y confianza es lo más importante. Medellín pudo construir un espacio de confianza no ideal donde las instituciones y los gobiernos encontraron puntos de convergencia con empresas y organizaciones sociales. Y eso se vio en la ciudad y fue una diferencia grande. Nuestro foco es construir alianzas donde esté incluido el gobierno pero que no dependan del gobierno. Así es más sostenible en el tiempo.
–¿La ciudadanía realmente busca opciones electorales que le encuentren una salida a los problemas desde lo social?
–Desafortunadamente en Colombia y otros países la polarización ha cambiado la conversación política y eso es una tragedia dolorosa. Hace unos 10 años podíamos juntarnos a construir puntos de convergencia y no se estigmatizaba si eras de un lado o de otro, hoy te ponen una etiqueta o camiseta.
La transformación de Medellín surgió más del centro o desde una visión más progresista donde hubo una confluencia de intereses desde la izquierda, la derecha y del centro. Hoy sería imposible, no podríamos hacerlo. En Medellín no había entrado la polarización política nacional a lo local, hoy la agenda esta cooptada por el debate nacional. Los temas de la ciudad pasaron a un segundo plano.
–¿Cómo ha visto la ciudad y hacia dónde tendría que ir Rosario?
–Hay que construir un espíritu positivo, ser más optimistas. Rosario no se puede dejar derrotar por el pesimismo. Hay un indicador de muertes violentas al que Medellín todavía no se ha ni acercado. Rosario tiene 19 muertes por 100 mil habitantes, en Medellín no tenemos menos de 25. Llegamos a tener 390 y lo bajamos a 160 y la ciudad se sintió que había cambiado. Y después bajamos a 80. México tampoco llegó a los de Colombia.
Por eso hay que manejar otras agendas, no perder de vista los problemas estructurales, trabajar por proyectos que hagan que la ciudad y el espíritu se encuentren, y paralelamente un proyecto de transparencia y lucha contra la corrupción. Adhiero a búsquedas y mensajes por la reivindicación de lo local, procesos más incluyentes y sostenidos en el tiempo.