El redoblante marcó el ritmo de la nueva movilización “Ni un pibe menos por la droga” que vibró este miércoles de frío con sol, desde las 14.30. Unas 40 organizaciones sociales que trabajan en los barrios de Rosario contra el abuso de alcohol, estupefacientes y ludopatía, congregaron a cientos de personas –unas 5 cuadras bien nutridas– que unieron la plaza Montenegro, en San Luis y San Martín con el Monumento a la Bandera para encender la alarma por el desmoronamiento de chicos y chicas que caen en adicciones severas y perturbadoras.

Un grupo de nenes y nenas de Las Flores llegaron temprano al centro y aprovecharon para jugar un rato antes de que comenzara la marcha. La explanada del centro cultural Roberto Fontanarrosa fue el punto de concentración. Tímidos y distantes, se animaron a contar a Rosario3 que la droga es algo común para ellos. La venden en la casa de al lado y enfrente y saben de pibitos que no cumplieron los 12 y ya están pipeando.  “Yo tengo compañeros que en la escuela pican tizas y aspiran. Les digo que no lo hagan, pero ven a sus parientes y los quieren copiar”, lanzó un chiquito.

La asociación civil Madres Territoriales copó la escalinata a pura murga. Al frente de la casa terapéutica (buelvar Segui 1375), Silvia Cegarra, sostuvo: “Los consumos cambiaron, ahora estamos luchando contra el crack y el paco, no podemos hacer mirada omisa de cómo se mueren los pibes. Hay que cambiar el paradigma de asistencia. El motivo de esta marcha es que seamos cuna de redes hacia las organizaciones y hacia el Estado, no podemos trabajar solos”.

La marcha culminó en el Monumento a la Bandera con una variedad de actividades recreativas.

Cegarra confió que ven chicos de 7, 8 años consumiendo cocaína fumada. “Es totalmente letal. Los deteriora de tal manera que en el transcurso del tiempo vamos a tener chicos que no entiendan o, directamente, con patologías duales ante el deterioro cerebral. Ya tenemos enfermedades psiquiátricas y al poco tiempo, la muerte. La atención con este consumo es ahora y ya”, exclamó.

Matías Echevarria, es el coordinador general de Buen Pastor de la comunidad de Padre Misericordioso. En una casa en Gálvez y Laprida reciben chicos con adicción sin recursos. “El consumo ha bajado a edades muy tempranas y eso es lo que nos preocupa a nosotros, la prevención en la niñez y en la adolescencia”, explicó y comentó que “las redes de narcotráfico captan a niños y adolescentes para este consumo en los barrios más vulnerable, se los conoce como piperos”.

Queremos llegar antes a que un pibe pida una internación. Hay muchas personas con problemas de salud mental, con patologías base que se despiertan, como la esquizofrenia, relacionadas con el consumo”, reveló en sintonía con Cegarra.

La percusión marcó un ritmo de fiesta a la jornada.

Paco, señores


“Mucho se habla de Rosario acerca de la violencia de los narcos. Esa es una estructura que en la ciudad está presente hace muchísimos años y lo que nosotros hoy vemos son las consecuencias del desmembramiento casi absoluto de los lazos comunitarios”. Celeste Fernández, de Vientos de libertad del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), pide llamar a las cosas por su nombre: “Hay como un miedo de las autoridades de decirle paco y los pibes lo dicen mucho. También crack. Hay que ponerle nombre. Sabemos que es un residuo de la cocaína fumada. Podemos identificar su consumo hace unos 6 años, se empezó a masificar y ahora estamos diciendo que hay pibes que empiezan a consumir con la pipa”, advirtió.

Fernández precisó que es una sustancia altamente tóxica, muy adictiva. “En dos o tres meses están totalmente perdidos, genera consecuencias en el cuerpo, desde despertar patologías más psiquiátricas, psicosis crisis subjetivas mucho más profundas, como también después cuestiones físicas que tienen que ver con el sistema respiratorio, con heridas, quemaduras muy profundas y muy grandes. Un destrozo de la vida y es el consumo que hoy está masificado en la ciudad de Rosario y en el Gran Rosario, en localidades como Villa Constitución, San Nicolás todo lo que lleva el río”, precisó.

Representantes de Casa Pueblo, del Movimiento Evita en Rosario.

Un lugar para los chicos


“Tenemos centros de día de niñez y de vida en los barrios vulnerables para hacer prevención dentro de la comunidad, pero no hay lugares para internación para menores, es el gran déficit de nuestra comunidad, de Rosario y la provincia. No hay lugares para atender la adicción en niños y adolescentes”, planteó Echevarria, quien según indicó, la asociación se apoya mucho en otras organizaciones para abordar a los chicos desde el afecto y la contención aunque remarcó: “Nos hace falta más organización y presencia estatal”.

Las Madres Territoriales también apuestan al abrazo. Como se presentan, primero son mamás y después profesionales, una combinación necesaria para tratar con personas afectadas por la adicción. Sin embargo, tampoco eso basta: “La asistencia tiene que ser ya, tenemos que pedir una deshabituación de la sustancia, poder ingresarlos al sistema de salud para que puedan estabilizarse y continuar con una rehabilitación terapéutica”.

Representantes del centro de vida y Eempa Papa Francisco presentes en la marcha.

La sustancia donde hay carencia


Aunque el consumo problemático golpea a todas las clases socioecómicas, Cele Fernández acusó: “Cuando el consumo está atravesado por condiciones de extrema pobreza y exclusión hace mella. Esta destrucción de la persona forma parte de un plan sistemático”. En las zonas más desbastadas, “es más posible que los pibes consigan antes una pipa que a alguien que los escuche, o un par de zapatillas para ir a la escuela. El consumo –destacó- está mucho más a mano, es mucho más fácil y es lo que te ofrecen, incluso, los referentes afectivos de los pibes”.

“Organizaciones que nos encontramos acá laburamos en barrios populares con pibes que no tienen obras sociales y no pueden acceder a otro tipo de tratamientos. Además, están atravesados por condiciones de pobreza extrema y de mucha soledad. No tienen redes de contención, no participan de las instituciones más tradicionales como la escuela. Entonces, la narco estructura termina siendo la única opción para los pibes”, declaró y consideró que tanto el gobierno provincial como nacional han retraído su asistencia a las organizaciones colaborando para solidificar una escena crítica y preocupante.

Tras 28 años de consumo, la vida de cara


Nicolás cumplió 40 años y pasó 28 consumiendo drogas. Los últimos 10 fueron “fuertes”, de una profunda adicción, pero según compartió, se topó con las Madres Territoriales y logró controlarla. En más, se está capacitando para ser operador en la asociación que asegura, le cambió la existencia.

Las rastas le cubren gran parte del cuerpo. Durante la previa y a lo largo de la movilización, tocó el redoblante con muchas ganas. Hay orgullo en sus ojos claros: “De a poco fui dándome cuenta de que era lindo estar de cara. La verdad es que no quería dejar consumir porque uno no sabe que es una enfermedad, uno piensa que quiere por elección y no es así hasta que de a poquito uno va tomando conciencia, se da cuenta de que no estaba bueno, no está lindo vivir dependiendo de algo desde que te levantás”.

Nicolás con sus compañeros y compañeras de Madres Territoriales.

Nicolás arrancó con marihuana y alcohol a los 13 y después pasó a la cocaína y finalmente, al crack. “Laburé bastantes años, pero he tenido problemas. Es imposible sostener un trabajo cuando uno está muy sumergido en la adicción Terminé, desgraciadamente, viviendo en la calle, no quería estar con la gente que me quería porque me ponía límites. He comido de la basura y no me da vergüenza decirlo porque todo eso lo cambié. Hoy soy otra persona”, manifestó emocionado.

“Se sale con ganas y fuerza de voluntad, pero sin ayuda no.  Hay que dejarse guiar porque uno durante mucho tiempo estuvo haciendo o manejándose como quería y no supo llegar a ningún lado y dejándose guiar por gente idónea, que sabe del tema, uno puede salir bien”, observó.

Me aferré al universo, a la gente que quiero y busco recuperar lazos. Todavía no lo logré con mi hija, pero sé que en algún momento se va a revertir. No voy a bajar los brazos, voy a seguir con lo que me gusta, ayudando a otros chicos, tanto como me han ayudado a mí”, terminó y su relato fue la prueba viva de la importancia del trabajo de estas personas que hoy gritaron muy fuerte que no están dispuestos a perder una vida más.