Los virus no se consideran organismos por sí mismos, porque necesitan la célula de otro ser vivo para sobrevivir. Cuando penetran en la célula de un animal o un ser humano, se multiplican y expanden la infección por todo su cuerpo. Y como el virus se "desactiva" con el jabón, lavarse las manos bien es la mejor prevención. Sucede que por más avanzada que esté la ciencia en el siglo XXI, en la pandemia del coronavirus el arma clave es esa tecnología milenaria de combinar agua y jabón.
Aunque no se sabe con certeza quién, cuándo o cómo alguien tuvo tan brillante idea, sí se conoce que esa mezcla sigue siendo la mejor estrategia para combatir enfermedades infecciosas y ni siquiera el hasta ahora invencible covid-19 puede contra ella, según publicó la BBC.
¿Por qué funciona tan bien?
Porque lo que para nosotros puede ser tan agradable que llega a ser relajante -el sonido del agua, el placer de sentirla correr sobre nuestra piel, el aroma del jabón y esa pausa que ahora, por consejo de las autoridades, va hasta acompañada de alguna canción-, para los microorganismos es altamente destructivo y una sola gota de jabón en agua puede matar innumerables bacterias y virus.
El secreto del jabón
El jabón es una mezcla de alguna grasa, agua y álcali o sal básica. Álcali viene del árabe: Al-Qaly القلي ,القالي, 'ceniza', que es lo que usaban los sumerios ya en el año 3000 a.C., la más antigua referencia conocida.
La receta que usamos hoy en día es muy parecida a la hallada en tablillas cuneiformes, y con razón, pues esa resbaladiza solución cumple su cometido: limpiar. El secreto está en las predilecciones de cada extremo de las moléculas de jabón, las cuales tienen una cabeza y una cola.
La cabeza es hidrófila y la cola, hidrófoba y lipófila o, en otras palabras, por un lado le atrae el agua y por el otro, el aceite o la grasa.
Cuando te estás lavando las manos y las moléculas de jabón se encuentran con grasa, sus colas son atraídas hacia ella mientras sus cabezas se quedan en el agua. Las fuerzas de atracción entre las cabezas y el agua son tan fuertes que levantan la grasa de la superficie, de manera que esta queda completamente rodeada de moléculas de detergente, que van separándola en pedazos cada vez más pequeños, que luego son arrastrados con el agua.
Entonces, como el coronavirus, como todos los virus, es básicamente un conjunto de instrucciones -fragmentos de código genético- en busca de células a las cuales invadir para obligarlas a seguir sus mandatos. Pero resulta que esas instrucciones -el ácido ribonucleico (ARN)- están empacadas en lo que se conoce como la envoltura viral, y la del SARS-CoV-2 está hecha lípidos y esos lípidos son grasas.
El jabón es su talón de Aquiles
Cuando llega el coronavirus a tus manos no pueden penetrar la piel, pues su capa más externa es ligeramente ácida, pero sí pueden permanecer ahí esperando la oportunidad para entrar al cuerpo por lugares más vulnerables, por ejemplo cuando te tocás la cara a través de las mucosas. Y es en ese momento en el que podés interceptar y destruir, con solo lavarte las manos.
El jabón no solo afloja al virus de la piel, sino que hace que la envoltura viral se disuelva, de manera que las proteínas y el ARN se deslían y el virus metafóricamente muere -realmente se desactiva, pues los virus no están precisamente vivos-.
Solo le queda al agua llevarse los restos de lo que hasta hacía 20 segundos era una grave amenaza para nuestra la salud y la de otros.
¿Por qué 20 segundos?
Porque el jabón necesita algo de tiempo para que su magia surta efecto y, de paso, nosotros también necesitamos unos segundos para asegurarnos de que nos estamos enjabonando por todas partes.
Los desinfectantes también sirven pero la maravilla del agua jabonosa es que solo necesitás un poco para cubrir todas tus manos y con solo restregarte te deshacés de lo indeseado.
Para lograr lo mismo con otros productos, que generalmente contienen alcohol, tenés que empapar con esas sustancias todos los recovecos en los que puedan estar escondidos los virus.