El padre Claudio Castricone encabezó junto a docentes, directivos, voluntarios, alumnos y la comunidad de Tablada una caminata por la paz y la alegría por las calles del barrio. Lo hicieron como una muestra de unión y fraternidad en contraposición a la violencia y la lucha por el territorio entre las bandas dedicadas a la venta de drogas. Fue una forma de llamar la atención para que el Estado pueda estar más presente en el lugar con acciones que vayan mucho más allá de la escuela, el comedor o el centro de salud.
El sacerdote, que está al frente de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, está preocupado por el aumento del consumo de estupefacientes de los jóvenes del barrio cuyo mayor atractivo hoy como salida laboral es cuidar un kiosco de drogas. Y en ese sentido levanta la voz para que se apoyen iniciativas que permitan desarrollar la educación de esos pibes para conseguir un empleo en lugar de un plan social.
Reflexivo y comprometido como pocos, el cura recibió a Rosario3 en su humilde pero cálido escritorio, mate en mano:
-¿Qué significó la movida por la paz y la alegría del viernes pasado?
-Tratar de visualizar la situación de violencia de nuestros barrios y un llamado de atención al Estado. No fue una marcha sino un encuentro hacia el que caminos por la vereda desde tres puntos distintos. Nosotros no solamente denunciamos la violencia sino trabajamos por la paz desde las instituciones como las escuelas, la parroquia, los centros de salud; tratando de que nuestros pibes no sean sicarios o soldaditos de los kioscos. En barrios como Tablada, Ludueña o Empalme Graneros hay lucha por el territorio de la droga, algo que ya no ocurre en otros. Pero acá no solamente hay violencia por las balaceras o las muertes. Sin generalizar, la violencia está en las escuelas, entre los chicos, en los padres. Y es ahí desde donde hay que trabajar.
-¿Cuál es la realidad en materia de la disputa del territorio por el narcotráfico?
-Hace unos días en nuestro barrio hubo un crimen de una joven sobre Colectora y Ayolas que había venido desde Villa Gobernador Gálvez para comprar a un kiosco de drogas donde hace unos meses había matado a otra persona. A esa chica la mataron porque vinieron a balear a un kiosco porque es competencia de otro. La mayor parte de las balaceras nunca son denunciadas porque balean a un kiosco de drogas. Las balaceras que se denuncian son cuando se equivocan de lugar. Y ya no son búnkeres, son kioscos. Los que consumen saben muy bien donde se vende. No hay síndrome de abstinencia. El que quiere consumir sabe dónde tiene que ir. ¿Por qué la Justicia y la Policía no lo saben?
-…
-A veces nos resistimos a las notas periodísticas porque tenemos miedo de estigmatizar el barrio. La mayoría de la gente es buena y trabajadora, están preocupados por tener un kiosco cerca y por el peligro de sus hijos en que caigan en la droga. Yo puedo caer en la estigmatización del barrio y quedo como un héroe apareciendo como estoy acá. Faaaa……qué valiente (en tono irónico)….. Y justamente no queremos caer en eso.
-¿Qué es lo que más te preocupa?
-El aumento del consumo y en chicos más chicos. Los pibes que han perdido el futuro, no tienen proyecto de vida, a quienes la droga les quemo el bocho y el futuro. Me preocupa también que la droga es la gran salida laboral. Pueden trabajar como ayudante de albañil pero ganan mucho menos que cuidando un kiosco de droga. Hay que trabajar que facilitar la educación, para tener un trabajo bueno….lo que te puede dar algún subsidio del Estado no puede competir con lo que te da un narco o un kiosco. Hay que ver cómo el Estado puede estar más presente en la generación de trabajo genuino y no solamente con un plan de 15 mil pesos por mes.
-¿El Estado se corrió de los barrios de algún modo?
-El Estado está, están las escuelas, los centros de salud. Pero no está todo lo que tendría que estar. La escuela es un referente del barrio y no hay que hacer propaganda para que vengan a la escuela, pero la escuela cierre a las 17.30 y no abre hasta el otro día. Y es desde esa hora cuando el barrio toma vida en todo sentido, no solo lo malo. Los chicos del barrio no tienen donde ir cuando cierra la escuela, y más los fines de semana o en vacaciones. Hay que hacer algo durante la tarde-noche, buscar gente que se anime a estar en el barrio. El Estado tiene que estar más presente en la estructura que ya está.
-¿El barrio no es inseguro?
-La inseguridad por robos es menor que en el centro. Estamos tan estigmatizados en ese sentido. Es que vienen los gendarmes, hacen operativos, con armas largas, paran autos y motos. Pero vienen un par de horas y se van, desaparecen y no queda nadie en el barrio, es como si liberaran el barrio. No sé si esa la intención, pero llega un momento y no ves más a nadie. ¿Por qué no hay una presencia constante? Debería haber alguien para recurrir por si sucede algo, en ciertos momentos no hay ni un policía ni un gendarme.
-¿Qué actitud toma la gente del barrio para con quienes venden droga?
-La gente del barrio conoce donde se vende droga. Pero nadie va a denunciarlo. Y varias respuestas a la pregunta de para qué fuera a hacerlo. Primero que la policía sabe y no hace nada. Pondrían la cabeza en la guillotina al cuete. Si cierran un kiosco, los que vienen a comprar van al otro que no allanaron. Hay que buscar más arriba: cómo llega la droga, cómo cambian o blanquean el dinero, la cosa va más por ahí en lugar de bajar un kiosco. Cierran un kiosco y hay otro a veinte metros.
Una opción, una misión
El padre Claudio Castricone atiende la parroquia Nuestra Señora de Fátima que nuclea a dos escuelas primarias, dos secundarias y a un Eempa. En total, unos mil alumnos. Las primarias además cuentan con sus respectivos comedores que tuvieron que ser reforzados en épocas de pandemia con las raciones de comida que se dieron en las dos capillas del barrio apenas comenzaron las restricciones. Se trata de una comunidad de clase media-baja y baja que vive del cirujeo. Varias familias dependen de los planes sociales que gestionan movimientos populares como la Corriente Clasista y Combativa y el Evita, por el que algunos devuelven la ayuda con trabajos de limpieza en el mismo barrio.
La escuela media para adultos fue el último gran proyecto que puso en marcha. Se trata de un aula radial que depende de la del colegio De La Merced, funciona en la capilla San Pablo, y ya cuenta con horas reconocidas por el Ministerio de Educación para sus docentes y preceptores. Asisten unos 25 alumnos que “fundamentalmente están en el consumo de droga o en peligro de consumo. Son aquellos que sabemos que no irían a otro Eempa”, describe el sacerdote. Está contento porque “son pocos los que dejan” y en particular porque “perseveran pese a que no se les regala nada” gracias “a la tarea es de los preceptores que los persiguen para que vengan a la escuela y no se corten”. “La cosa es bien personalizada”, agrega con orgullo.
Castricone tiene 64 años, hace seis que está en Tablada y en febrero pasado el arzobispo le renovó la misión por otros seis más. “Voy a tener 70 cuando termine esta etapa. Ya será hora de que manden un cura joven ya que el cuero no me da para estar en una parroquia que te exige tanto. Ya noto que no tengo muchas ganas de jugar con los chicos en el patio o salir de campamento”.
El padre estuvo muchos años al frente de la parroquia San Vicente de Paul en el barrio Puente Gallegos hasta que decidió cambiar de rumbo: se fue a trabajar con la comunidad Quom en Formosa del 2005 al 2010. Después volvió para cuidar a su madre y recaló en el barrio Tablada.
“Convivir con los pueblos originarios fue una hermosa experiencia. Me ayudó a entender la riqueza de los pueblos originarios: saber compartir, saber decidir en comunidad, no tienen alambrado ni tejido entre ellos, terrenos comunitarios. Tienen en claro que el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada. Es una pena que no supimos construir con el diferente. Decimos que un aborigen es bueno cuando se parece a un blanco o se parece a nosotros. Les caímos con nuestra cultura y no construimos con el diferente”, reflexiona.