El 14 de junio de 1982 Argentina se rindió ante las fuerzas británicas después de 74 días de duro combate en las Islas Malvinas. Sergio Vainroj cayó prisionero de los ingleses, como otros tantos soldados que lograron sobrevivir al fuego, el hambre y el frío en el fin del mundo. A los 14 años había ingresado al conservatorio de Morón; cuando tuvo que “hacer la colimba” ya tocaba el piano y la flauta y soñaba con vivir de la música. Fue por esa necesidad de interpretar, de poner sus dedos en el teclado después de más de dos meses de abstinencia, que no dudó de pedir el piano en el Canberra, el buque inglés que trasportó a los presos argentinos y ejecutó el himno nacional ante el ejército victorioso. Ahora, a 41 años de la guerra y con 60 años, el devenido compositor y profesor recuerda ese episodio como una síntesis de este amor por la música, un sentimiento que, asegura, lo empujó a combatir el frío impiadoso, el hambre prolongada y el terror a la muerte propia y ajena. Y también, lo animó a escribir el primer tango dedicado a los héroes de Malvinas.

Este domingo se conmemora el Día del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas. Cuarenta y un año después, las voces de aquellos jóvenes soldados, hoy hombres maduros, se hacen necesarias para poder avanzar en la comprensión de la Historia. Conocer de cerca estas experiencias desarraigadas y de profundo dolor, permite hacerse una idea más acabada de lo que significaron esos más de dos meses en las vidas de quienes combatieron. Uno de ellos es Vainroj, el llamado pianista de Malvinas, quien en contacto con Rosario3 contó que como hijo del 63’ tuvo que hacer el Servicio Militar a sabiendas, en ese 1982 dictatorial, que su destino era la guerra contra Inglaterra. Hacía 4 años que estudiaba en el conservatorio de Morón y fue por eso, que a las islas cayó con una flauta entre las manos.

Época de instrucción militar en Ezeiza, año 1981.

“Ya por entonces, mis sueños, mis metas, eran ser pianista, compositor y docente de música”, indicó sobre ese Sergio, todavía adolescente, que debió dejar las partituras y sus instrumentos para alistarse. Por esos días, “había euforia por haber tomado las Malvinas, un sentimiento muy fuerte y nosotros estábamos contagiados. No imaginábamos una guerra en serio, pensábamos que íbamos a ocupar las islas y luego volveríamos. Pero bueno, todo eso se empezó a teñir de una muy cruenta realidad cuando los ingleses vinieron y empezó la guerra”, remarcó.

Los primeros de los 64 días que pasó en Malvinas, junto a sus compañeros buscaron posición hasta hallar un punto definitivo desde donde esperar el ataque inglés. “Me pedían temas musicales y yo los tocaba con la flauta dulce. Después, cuando empezó la guerra, no pude tocar música obviamente, había que estar alerta todo el tiempo”, advirtió. Para el ex combatiente, esa pasión estudiada y practicada por tantos años, fue su recurso máximo: “La música jugó un papel muy importante para mí en cuanto a la supervivencia porque era una manera de tener fe. La música siempre suena en mi cabeza y siempre es un deseo producirla, esto me mantuvo de alguna manera a salvo”, contempló.

Llegada de Malvinas a Campo de Mayo, Buenos Aires.

Hambre, frío, miedo y un abrazo como remedio

“Al principio, no sentíamos el frío, pero a los dos o tres días, el frío era algo muy terrible. En esa época en Malvinas había entre 12 y 15 grados bajo cero. Entonces empezamos a sentir lo que era estar bajo ese frío intenso”, señaló Sergio.

La falta de raciones también se las cobraría. “Pasamos hambre porque no había una buena logística de alimentos y no se sabía cuánto iba a durar la guerra. Entonces no comíamos bien o pasaban días sin comer y eso es todo un tema”, expuso y profundizó al respecto: “Pudimos conocer lo que son los distintos estadios del hambre —explicó—si uno si uno no come un día se siente muy hambriento, pero si no come el hambre se pasa y se entra como a otra etapa de debilidad, de saciedad, incluso. Se va perdiendo peso y bueno, se trata desesperadamente de buscar comida, de sobrevivir”, agregó.

Además de padecer un frío atroz sin las calorías mínimas necesarias para enfrentarlo, estaba el miedo. Ubicuo, latente en las sienes. Robando el sueño, el aire, pero finalmente combatible. “Durante la guerra hubo situaciones en las que tuve miedo, pero después lo pude enfrentar. Las cosas se van haciendo cotidianas y ya es una especie de hastío en donde el miedo va desapareciendo y empieza otra cosa que tapa el miedo que es una especie de coraje y arrojo”, precisó.

Una especie de angustia eufórica que pudo resumir en recuerdo. “Fue una situación muy especial con un compañero llamado Carlos Sabin, ya fallecido. Los dos estábamos a una distancia de 100 metros, haciendo una guardia en medio de bombardeos y nos hicimos señas para encontrarnos en el medio de esos 100 metros. Cuando nos encontramos nos dimos un abrazo y empezamos a cantar el tango 'Mi Buenos Aires querido' y fue una forma, no sé quizá nerviosa, quizás histérica de superar el miedo. Si teníamos que morir que fuese cantando, De esa manera manejamos aquella vez el miedo”, destacó.

Oíd mortales, es el grito sagrado

Vainroj protagonizó una situación histórica por la cual es señalado aún, a 41 años de la guerra. Les tocó el grito sagrado a los ingleses en un barco que los llevaba al continente como prisioneros. “Cuando terminó la guerra con la rendición, los ingleses nos organizaron en distintos grupos para sacarnos el armamento y devolvernos al continente en distintos barcos. A mí me tocó el Canberra que era un barco de pasajeros, turístico, que utilizaron para el transporte de tropas y como tal tenía en su interior salones de baile y confiterías”, comenzó a relatar la anécdota de su vida. “Cuando nos hacen embarcar nos ponen en un salón, éramos unos 300 sentados en silencio, todos adormecidos porque imagínate de estar a 15 grados bajo cero a de golpe entrar en un salón climatizado, lo que hace el cuerpo es relajarse”, continuó.

En medio de ese ensueño, alcanzó a ver un piano y le entraron unas ganas locas de tocarlo. Le comentó a su compañero Carlos lo que se le pasaba por la cabeza y éste, lejos de persuadirlo, lo alentó a hacerlo. “Me levanté, caminé unos pasos hasta el soldado inglés que estaba al lado del piano. Lo miro fijamente a la cara y le digo, «I play de piano». El soldado inglés me miró, en un principio se desconcertó, no sabía qué contestarme y después de un rato me dijo «okay» y él mismo me abrió la tapa del teclado del piano”, continuó.

El reencuentro con las teclas se concretó con Bach, Mozart, Piazolla, incluso interpretó a Los Beatles. Pero sus compañeros querían vibrar con el himno argentino y se lo pidieron. “Yo en un momento siento ese deseo de todos, imagínate que éramos 300 en ese salón y dejo de tocar lo que estaba tocando y empiezo a tocar el himno. En ese momento, un oficial argentino dice desde otra punta del salón «soldados todos de pie» y los 300 separaron al mismo momento. Los ingleses se asustaron y empezaron a llamar refuerzos y se escuchó el ruido de cargar de armas y el soldado inglés que me había abierto la tapa del piano, me agarró el brazo y me revoleó por el aire, me sacó del piano, y caí arriba de mis compañeros”, detalló. “Sit down, sit down”, gritaron los militares británicos, visiblemente confundidos y los argentinos se sentaron.

“Para mí fue algo muy especial, también para todos. Encontrar un piano en esa situación, en ese barco, a mí me hizo olvidar de todo y fue un poco como empezar a volver a casa. Encontrarme con la música fue algo muy emocionante”, recordó el ex soldado, quien a la distancia, analizó la reacción del ejército victorioso: “Si nadie se hubiese puesto de pie, yo creo hubiese podido seguir tocando porque no creo que ellos hayan entendido esa música como el himno nacional. Creo que se asustaron cuando 300 soldados se pararon, sintieron que era una situación que se les iba de las manos”, observó.

Soldado bueno

Como se lo había propuesto en su adolescencia, Vainroj se convirtió en un intérprete, compositor y docente de Música en escuelas secundarias. Si la música fue su tabla de salvación durante la guerra, también fue la soga de donde agarrarse cuando regresó al continente porque, una vez más, le dio la posibilidad de expresarse. Con el paso de los años, las emociones reunidas y más procesadas, dieron origen a un tango, el primero dedicado a los héroes de Malvinas.

Soldado bueno

“Durante y después de la guerra se escribieron temas musicales de distintos géneros: rock, folklore litoraleño, chamamés muy lindos a los soldados correntinos y zambas. Pero a mí me llamaba la atención que no hubiese un  tango, género embajador ante el mundo”, manifestó. Entre 2013 y 2014 muchos de sus compañeros de combate regresaron a las islas a cerrar heridas; Sergio optó por “viajar con la imaginación” y escribir “Soldado bueno”. El tango fue tocado por primera vez el 7 de abril de 2017 en el Congreso de la Nación, en el Salón de los Pasos Perdidos.

Sobreviviente

El camino que Sergio inició cuando volvió a Argentina ha sido sinuoso, “con muchos altibajos”. Los primeros 10 años debió enfrentar la “desmalvinización”, una postguerra cargada de muertes empujadas por los traumas de la guerra. “Lamentablemente, muchos compañeros no resistieron. No se nos brindaba trabajo, ni cuentas en los bancos, éramos los loquitos de la guerra. Fue muy difícil”, recordó.

Los que pudimos sobrevivir, logramos una gran fortaleza y resiliencia. Podemos ver otras cuestiones de la vida, desde otro ángulo. Hoy, a 41 años estamos muy fortalecidos”, analizó.

Sus mejores palabras, las justas y más sentidas, las dejó para su tango. Oíd mortales. 

"Noche llena de reflejos.

Fuego, fuego.

Noche oscura de destellos.

Fuego, fuego.

Noche descarnada, muerte, gritos,

Yo no sé qué hago aquí, mis piernas tiemblan.

Es la Patria, es la vida, no es un sueño sino ¡cruda realidad!

Sin embargo vos, soldado bueno,

Entregás tu alma en este juego,

¡Juego canallesco de poder!

Sin embargo vos, soldado bueno

Entregás tu alma en este juego,

Aunque arranquen un pedazo,

¡De tu linda juventud!

Cielo gris llovizna y viento.

Frío, frío.

Un pedazo de pan duro.

Frío, frío.

Cielo gris como testigo, órdenes descabelladas,

Bombas noche y día, miento vida con mis cartas,

que, Dios, ¡ni sé si llegarán!

Sin embargo vos, soldado bueno,

Entregás tu alma en este juego,

¡Juego canallesco de poder!

Sin embargo vos, soldado bueno

Entregás tu alma en este juego,

Aunque arranquen un pedazo,

¡De tu linda juventud!

La batalla ha terminado.

Nos espera un regreso.

Hemos combatido, con orgullo lo decimos,

Hoy que ya no somos pibes, es Malvinas ancla eterna,

Por los nuestros, sí, ¡los nuestros que no están!".