En la ciudad hay 873 espacios comunitarios registrados, entre comedores, parroquias, merenderos, y clubes en los que se cocina, se organiza y distribuyen porciones de comida y copa de leche a los vecinos cada semana, según confirmó el director de Integración Comunitaria Lucas Barberis, desde la Secretaría de desarrollo Humano y Hábitat. Del total, un 58,4 por ciento son dirigidos por mujeres (510 espacios), mientras que los restantes, están compuestos por una mayoría de mujeres. Mayor es el registro a nivel provincial, que contiene en su red a un total de 508 comedores, y un 69 por ciento de sus referentes son mujeres.
La tarea social de alimentar a los vecinos es un rol feminizado, y como se señalaba en notas anteriores, los números en los comedores están en rojo: estas líderes barriales vienen percibiendo desde diciembre pasado que se duplicó el costo de la comida, y que cada día crece la necesidad de asistencia. Sin embargo, la realidad ajustada no las amedrenta.
Son estas centenas de mujeres anónimas quienes ponen manos en la masa por los demás. Rosario3 se adentró en la historia de Mirian Vázquez, una tejedora de redes con decenas de otros comedores de la zona norte, en barrio Sarmiento; Rosa “Angelita” de los Santos, una "histórica" a cargo de uno de los más grandes comedores, en barrio 23 de febrero; y una tercera, Mirta Cáceres de barrio Godoy, cuya tarea es peculiar porque, además de alimentar a las familias, se dedica a acompañar a víctimas de violencia de género desde el corazón de barrio Godoy hacia otros aledaños.
Cada una con su impronta, Mirian, Rosa y Mirta pasan sus tardes dedicadas a la tarea de cuidado comunitario. Un trabajo invisible porque no está regulado como tal: en la economía popular, al igual que en las tareas del hogar, el suyo es un trabajo no pago. Con la satisfacción de cumplir ese rol social, ellas se emocionan al contar sobre su tarea diaria en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Las “referentas” coinciden en que este trabajo “no se reduce solo a la tarea de alimentar”: cumplen roles sociales en sus comunidades, ya que además ofician de consejeras, acompañantes, educadoras, organizadoras de redes, que en cuanto conocen una necesidad puntual, acompañan desde el “amor social”, término que utilizó la propia Mirian, quien asegura que su labor es “una forma de maternar”.
Transformar la asistencia ante el flagelo de la violencia contra las mujeres
Mirta Cáceres cuenta que ella asiste junto a otras 30 mujeres a unas 300 familias en una dirección de barrio Godoy que no dejan trascender públicamente. Es que el comedor Corazones Unidos es único en su tipo, ya que en tiempos de pandemia pasó de ser un comedor regular con talleres y actividades sociales para los vecinos, a ser uno dedicado especialmente a las mujeres que son víctimas de violencia de género y a sus hijos e hijas. También reparten viandas dos veces a la semana a personas en situación de calle.
Empezaron a detectar la necesidad porque “estaban encerradas, golpeadas o abandonadas", indicaron "Repartíamos las viandas, y cuando venían observábamos muchos casos de mujeres con moretones y con miedo”, recordó Mirta, quien destacó sobre el origen y transformación del espacio: “Empezamos hace cinco años solo con un merendero para 20 chicos, pero fue creciendo muchísimo la asistencia. Y como los vecinos que venían saben que ahora nos dedicamos más a las mujeres, fueron rotando por otros comedores que abrieron en estos años en el barrio”.
Actualmente, se acercan mujeres y familias desde Cabín 9, San Cayetano, Los Olivos, Santa Lucía o de Triángulo. “Surgió por la propia necesidad de las vecinas, porque hay mucha violencia en Godoy y también en todos los barrios aledaños. Nos dimos cuenta de que teníamos que dedicarnos más a ellas, y les fuimos inspirando confianza para que las acompañemos en reconstruir sus vidas. Nos asesoramos siempre con el Teléfono Verde municipal para saber como proceder según la situacion”, destacó la activista.
Muchas veces en este espacio de barrio Godoy reciben a mujeres con sus hijos que vienen de situaciones extremas y escapando de sus propias viviendas, por lo que se les ofrece pasar la noche, para al día siguiente realizar una denuncia legal y el Estado las reubica. “Es por eso que nunca damos la dirección para protegerlas”, explicó Mirta. De hecho, es por esto mismo que la referente prefirió no compartir fotos de ella ni de otras activistas, para protegerlas de cualquier represalia de algún familiar.
Corazones unidos nació con la inquietud de alimentar a los vecinos por parte de militantes de partidos políticos, pero la mujer aclaró en ese sentido: “No nos importa si votaron a uno o al otro, o si rezan antes de comer porque son creyentes. Acá se respeta cualquier pensamiento”.
Por otra parte, Mirta destacó su preocupación por las mujeres de la tercera edad: “Hemos notado casos de mujeres mayores que sus hijos no las ayudan en ir al dispensario o en hacer algún trámite, y eso es violencia familiar porque están solas”.
Tras acompañar a las mujeres que salen de una situación de violencia, buscan seguir en contacto, “porque muchas vienen bajo un yugo de violencia psicológica y vuelven con sus maridos”. Y en este sentido contó que realizan talleres “para que tengan un rato para sí mismas, y aprender algo, como pintura o manicuría”.
De cara a la marcha de este viernes en el Día de la Mujer Trabajadora, Mirta contó: “Estos días estamos haciendo actividades para que ellas se valoren a sí mismas y se escuchen. Marcharemos con las mujeres y sus hijos. Estuvimos reuniéndonos en La Toma con muchas organizaciones para pensar la marcha en conjunto”.
Mirta también destacó que el comedor subsiste sin ninguna ayuda del Estado: “(El Ministerio de) Desarrollo nos daba mercadería, pero ahora nos soltaron la mano. Tuvimos donaciones de comida del Banco de Alimentos Rosario y de la Municipalidad, y se cortó. Elevamos cartas de pedidos a Desarrollo provincial en estos meses, pero al momento no nos han respondido. Nos cansamos de pedir algún apoyo, y se nos están agotando los recursos. En noviembre pasado debimos recortar los gastos y ya no entregamos paquetes de comida, algo que solíamos hacer cuando algún vecino nos pedía”, precisó.
Mientras tanto, el espacio subsiste gracias a las donaciones de negocios y de particulares, aunque lógicamente, con la crisis bajaron mucho. "Muchas veces ponemos nosotras de nuestro bolsillo. Nos ayudaron librerías, distribuidoras y polirrubros, con los que pudimos donar 60 cartucheras con útiles escolares a los chicos del barrio de cara al comienzo de clases", destacó Mirta. Y aseguró que se sigue recibiendo donaciones de particulares, llamando a su compañera, Dora, al (341) 7-425816.
Una angelada: de ama de casa a dedicarse a cientos de niños del barrio
En el sudoeste, además de Corazones Unidos, se encuentra el comedor La Morena, el cual es reconocido como uno de los más grandes de la ciudad: Rosa de los Santos, su creadora y referente, se ocupa de la titánica tarea de cocinar y servir junto a otras siete mujeres las viandas a 770 niños, 360 mamás, y también a abuelos y personas con discapacidad.
“Los chicos son nuestra prioridad, y este lugar es el objetivo de mi vida”, aseguró entusiasta Rosa, a quien todos allí conocen como “Angelita”. Es que su nombre es Ángela Rosa: “Acá los vecinos me dicen que soy una angelita porque hago magia con la comida a todos, porque lejos de ser aguada, a mí me importa alimentarlos bien”.
Este año el comedor cumple 23 años ininterrumpidos de alimentar a los vecinos, que comenzó cuando Angelita vio que hijos de sus vecinos en el barrio estaban pasando hambre. Por aquel entonces los 11 hijos de Angelita ya eran jóvenes y adolescentes, por lo que decidió pasar de ser ama de casa a organizar el comedor La Morena. Hoy es abuela de 15 nietos y dos pequeños bisnietos, pero sin dudas, materna a los vecinitos cada semana que se acercan a retirar sus viandas, a participar en talleres y actividades sociales.
Sobre cómo comenzó a gestar La Morena, Angelita recordó: “Yo era ama de casa y me partía al ver a muchos chicos que pedían comida en el barrio. Y si sus madres no iban al piquete, los referentes no les daban de comer. Entendí que tenia que ayudarlos y empecé a cocinarles. Empezamos a alimentar a 30 familias en ese momento y fue creciendo. Una mujer referente me daba leche y harina para darles copa de leche, y con el tiempo la Municipalidad nos pidió que nos encarguemos de cocinar también. Arrancamos con una olla chiquita, ahora son ollas grandísimas”.
Ella tiene 60 años, y a sus 14 se juntó con su marido: “Vengo de la pobreza absoluta, sé lo que es pasar hambre, y no quería que los chicos del barrio pasaran lo mismo”.
De manera ininterrumpida y sorteando cada crisis, ubicada en Comandos 602 y Liniers, en La Morena se entregan viandas los lunes miércoles y viernes, y la copa de leche los martes y jueves. “Cocinamos guiso, mondongo, pollo, y a veces milanesa o hígado, cuando recibimos de un donante eventual. Carne no estamos cocinando, porque es demasiado caro. Hoy hasta la verdura está cara”, precisó con preocupación.
La referente de La Morena reconoció que “antes se recibían más donaciones de comidas de ciudadanos, sobre todo la harina con la que se hacía el pan para la copa de leche, pero con la situacion difícil, ya no tenemos muchos donantes eventuales. Nos encantaría volver a tenerlos, y entendemos que la situación está dificil para todos”.
Consultada sobre el apoyo institucional desde el Estado, Angelita precisó: “Anteriormente recibía alimentos del Banco de Alimentos de Rosario pero hace unos meses que ya no. Del Municipio llegan 30 mil pesos mensuales, y tenemos una pequeña ayuda de Provincia con la Tarjeta Institucional, pero eso no cubre los gastos de todo el mes”.
Finalmente destacó que recientemente se rompió la heladera del comedor, y no pueden comprar una nueva, “así que si algo sobra, tiene que frizarse”. Ante cualquier intención de donaciones, el contacto de Angelita es (341) 5-093278.
Del Maciel Bochin club a tejer redes de nutrición
Mirian Vázquez estudió para nutricionista hace muchos años, y se recibió, aunque nunca ejerció en la profesión. Pero desde el barrio Sarmiento, aseguró que en los últimos años Dios la puso en ese lugar para mejorar la nutrición de los vecinos, y comenzó a asesorar a las cocineras para hacer comida variada, rica y sobre todo nutritiva. Hoy coordina la red de comedores de la organización Descamisados de la ciudad, y milita con mayor dedicación en los tres comedores que están ubicados en la zona norte de la ciudad, donde ella reside, los cuales incluso trabajan en sintonía con otros comedores apartidarios.
Mirian se dedicaba a la gestión del Maciel Bochín Club, un espacio en su barrio con propuestas sociales y deportivas, el cual en el encierro de la pandemia debió oficiar de comedor, en su sede de Darragueira 950. Fue justamente después, en estos últimos años, que ella entendió que desde el Bochín y los comedores de barrio Sarmiento y alrededores, podía mejorar la circulación de información sobre qué necesita cada institución, para entre todas, conseguirlo. Como cuando recientemente necesitaban que llegue el agua a barrio San Francisquito, y “entre los compañeros hicieron vaquita y compraron cañería y la instalaron”, ejemplificó la militante.
Mirian coordina el funcionamiento de 13 comedores de los Descamisados en diferentes puntos de la ciudad, los cuales alimentan entre 150 y 200 familias cada cual. “Después de la pandemia nos organizamos con los comedores para que no falte comida en ninguno, entendimos que si algo faltaba en alguno, el resto podía proveerle lo que le faltaba. Empecé a tejer redes, y entendí que a través de la comida les estamos dando amor”, aseguró.
Es que el trabajo que realizan cotidianamente no es solamente llevar un plato de comida, sino que conlleva “conocer problemáticas de las familias y de los jóvenes, entre ellas desempleo, adicciones, chicos y adultos en situación de calle, deserción escolar o violencia de género. Hacemos contención con talleres y actividades en todos los barrios, y también tenemos psicólogos y abogados en la agrupación que acompañan”.
La referente mamó de sus padres la vocación de servicio y la militancia, desde su infancia en la calle French “entre los barrios Ludueña y Empalme Graneros, donde veía cómo su madre insistía a otras mamás a vacunar o a asear a sus hijos. “En Descamisados encontré todo ese amor social que tenían mis padres, una solidaridad muy grande que descubrí en la pandemia, con verles la carita de felicidad a los chicos vecinos”, aseguró con la voz entrecortada por la emoción.
En Descamisados el rol que tiene es doble, porque además de resolver cualquier necesidad de otros comedores, se dio cuenta del valioso aporte que podía dar desde su expertise de nutricionista no explotado hasta entonces: “Empecé a organizar la cuestión de nutrir, más que simplemente alimentar, porque caí en la cuenta que organizados se puede hacer más. Capacité a las cocineras y a otras compañeras militantes, para que no cocinaran siempre lo mismo, y que además de variedad, los alimentos sean nutritivos en algunas recetas, como hacer una hamburguesa de lentejas”.
En la corta experiencia como nutricionista, Mirian recuerda haber sido cocinera de un sanatorio privado del centro rosarino, donde vio con sus propios ojos que “no era lo mismo cocinar a los convalecientes como rutina que ponerle amor" Y aseveró: "No es cocinar en automático. Si le ponés amor a la comida, el otro sana, se levanta”.
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